BIBLIOTECA CLÁSICA GREDOS, 36
CORNELIO TÁCITO
AGRÍCOLA
GERMANIA
•
DIÁLOGO SOBRE LOS
ORADORES
INTRODUCCIONES, TRADUCCIÓN Y NOTAS DE
]. M. REQUEJO
EDITORIAL GREDOS
Asesor para la sección latina: Sebastián Mariner Bigorra.
Según las normas de la B. C. G., esta obra ha sido revisada
por José Luis Moralejo álvarez.
O EDITORIAL CREDOS, S. A.
Sánchez Pacheco, 81, Madrid. España, 1981.
Depósito Legal: M. 5707-1981.
ISBN 84-249-0067-7.
Impreso en España. Printed in Spain.
Gráficas Cóndor, S. A., Sánchez Pacheco, 81, Madrid, 1981,—5229,
INTRODUCCIÓN GENERAL
Tácito es poco conocido, por desgracia, para los no
especialistas. Sin embargo, en una obra tan de divu-
gación como es la Historia de la Literatura Latina de
Alfred Gudeman 1 , las palabras con que comienza el
examen de este autor son: «La manifestación litera¬
ria más sobresaliente de todo el período y una de las
glorias de la literatura universal, es el más grande
de los historiadores romanos...». Si alguien piensa que
se trata de un juicio algo entusiasta, somos muchos
los que estamos de acuerdo con él, y así podrían de¬
mostrarlo los innumerables trabajos, artículos de re¬
vista, etc., que vienen apareciendo a lo largo de muchos
años en diversos países.
Ante esta situación de desconocimiento, paradó¬
jica, como se acaba de ver, y dada la finalidad de esta
Colección, nos ha parecido más oportuno presentar a
nuestro autor del modo más general y sencillo posible
por «sencillo» entendemos «no erudito». Con ello, e
lector tendrá mayores posibilidades de comprensión,
por un lado, y de incentivo, por otro, para adentrarse
en el estudio de cualquier aspecto de Tácito o de todo
él. El complemento necesario para este logro será una
amplia bibliografía; seleccionada debidamente, por ser,
i A. Gudeman, Historia de la literatura latina, 3.* ed., Bar¬
celona, 1942.
8
TÁCITO. «OBRAS MENORES
INTRODUCCIÓN GENERAL
9
ya hemos aludió a ello, excesiva para los fines que tiene
este trabajo.
Sirvan de justificación a esta postura las palabras
de un estudioso como el italiano Paratore, uno de los
que han dedicado más años de su vida a nuestro his¬
toriador: «Un autor que anuncia un estudio sobre Tá¬
cito suscita el temor de una enésima variación sobre
la lengua, el estilo y el arte del que, entre los grandes
prosistas latinos, es considerado por muchos como el
máximo exponente» 2 .
Vida y época
Las fechas del nacimiento y de la muerte de Tácito
son muy discutidas. Antes de entrar en cualquier cues¬
tión al respecto, creemos conveniente que el lector se
sitúe de una manera cronológicamente confortable.
Agripina, sobrina y segunda esposa de Claudio, hizo
asesinar a éste. En lugar de Británico, el heredero
legítimo, hijo de su primer matrimonio con Mesalina,
subió al poder Domicio Nerón, hijo de Agripina y de
Domicio Ahenobarbo, proclamado Emperador por los
pretorianos con ayuda de Séneca y Burro, prefecto de
la guardia pretoriana. Nerón, tras algún intento fallido,
logró matar a su madre, repudió a su esposa y se casó
con Popea Sabina. Se sublevó el gobernador de la
Galia Julio Víndex; fracasó. Las legiones hispanas pro¬
clamaron Emperador a su jefe Sulpicio Galba. Nerón
huyó de Roma, y con él se extinguió la dinastía Julio-
Claudia, que podría tener su punto de partida en Cé¬
sar y que terminó el 68 d. C.
Galba fue derribado por Otón, apoyado por los
pretorianos, pero las legiones del Rin proclamaron Em-
2 E. Paratore, Tácito, 2* ed., Roma, 1962, pág. 1.
perador a Vitelio, quien derrotó a Otón en Bedriaco;
incapaz de gobernar el Imperio, las legiones de Orien¬
te (Ex oriente lux, según el proverbio) apoyaron a su
general, Tito Flavio Vespasiano, quien se instaló defi¬
nitivamente en el poder el año 69, llamado «de los
tres Emperadores», e inauguró la dinastía Flavia. Ves¬
pasiano fue un buen político en el exterior: su hijo
tomó Jerusalén y Petilio Cerial dominó la sublevación
de Civil y los batavos. En el interior, logró apoyo moral
y legal del Senado, saneó la economía y realizó cam¬
bios en el ejército conducentes a evitar nuevos levan¬
tamientos. A su muerte, año 79, continuó su labor su
hijo Tito Flavio Vespasiano: tuvo que remediar los
males producidos por la erupción del Vesubio y de un
incendio en Roma; murió, muy joven, el 81. Su her¬
mano menor. Tito Flavio Domiciano (81-96), gobernó
más autoritariamente y esto le granjeó muchas anti¬
patías, que se traducen en parcialidad a la hora de
enjuiciar su labor; lo veremos más adelante con cierto
detenimiento, por tratarse de un período clave para
comprender la ideología de Tácito.
A la caída de Domiciano, el Senado cambió el ca¬
rácter hereditario de la soberanía y patrocinó el nom¬
bramiento de uno de sus miembros más importantes:
Nerva. Nerva fue un buen gobernante; pero, cuando fue
elegido, su edad ya era avanzada; comienza con él la
etapa llamada de los Emperadores adoptivos; muere
al cabo de dos años, con la situación política ya un
tanto revuelta; pero tres meses antes adopta un hijo
y lo nombra sucesor suyo. Trajano es este hijo; gene¬
ral de las legiones en el Bajo Rin, es el primer Empe¬
rador nacido en una provincia. Con el mecanismo de
la adopción se evitan los manejos de los pretorianos,
las presiones de los ejércitos fronterizos y el peligro
de guerra civil. Apoyándose al tiempo en el Senado y
en el ejército, llevó a cabo una brillante gestión admi-
10
TÁCITO. «OBRAS MENORES»
INTRODUCCIÓN GENERAL
11
nistrativa, amén de su gran campaña militar contra
los dacios y la extensión del Imperio por el Oriente.
Muere el 117, a los sesenta y cuatro años de edad y
diecinueve de gobierno. Su sucesor fue su sobrino,
originario igualmente de Hispania y adoptado en testa¬
mento por su tío. Adriano protegió la enseñanza y la
economía y aseguró las fronteras. Los últimos años de
su vida no fueron tan afortunados; murió hacia el 138.
Antes había adoptado y elegido como sucesor a Anto-
nino Pío.
Los problemas en torno a la biografía de Tácito
surgen, entre otras razones, porque él mismo da pocas
noticias en torno a su vida. Como dice Syme, cuando
menciona su propio ingreso en la clase de los sena¬
dores, lo hace por motivos de relevancia histórica, para
aparecer imparcial ante los acontecimientos que va
a narrar; vemos en Hist. I 1: «no voy a negar que mi
carrera política comenzó con Vespasiano; Tito la im¬
pulsó y Domiciano la hizo prosperar aún más, pero
quien ha hecho profesión de lealtad incorruptible debe
hablar sin amor ni odio».
Tácito nació entre el 54 y el 57 d. C. Syme 3 precisa
entre el 56 y el 57, basándose fundamentalmente en
las edades legales requeridas para el desempeño de
magistraturas, y también confrontándolo con datos
cronológicos de algunos de sus coetáneos, transmitidos
por otros autores o colegidos de algunas alusiones del
propio Tácito. Otros piensan que sería seis o siete años
mayor que su amigo Plinio el Joven («casi de la misma
edad», dice Plinio); al parecer, Plinio tenía dieciocho
años cuando murió su tío bajo el fuego del Vesubio
(año 79), y si Plinio nació el 62 ó 61, Tácito lo haría
el 54 ó 55, teniendo en cuenta que ya era un abogado
conocido cuando Plinio aún era adolescente. El único
3 R. Syme, Tacitus, I, Oxford, 1958, págs. 63 y sigs.
dato cierto es que el primer acontecimiento de su vida
tuvo lugar bajo Nerón.
Lugar de nacimiento. —Sin entrar en tan¬
tos detalles como da Paratore, recorramos las diversas
hipótesis a medida que se van alejando de Roma;
1» La propia Roma, basándose en un pasaje de
los Anales, en el que parece insultar a Sejano tachán¬
dolo de no romano. La deducción no es verosímil; po¬
dría haber razones de orgullo y retóricas; ya Plinio
(Ep. IX 23) nos cuenta una anécdota acaecida en. el
circo, según la cual se preguntó a Tácito si era itálico
o provincial; está claro que su acento no debía de
sonar muy local.
2 » si era itálico o no, ya es más problemático, tm
la Historia Augusta se dice, sobre el Emperador Tá¬
cito 4 (pretendido descendiente del escritor), que era
natural de Temí, pero esta obra no puede inspiramos
mucha confianza, sobre todo en este período. Syme 5
pone un poco en duda la existencia de una gens Cor¬
nelia antiqua. ,
3* La hipótesis gálica es la más aceptada. Plinio
el Viejo nos habla de un Comelio Tácito, eques ro¬
mano, procurador de la Galia Bélgica. Esto no ex¬
cluye, naturalmente, que el padre de Tácito pudiera
ser romano. Insistiendo en el tema, se ha visto que el
cognomen de Tácito se hallaba más extendido en la
Galia Cisalpina y en la Narbonense; podríamos apostar
mejor por la última, si tenemos en cuenta el dato de
que su futuro suegro era de Frejus. Según Syme 6 , no
sería, en ningún caso, de Hispania, pues el cognomen
no aparece en esta provincia en ningún sitio.
4 para esta segunda hipótesis, véase J. L. Moralhjo, Ana¬
les I, Madrid, 1979, pág. 31.
s Syme, Tacitus, II, Oxford, 1958, págs. 611 y sigs.
6 Ibid., pág. 622..
12
TÁCITO. «OBRAS MENORES»
INTRODUCCIÓN GENERAL
13
Tuvo por maestros a Marco Apro y Julio Secundo,
así como a Quintiliano; y fue muy amigo de Plinio
el Joven.
Tácito comenzó su carrera política con una
magistratura subalterna, el vigintivirato, que desde
Augusto era la antesala para la cuestura; probable¬
mente tal hecho sucedió antes de casarse, cosa que
hizo el 78. Era muy joven, pero su matrimonio le su¬
puso un gran apoyo; por un lado, su suegro era un
ex cónsul y había sido nombrado recientemente gober¬
nador de Britania; por otro, la ley Papia Popea per¬
mitía adelantar en un año la edad legal mínima exi¬
gida para el desempeño de las magistraturas por cada
hijo vivo habido en matrimonio. Fue cuestor bajo Ves-
pasiano, según algunos, y otros piensan que alcanzó
tal cargo el 81 o el 82; recuérdese que Vespasiano
murió el 79. Dos o tres años más tarde, Tito le con¬
firió el tribunado de la plebe o la edilidad. Está co¬
múnmente aceptado que en el 88 fue pretor y quinde-
címviro; en tal año se celebraban los Juegos Seculares
bajo Domiciano (véase An. XI 11, 1-3). Pasó fuera de
Roma al menos la mitad de los ocho años transcurri¬
dos entre su pretura y la muerte de Domiciano, por¬
que el 93, cuando fallece su suegro, era el cuarto de
su ausencia, como dice en el Agrícola. Pero su condi¬
ción no era la de un exiliado, como se ha querido ver
por su manifiesta animosidad. No vamos a entrar en
las diversas conjeturas sobre su actividad por aquel
entonces; reseñemos que incluso, como advierte Syme,
«la sugerencia de un cargo en Britania no es total¬
mente desechable» (véase Agr. 42, 1), y que la opinión
más extendida es que ejerció las funciones de legatus
Angustí pro praetore en alguna provincia, quizá en la
Galia Bélgica, lo que explicaría algunos datos que apa¬
recen en la Germania.
Tácito volvió a Roma en la última época de Domi-
ano años de persecuciones; su cualidad de senador
te hace ser testimonio y cómplice (¿obligado?) de actos
e más tarde atacará duramente. Domiciano es ase¬
sinado al parecer, por sus mismos parientes. Con
Nerva sobreviene «la felicidad de los tiempos». Según
Svme 7 nuestro personaje alcanzaría el consulado en
la segunda mitad del 97. Siendo cónsul suffectus, pro¬
nunció una laudado funebris en honor de su antecesor
en el cargo, Virginio Rufo. Plinio el Joven destaca ya
en este discurso las condiciones oratorias del que era
un abogado famoso. La laudado es harto significativa,
puesto que Rufo había rechazado el poder que le ofre¬
cían las legiones de Germania tras la muerte de Nerón.
Es posible que fuera procónsul de la provincia de
Asia con Trajano, hacia el 112. No hay muchos más
datos relevantes de su vida. Un pasaje del libro segun¬
do de los Anales 8 hace suponer que no pudo ser escrito
antes de julio del 117, con lo que debemos dejar trans¬
currir varios años, en los que compuso los dieciocho
libros en que se desarrollaba esta obra. Por consi¬
guiente, parece muy temprana la fecha del 120 seña¬
lada por algunos para su muerte. Lo verosímil es que
falleciera transcurridos los primeros años de Adriano.
Ideología
Los tiempos que le correspondió vivir a Tácito fue¬
ron bastante movidos. En realidad —con el paréntesis
de Augusto— lo eran desde los Gracos. Hay unas pa¬
labras de Cicerón en una de sus cartas a Ático; «por
lo que a nosotros se refiere, nos encontramos en una
i Syme, op. cit., I, pág. 70.
* Véase Moralejo, op. cit., págs. 9-10.
14
TÁCITO. «OBRAS MENORES»
INTRODUCCIÓN GENERAL
15
situación política lamentable, quebradiza y cambian¬
te» 9 . Lo mismo podía haber dicho Tácito, aunque con
una cierta diferencia cuantitativa. Sólo Vespasiano,
con su buen hacer, y Domiciano, con su autoritarismo,
consiguieron una situación algo estable, pero esto su¬
ponía una actuación personal. El fracaso de las insti¬
tuciones era evidente, y esto nos induce a reflexionar
sobre la engañosa apariencia del régimen benefactor
de Augusto; el pacto entre el Príncipe y el Senado no
podía mantenerse más que por virtud de mano dura
y por el cansancio existente en el 31 a. C., debido a las
continuas guerras y desórdenes; cuando estos dos pre¬
supuestos desaparecieron, retornaron las turbulencias
del período preaugústeo.
Augusto no borra del mapa político y social las
instituciones republicanas tan tajantemente como se
pretende; el Senado se resistía a perder sus privile¬
gios; mejor diríamos, la clase senatorial, que no se
mantenía en su rango por razones de sangre únicamen¬
te, sino que ya desde antes del siglo iii veía engrosar
sus filas con plebeyos de alta capacidad económica.
Pues bien, la pugna clase senatorial-Príncipe continúa;
a pesar de la decadencia de aquélla, el Príncipe tiene
que apoyarse en otras, como la de los caballeros y
otros ciudadanos que van adquiriendo influencia po¬
lítica. Añádanse a éste, surgido en la época precedente,
otros factores nuevos; por una parte, la mayor presión
de las fuerzas militares, debido a que el Imperio ne¬
cesitaba mantener un gran contingente; por otra, la
creciente influencia de las provincias en la resolución
de los problemas de la metrópoli.
Así las cosas, pudieran encontrarse algunas contra¬
dicciones en esta breve exposición, tal vez porque el
mismo Tácito esté incurso en ellas; las circunstancias.
» Cicerón, Cartas a Atico I 17, 8.
su ritmo vertiginosamente cambiante lo desconciertan,
le llevan a un claro desengaño y, en consecuencia, a
un gran pes imi smo, muy bien reflejado en los Anales .
En algo nos recuerda a la personalidad de Cicerón y
sus vaivenes; los de Cicerón más bruscos, porque su
época los dio más bruscos. En este punto la coinciden¬
cia es bastante notable, como también en el método
para descubrir su pensamiento: a través de sus obras;
para Paratore 10 , la correcta interpretación de las His¬
torias es la clave para el estudio del pensamiento polí¬
tico de Tácito, lo que le lleva, según él, a ser el mejor
intérprete de la historia de su tiempo y el profeta del
porvenir; pero Tácito, al igual que Livio y Salustio, no
quiere descubrirnos claramente su ideología.
Según Syme n , «es, a primera vista, hostil a la Mo¬
narquía, no sólo hacia los Césares, sino hacia el Prin¬
cipado, por su falsedad desde su nacimiento y por sus
continuos contrastes entre promesas y resultados. Pero
si profundizamos un poco, podemos descubrir su con¬
vencimiento de que para lograr la paz y la estabilidad,
la ley impuesta por un hombre solo no puede ser
evitada; esta constatación le deja muy triste; hace
decir a Eprio Marcelo (Hist. IV 8) que «conocía los
tiempos pasados y los presentes; que admiraba el pa¬
sado y se conformaba con el presente; deseaba bue¬
nos Emperadores, pero era capaz de soportar a cual¬
quiera».
Volver al sistema republicano significaba más com¬
petencia para acceder al consulado y al gobierno de las
provincias, control del Senado sobre las finanz as, el
ejército y la política imperial; en resumen, lo que
Augusto había abolido y que tal vez no permitían las
nuevas circunstancias históricas. En esta agonía se
i® Paratore, op. cit., págs. 247 y sigs.
u Syme, op. cit., II, pág. 547.
16 TÁCITO. «OBRAS MENORES»
debate Tácito, como se debaten y seguirán debatién¬
dose muchos humanos. Ciertamente es enemigo y crí¬
tico del Principado, aunque su lenguaje, como el que
se mueve en el terreno político, tienda a ser muy ambi¬
guo. Tendrá que decidirse por un régimen imperial,
al fracasar la armonía entre los tres componentes fun¬
damentales: democracia, oligarquía, monarquía; este
fracaso influye en ese su carácter de poeta trágico,
como se le llama ; pero para él también el ré gim e n im¬
perial fracasa; al menos, se menoscaba la libertad y
se cometen arbitrariedades, con lo que más que hacia
lo trágico, deriva hacia lo tenebroso, cuya manifesta¬
ción la encontramos en sus célebres claroscuros lin¬
güísticos, tanto de forma como de contenido. Podría¬
mos encontrar un ejemplo paralelo en nuestro Goya.
Aparte de estas causas generales, hay dos factores
concretos que, igualmente, dejaron sentir su influen¬
cia: 1) Su actitud ante la gestión de Tiberio y la de
Domiciano, personajes muy discutidos (sobre todo el
primero), tratados en la actualidad con más compren¬
sión, pero que produjeron en Tácito una odiosa im¬
presión y lo dejaron marcado. 2) La tradición cultural
le había llegado a través de la poesía de Horacio, Vir¬
gilio y Propercio: para él, aquélla era una Edad de
Oro literaria y de ahí infería que también había sido
una Edad de Oro político-social; lo que no veía eran
las continuas guerras y asesinatos que pesaron en el
ánimo de estos tres poetas, y de otros muchos ciuda¬
danos, a la hora de aceptar un régimen hacia el que,
en un principio, no sentirían un gran entusiasmo ideo¬
lógico.
Tácito, por tanto, se engaña; sigue con sus ilusio¬
nes en torno al antiguo régimen, actitud normal en un
«hombre nuevo». Lo jpie no sabemos, a veces, es si
este antiguo régimen hay que identificarlo con el de
Augusto o con la República, porque no parece tener
INTRODUCCIÓN GENERAL 17
buena opinión acerca del primero; en este caso, la
opinión de Syme 12 respecto a que Nerva y Trajano re¬
presentarían una vuelta a Augusto tal vez no sea muy
acertada.
«Hombre nuevo», despreciaba actitudes como la
descrita por Plinio (Ep. I 17), por la que un caballero
romano sirve al Gobierno y, al tiempo, levanta esta¬
tuas de héroes republicanos o de víctimas del despo¬
tismo imperial. Han cambiado los tiempos desde que
Catón ponía coto a las pretensiones de acceder a la
aristocracia; ahora, ser noble no basta, por ejemplo,
para ser cónsul; debe ser luchador, tenaz... un «hom¬
bre nuevo»; la antítesis «lujuria e inercia» frente a
«integridad y energía» tiene un paralelo en la de los
nobles frente a los homines noui, quienes, sin antece¬
dentes f ami liares que los impulsen, tienen que ser
forzosamente buenos militares, oradores y estudiosos
del Derecho. Ahora bien, ante la corrupción y la de¬
cadencia en Roma, el homo nouus es ahora un pro¬
vincial; Hispania y la Galia Narbonense producen per¬
sonalidades eminentes; la primera, en el terreno de
la política (Trajano y Adriano) y en el de la literatura
(Séneca, Lucano y Marcial), aunque esta situación ya
comienza a darse con los itálicos, pero no romanos,
Catulo, Horacio y Virgilio. Este desdén por el árbol
genealógico halla una contradicción en sus palabras
sobre Tiberio en los Anales, aunque en dicho pasaje
existe la intención de contraponer a Tiberio con sus
gloriosos predecesores.
Otro punto de partida para la reconstrucción de su
pensamiento político es el problema de la sucesión al
Principado, mediante la adopción del más digno por
el Príncipe y la ratificación del Senado. El sistema tiene
sus fracasos: relativo el de Nerón, porque, al fin y al
« Syme, op. cit., I, pág. 11,
36,-2
18
TÁCITO. «OBRAS MENORES»
INTRODUCCIÓN GENERAL
19
cabo, pertenecía a la domus imperial; contundente, el
de Galba; las luchas palaciegas a lo largo de estos
procesos constituyen otro de los elementos que influ¬
yen en su visión pesimista de los Anales.
Los tiempos de Domiciano son definitivos en la
vida de Tácito. Como remedio ante el ambiente coac¬
tivo, propone mantener la dignidad en cualquier caso;
el ciudadano encontrará un consuelo en el obsequium,
el deber hacia la comunidad; remedio no muy convin¬
cente, pero válido, si el Emperador es un déspota. Un
insurgente se presentará como un defensor de los
derechos del Senado y del pueblo, como un campeón
de la libertad; si vence, es constitucionalizado y legi¬
timado; luego ejerce una autoridad delegada. De ahí
ese middle path, en Tácito, entre libertad sin licencia,
disciplina sin esclavitud, como vemos en Hist. I 16:
«has de mandar a hombres que no pueden soportar
una esclavitud total ni una libertad completa».
Parece que no puede abandonar completamente la
esperanza. El ciudadano debe caminar libre de ambi¬
ción y de peligros, libre de la absurda contumacia y
de la obediencia vergonzosa; esto es lo que puede pro¬
porcionar un final honroso, o bien distinguir a los
hombres en su éxito. Extraña nos resulta la defensa
de estas actitudes, frente a su crítica en otros pasajes,
como en Agrícola 42: «... sin ningún provecho para la
comunidad». ¿Hay realmente paradoja, o se trata de
un claro pesimismo? Lo veremos al estudiar el Agrícola.
Ideario como historiador
En la obra de Zuccarelli 13 se presenta al hombre
como artífice de la historia, contraponiendo esta idea
u u. Zuccarelli, Psicología e semántica di Tácito, Brescia,
1967.
de Tácito a la de Heródoto; se basa para lanzar esta
afirmación en el juego que puede dar en latín la pala¬
bra auctor. Aun tratándose de una obra muy elabo¬
rada, conviene advertir que este tipo de enfoque, de¬
duciendo ideas a partir de la semántica de palabras
aisladas, tiene sus peligros: no me voy a detener en
ellos, pero sí voy a señalar la contradicción resultante
de una ligera ojeada que se dé a las conclusiones del
citado libro: este hombre auctor debe ser, idealmente,
un uir modestia praeditus, algo así como «un hombre
dotado de mesura»; pues bien, Zuccarelli concluye
que, ante la realidad histórica, tal mesura periclita y,
a la postre, desaparece.
Según Paratore 14 , el fondo ideológico está en la
dualidad Fortuna/Fatum. El Fatum es algo inexplica¬
ble, pero no misterioso. Constituye la auténtica volun¬
tad del poder divino que regula la historia de los hom¬
bres; en la Germania se nos habla de «urgentibus
imperii fatis» (33, 2). El destino humano queda fijado
desde el nacimiento. Un balanceo entre este providen-
cialismo y, a veces, un señalado causalismo lo explica
Paratore por la dualidad de Tácito como artista (he¬
lenismo colorista) y pensador (causalismo pesimista).
La fortuna de Agrícola y de Vespasiano la vemos tan
enorme que aparece indudablemente providencial.
La Fors dominaría, con espíritu maligno, las vici¬
situdes humanas, a veces bajo el aspecto de ira divina.
Paratore cita un pasaje de la Germania que se opone
a lo anterior (33, 1). Pero Syme pretende demostrar
que la benignitas deum, presente en Tito Livio, en Tá¬
cito es una expresión convencional; cita, a tal fin, un
pasaje de los Anales (XII 43): «por la gran bondad
de los dioses y del invierno»; vemos asimismo en
Hist. I 3: «los dioses no piensan en nuestra seguridad.
14 Paratore, op. cit., págs. 93, 404 y sigs.
20
TÁCITO. «OBRAS MENORES»
sino en su venganza». En definitiva, la religión ya no
se podía explotar tan fácilmente como en épocas pa¬
sadas; la introducción y asentamiento de las filosofías
griegas y orientales son decisivas en este aspecto, a
filosofía sustituye a la religión.
Nos parece conveniente recordar ahora el articulo
de Víctor José Herrero 15 acerca de lo que piensa _Tá-
cito sobre el vulgo; según este profesor, siente por
éfun claro desprecio; sin aspirar a muchas matizacio-
nes, ya al final del citado artículo se dice: «Emplea,
pues, la palabra no tanto en su valor cuantitativo
como cualitativo»; pero la_ contrapos ición- .entre- el
vulgo y su espíritu aristocrático ya no la vemos tan
clara; pensamos que Tácito desprecia a la masa .como
elemento anulador de la virtud y acción individuales;
si es un aristócrata, lo es del comportamiento perso¬
nal; sería, con ello, un «clase media», en el sentido de
qué se revuelve violentamente hacia arriba y hacia
abajo, hacia la derecha y hacia la izquierda.
Pasando a un plano más objetivo, veamos cuál es,
para él, la finalidad de. una. obra histórica. Enun pa¬
saje de los Anales propone que la historia debe alabar
la virtud y condenan para siempre la injusticia (An.
III 65). No tenemos muchos más datos, aparte éste.
LÓ”cierto es que se han visto más intenciones morali¬
zantes que las que el propio Tácito pretende; otros
estudiosos, en cambio, tal vez se han quedado cortos .
Lo que sí hay, como hemos visto, es una defensa de
la libertad y dignidad humanas. Tratando de comple¬
tar ideas ya apuntadas, podemos detenemos en el
hecho de que la Revolución en Roma tuvo dos fases
bien distintas: una primera, brusca y rápida, durante
u V. J. Herrero Llórente, «Tácito y el vulgo», Rey. de Est.
Ctds. 5 (1960), 407 y sigs. Véase también Moralejo, op. cit., pág. 19.
u Véase Moralejo, op. cit., pégs. 20-22.
INTRODUCCIÓN GENERAL
21
e cayó el régimen republicano, reflejada en auto¬
res como Salustio. Una segunda, con paulatina pérdida
de la libertad y de los principios aristocráticos. Tácito
asiste a la desaparición de su ideal de República por
Ia a cción de Factores como la clientela, el fauor, la
ierocta la simulatio... Nosotros opinamos que su reac¬
ción es’ de rabia y desprecio, pero también se le achaca
el que ante las convulsiones sociales de su tiempo,
siguiera el ejemplo de Tucídides y, encerrado en su
torre de marfil, viviera preocupado únicamente por la
duitas Romanorum y su destino. De todos modos, ya
nos advierte Paratore que no puede hacerse de Tácito
un pesimista monócromo. viendo reflejado su carácter
sólo en los Anales; según el autor italiano, era un his¬
toriador desde su primera producción literaria; no le
parece muy válido el triple aspecto de retórico, bió¬
grafo-panegirista e historiador. Así, vemos cómo el
«ahora renace, al fin, la vida» del Agrícola resuena al
comienzo de las Historias.
Aspectos literarios
No es cosa de insistir en su valor como historia¬
dor, su estilo y el puesto que pueda ocupar en la
historia de la literatura. Para evitar subjetivismos,
pensamos como mejor solución el que cada cual lea
por su cuenta las obras, aun en español. Lo contrario
parece estar en desacuerdo con un trabajo de divul¬
gación como es éste. Veamos, de todos modos, algunos
caracteres generales: Paratore lo compara con Salustio
y asegura que éste le parece más artista y Tácito más
historiador; ambos indagan las causas, pero Tácito
mantiene predilección por utilizar argumentos de la
historia contemporánea, como Tucídides; Tácito com¬
pendiaría y abarcaría, por tanto, a los otros dos histo-
20
TÁCITO. «OBRAS MENORES»
INTRODUCCIÓN GENERAL
21
sino en su venganza». En definitiva, la religión ya no
se podía explotar tan fácilmente como en épocas pa¬
sadas; la introducción y asentamiento de las filosofías
griegas y orientales son decisivas en este aspecto; la
filosofía sustituye a la religión.
Nos parece conveniente recordar ahora el artículo
de Víctor José Herrero 15 acerca de lo que piensa Tá¬
cito sobre el vulgo; según este profesor, siente por
él un claro desprecio; sin aspirar a muchas matizacio-
nes, ya al final del citado artículo se dice: «Emplea,
pues, la palabra no tanto en su valor cuantitativo
como cualitativo»; pero la .contraposición- üDtE£—el
vulgo y su espíritu aristocrático ya no la vemos tan
clara; pensamos que Tácito desprecia a la masa como
elemento anulador de la virtud y acción individuales;
si es un aristócrata, lo es del comportamiento perso¬
nal; sería, con ello, un «clase media», en el sentido de
que se revuelve violentamente hacia arriba y hacia
abajo, hacia la derecha y hacia la izquierda.
Pasando a un plano más objetivo, veamos cuál es,
para él, la finalidad de una obra histórica. En un pa¬
saje de los Anales propone que la historia debe alabar
la virtud y condenar para siempre la injusticia (An.
III 65). No tenemos muchos más datos, aparte éste.
Lo cierto es que se han visto más intenciones morali¬
zantes que las que el propio Tácito pretende; otros
estudiosos, en cambio, tal vez se han quedado cortos 16 .
Lo que sí hay, como hemos visto, es una defensa de
la libertad y dignidad humanas. Tratando de comple¬
tar ideas ya apuntadas, podemos detenernos en el
hecho de que la Revolución en Roma tuvo dos fases
bien distintas: una primera, brusca y rápida, durante
« V. J. Herrero Llórente, «Tácito y el vulgo», Rev. de Est.
Clás. 5 (1960), 407 y sigs. Véase también Moralejo, op. cit., pág. 19.
i* Véase Moralejo, op. cit., págs. 20-22.
la que cayó el régimen republicano, reflejada en auto¬
res como Salustio. Una segunda, con paulatina pérdida
de la libertad y de los principios aristocráticos. Tácito
asiste a la desaparición de su ideal de República por
la acción de factores como la clientela, el fauor, la
-ferocia, la simulatio... Nosotros opinamos que su reac¬
ción es de rabia y desprecio, pero también se le achaca
el que, ante las convulsiones sociales de su tiempo,
siguiera el ejemplo de Tucídides y, encerrado en su
torre de marfil, viviera preocupado únicamente por la
ciuitas Romanorum y su destino. De todos modos, ya
nos advierte Paratore que no puede hacerse de Tácito
un pesimista monócromo, viendo reflejado su carácter
sólo en los Anales; según el autor italiano, era un his¬
toriador desde su primera producción literaria; no le
parece muy válido el triple aspecto de retórico, bió¬
grafo-panegirista e historiador. Así, vemos cómo el
«ahora renace, al fin, la vida» del Agrícola resuena al
comienzo de las Historias.
Aspectos literarios
No es cosa de insistir en su valor como historia¬
dor, su estilo y el puesto que pueda ocupar en la
historia de la literatura. Para evitar subjetivismos,
pensamos como mejor solución el que cada cual lea
por su cuenta las obras, aun en español. Lo contrario
parece estar en desacuerdo con un trabajo de divul¬
gación como es éste. Veamos, de todos modos, algunos
caracteres generales: Paratore lo compara con Salustio
y asegura que éste le parece más artista y Tácito más
historiador; ambos indagsfn las causas, pero Tácito
mantiene predilección por utilizar argumentos de la
historia contemporánea, como Tucídides; Tácito com¬
pendiaría y abarcaría, por tanto, a los otros dos histo-
22
TÁCITO. «OBRAS MENORES
INTRODUCCIÓN GENERAL
23
riadores, porque combina el brillo poético con un cierto
rigor histórico: el discurso de Galba a Pisón ( Hist . I
15-16) es un diagnóstico del régimen imperial; Otón
habla de forma certera (Hist. I 83-84) sobre la disci¬
plina militar. Asimismo, los excursos son más «histó¬
ricos» que en Salustio, pero, además, las digresiones,
aun las más breves, tienen una sutil ligazón con el tema
precedente.
Se le ha caliñcado de poeta trágico (sentimiento)-
dramático (forma); en él encontramos amplias escenas,
descripciones ricas en colorido, escorzos... Sus análi¬
sis psicológicos, el retorcimiento de sus frases, los
claroscuros, su gusto por la antítesis, son aspectos
muy estudiados por multitud de especialistas. Pero
Tácito no es un todo unitario: desde la presentación
de amplios escenarios naturales en las Historias evo¬
luciona hacia un repliegue (tenebroso, en última ins¬
tancia) sobre sí mismo y sobre la localización de los
acontecimientos que narra: los interiores de la domus
imperial en los Anales.
Presencia de Tácito en España
Unicamente vamos a examinar su inñujo en el
campo de la literatura y la constancia de sus obras
en nuestro país. En el primer campo es normal que
señalemos, al tiempo, su influjo ideológico, pero aden¬
tramos en este último no lo estimamos procedente, si
pensamos que lo oportuno debe ser dar irnos datos
con los que cada cual debe seguir una opinión y unos
caminos que estime oportunos. Insistir sobre la vigen¬
cia del pensamiento de Tácito, como la de cualquier
autor clásico, lo consideramos banal hasta para un
universitario ajeno a nuestras actividades. Cualquiera
que abra, por ejemplo, los Anales se encontrará ya, en
los dos primeros capítulos, con noticias y reflexiones
muy adecuadas a la historia de nuestra patria en esta
segunda mitad de siglo; la historia se repite o, como
suele decir Torrente Ballester, lo que se repite son las
circunstancias que pueden hacer evolucionar aquélla
en un sentido o en otro, y Tácito vivió en una época
muy propicia para que lo que pudiera escribirse sobre
ella perdurase sin grandes alteraciones.
Su posible maquiavelismo (que habría ido en aumen¬
to conforme avanzaba su obra), su influjo en nuestro
Siglo de Oro son asuntos bien conocidos. Ultimamente,
esta cuestión se ha descuidado un tanto, por razones
que afectan a los estudios clásicos en general y por las
señaladas en nuestra Introducción a Tácito, en par¬
ticular. Con todo, no quiero dejar de aludir a que, por
las fechas en que escribía esto, encontré, en un pe¬
riódico madrileño, que el doctor Tierno Galván hizo un
trabajo sobre la influencia de Tácito en los escritores
políticos de nuestro Siglo de Oro; trabajo que parece
remontarse a 1948. Quede constancia de ello, aunque
nada más sea como anécdota que ilustra las afirma¬
ciones anteriores 17 .
Son manejados todavía los aforismos y comenta¬
rios a las obras de Tácito, especialmente a los Anales,
compuestos desde el Renacimiento en el extranjero y,
algo después, aquí; así, las obras de Alamos Barrien-
tos, Setanti, Lancina..., que veremos más adelante.
Centrándonos en la literatura política, nos encon¬
tramos con que Antonio Pérez, secretario de Felipe II,
dice textualmente: «esta doctrina la saqué de Tácito»;
n Moraleio, op. cit., habla de esta cuestión en las págs. 31-
33, y en la 38 cita la bibliografía fundamental de que dispone¬
mos a la que se añade: M. R. Lid* de Malkiel, Iíi tradición
clásica en España, Barcelona, 1975. Para Tácito, véanse las pá¬
ginas 374 y 394. Fuera de España, puede verse Hanslik, en
Lustrum 17 (1973-74), 201-215.
24
TÁCITO. «OBRAS MENORES»
INTRODUCCIÓN GENERAL
25
si bien la afirmación resulta tajante para los detalles
de todos sus escritos, parece que algo taciteo hay,
ideológicamente hablando, en su Norte de Príncipes.
Lo que ocurre con Pérez y con otros autores es que
interpretan a Tácito según su criterio, a veces no muy
acertado, y, en ocasiones, según sus conveniencias, no
siempre muy honestas.
Eugenio de Narbona escribió Doctrina política civil
escrita en aforismos, que envió a Felipe IV, o id me¬
nos, la destinó para aconsejar a este rey.
Rivadeneyra: Tratado de la Religión y virtudes que
debe tener el Príncipe Cristiano para gobernar y con¬
servar sus estados, contra los que Nicolás de Maquia-
velo y los políticos de este tiempo enseñan (Madrid,
1595), se declara enemigo a ultranza del autor latino,
pero algunos pensamientos y citas delatan la fascina¬
ción que sobre él ejerció.
Semejante conducta muestra Quevedo. Por el con¬
trario, Gracián se muestra literariamente tacitista en
su Agudeza y arte del ingenio, e ideológicamente taci¬
tista en su Criticón, en el Político y en el Oráculo
Manual, aunque en estas dos últimas obras lo cris¬
tianiza.
Influencia hay también en Luis de Mur y su Tiberio
ilustrado, insistiendo en el manoseado resentimiento
de aquel Emperador, y en Saavedra Fajardo y su Idea
de un Príncipe Cristiano.
José Antonio Maravall opina que Tácito es a la
política lo que Aristóteles a la filosofía; en su Teoría
española del Estado en el siglo XVII se pretende en¬
contrar la influencia de Tácito en sus ideas sobre el
origen divino del poder, la legitimidad de la sucesión
hereditaria, la conveniencia de utilizar ministros para
la gestión administrativa y las esencias de los procesos
revolucionarios; opinamos que los dos primeros pun¬
tos son harto discutibles.
En el campo de la historiografía contamos con los
casos de Mariana, Coloma y Antonio de Solís, así como
con el de Hurtado de Mendoza, que, en su Guerra de
Qranada, imita también a Salustio. Antonio Pérez imita
el estilo de las Historias, y Francisco de Moneada lo
sigue sólo en la introducción de Expedición de Cata¬
lanes y Aragoneses contra griegos y turcos. Francisco
Manuel de Meló, incluso, distribuye en cinco libros —el
número de los conservados de las Historias — su His¬
toria de los movimientos, separación y guerra de Ca¬
taluña.
Marañón constituye un capítulo aparte. Es un segui¬
dor apasionado suyo, aunque quizá por senderos equi¬
vocados por lo que a interpretación ideológica se re¬
fiere; famosos son sus estudios sobre Tiberio, Antonio
Pérez y el Conde Duque.
Algunos especialistas (recordamos en este momen¬
to a Manuel Alvar) han estudiado la influencia de los
Anales en la Roma abrasada de Lope de Vega.
Códices que se encuentran en España
o que tienen aquí su origen. — Los primeros
vestigios se hallan en las bibliotecas del Príncipe de
Viana y del Infante Pedro, condestable de Portugal.
Un Cornelius Tacitus figura, sin más, en el inventario
de la biblioteca de Pere Miquel Carbonell, autor de las
Cróniques d’Espanya.
En la Biblioteca Nacional de Madrid tenemos varios
manuscritos: el 8.401 es del siglo xv, copiado del Me-
diceus II; contiene los Anales y las Historias; bien
conservado y con notas al margen. El 8.748 contiene
texto sólo al margen de cada hoja; el resto está en
blanco, quizá para anotaciones y glosas; tal vez sea
del siglo xvii ; el texto corresponde al libro primero
de los Anales. El 10.037 está escrito con letra del si¬
glo xv; pertenecía al cardenal Zelada; procede de To¬
ledo; contiene, entre otras obras, la Germania.
26
TACITO, «obras menores»
INTRODUCCIÓN GENERAL
27
En 1896 se descubrió, en la biblioteca del Cabildo
de Toledo, el llamado Codex Toletanus; contiene la
Germania y el Agrícola; copiado por Antonio Grilo
en la segunda mitad del siglo xv, fue descubierto por
R. Wünchs.
En la Real Biblioteca de El Escorial hay uno de
1412, inventariado por Ambrosio Morales, y otro que
parece proceder del Conde Duque de Olivares y que
fue a parar allí tras el incendio de 1671.
En cambio, el Hispanas o Couarrubiae (del juris¬
consulto español Antonio de Covarrubias), cuyo texto
ha sido el básico para el establecimiento del texto de
las Historias, se encuentra en la Biblioteca Nacional
de París.
Finalmente, en el Real Seminario de San Carlos de
Zaragoza se encuentran el Codex 9.439, que contiene
las Historias (sic ) del libro XI al XXI, y el incunable
8.644, que contiene la Germania.
Glosas y comentarios.
Antoni Augustini Veteres Scriptores, B. Nacional, Ms. 7.901;
contiene 12 citas de Tácito.
Censura sobre los Anales y Historias de C. C. Tácito para
consultar si será bien imprimir en español su traducción. Es
oscura su paternidad.
Noticia del Conde Duque de Olivares y su hijo sacada de
las notas políticas a Tácito de Cristóbal Forsner, B. Nacional,
Ms. 10.378; letra del siglo xvm.
Tácito: Aforismos sacados de sus obras para gobierno de
las monarquías, B. Nacional, Ms. E. 180, 1.162; contiene 502 afo¬
rismos de Alamos de Barrientos. Hay otra obra del mismo
autor, con título semejante, aunque al final matiza para con¬
servación y aumento de las monarquías, B. Nacional, Ms. X,
196, 8.639; otras dos colecciones de aforismos se hallan en
Ms. 17.772 y E. 5.948.
fraducciones anteriores
De las Obras Menores conocemos, en español, las
de:
Tácito, Obras Completas, Madrid, 1957. Publicada en Aguilar,
probablemente con fines de divulgación exclusivamente, bajo
la dirección de Vicente Blanco García, profesor de la Universi¬
dad de Zaragoza. Antonio Ruiz de Elvira se encargó de la
Germania y el Agrícola.
Tácito, Diálogo de los Oradores - Agrícola - Germania, tra¬
ducción nueva de Manuel Marín PeRa, Biblioteca Clásica Her¬
nando, Madrid, 1950. Lo de traducción «nueva» se refiere a que
existían traducciones anteriores en la misma colección, según
veremos. Nos parece una magnífica traducción, debida a un
también magnífico profesor de Instituto. Solamente hemos ob¬
servado algún error muy aislado y, tal vez, un lenguaje no muy
en boga en la actualidad.
De las extranjeras, sólo conocemos:
Tacitus, I: Agrícola, traducido por M. Hutton y revisado
por R. M. Ogilvie; Germania, traducida por M. Hutton y re¬
visada por E. H. Warmincton; Dialogas, traducido por W. Pe-
terson y revisado por M. Winterbottom: en la Loeb Class . I.ibr.
En la colección de la Asociación «Guillaume Budé» 18 , el
Agrícola está traducido por E. de Saint Denis, con buena in¬
troducción, aunque discutible en alguna de las tesis que sos¬
tiene; el Diálogo, por Henri Bornboque, sobre texto establecido
por Goelzer, con una introducción excesivamente breve; la
Germania, por Jaoques Perret, que ha hecho la mejor intro¬
ducción de las tres obras aparecidas en esta colección. Buenas
traducciones las tres, siendo la mejor, a nuestro juicio, la co¬
rrespondiente a la Germania.
> 8 E. de Saint Denis, Vie d'Agrícola, París, 1972. J. PkrRET,
La Germania, París, 1967. H. Bornboque, Le Dialogue des Ora-
teurs, París, 1960.
28
TÁCITO. «OBRAS MENORES»
INTRODUCCIÓN GENERAL
29
En España la primera traducción —no completa—
de Tácito al castellano, con texto latino, se debe a
Carlos Coloma, publicada en 1629 w . Mor de Fuentes
y Diego Clemencín publican en 1798 una obra en la
que incluyen el Agrícola, la Germania y la Conjura¬
ción de Catilina. En 1846 se publica el Diálogo. En
1919 saca Calpe la Germania y el Diálogo. De 1926
data la primera edición de las Obras Menores de la
Colección «Bemat Metge», con versión al catalán. De
1944 es una traducción de la Germania para usos esco¬
lares, debida a L. García Vicente, del Instituto «Zo-
rilla» de Valladolid.
Hemos utilizado, para la presente traducción de la
Germania, la edición crítica de Furneaux-Anderson, en
Clásicos Oxford, reimpresión (con correcciones) de
1962. También para la del Diálogo, aunque aquí hemos
confrontado el texto con el de Koestermann, de la
Biblioteca Teubneriana, 1970. Para la del Agrícola sólo
nos hemos servido de esta segunda obra. En el Diálogo
37, 8: ut secura f uelint, lección de Furneaux-Ander¬
son, la hemos dejado y adoptado la de Koestermann:
ut securi < ipsi spectare aliena pericula > uelint.
Otras ediciones y traducciones de las «Obras Menores »
J. G. C. Anderson, Cornelii Taciti, De origine et sita Germa-
norum, Oxford, 1970 (coment.).
V. Blanco GarcIa, Tácito, Vita Agricolae, trad., Madrid, Agui-
lar, 1946.
V. Bongi, Tácito, Germania, Florencia, Le Monnier, 1946 (texto
crít. y com.).
19 Al cuidado de Fr. Leandro db San Martín; comprende
sólo los Anales y las Historias. Véase F. Sanmartí Boncomfte,
Tácito en España, Barcelona, 1951, pág. 85.
A c castagnino. De uita lulii Agricolae, De origine et sita
Germanorum, Buenos Aires, Coni, 1948.
p Collin, Tacite, Vie d'Agricola, 3.* ed., lieja, Dessain, 1964.
A Cordier, Dialogue des Orateurs, Vie d’Agricola, la Germanie,
París, Cías. Gamier, 1949 (texto y traducción).
X Forni, Taciti De uita lulii Agricolae Librum, ed., comenta-
riolo instru. et illustrauit, Roma, 1962.
G Forni-F. Galli, Tácito, De origine et situ Germanorum, Roma,
1964.
XX Goelzer, Le Dialogue des Orateurs, París, Hachette, 1910
(comentado).
p Grimal-A. Fleury, Agrícola, París, Class. Rom., Hachette,
1946 (ed. y com.).
A. Gudeman, Tacitus, Dialogus, 1914; Agrícola, 1902; Germania,
1916, Leipzig.
M. Lenchantin de Gubernatis, De uita lulii Agricolae, De ori¬
gine et situ Germanorum, Dialogus de oratoribus, Corpus
Scriptorum latinorum Parauianum, Turín, Pararía, 1949.
R. Kienle-W. von Kluc, Agrícola, Germania, Dialogus, Heidel-
berg, 1963 (con vocabulario y notas).
O. Leggewie, Tacitus, Dialogus de oratoribus, Münster, 1963 (in¬
troducción y texto latino).
M. Marcolini, Tácito, La Germania, Brescia, 1956 (texto latino
con notas).
A. Marsili, Tácito, Dialogus de oratoribus, Pisa, 1959 (pref.
y com.).
A. Michel, Tacite, Dialogus de oratoribus París, P. U. F., 1962
(ed., introd. y com.).
R. Much, Die Germania des Tacitus (con la colaboración de
Herbert Jankuhn, editada por W. Lan<®), Heidelberg, 1967.
R. M. Ogilvie, Cometii Taciti De uita Agricolae, Oxford, 1967
(comentada).
M. Renard, Tacite, Vie d'Agricola, Bruselas, 1945 (con notas).
A. Resla Barrile, Tacitus, Germania, Agrícola, Dialogus, Bolo¬
nia, Zanichelli, 1964 (texto latino y versión italiana).
H. Schulz, Tacitus, De origine et situ Germanorum Francfort,
1961 (con com.).
M. Scovazzi, Tácito, De origine et situ Germanorum, Turín,
Pararía, 1956.
30
TÁCITO. «OBRAS MENORES»
G. Viasino, Tácito, De uita et moribus lulii Agricolae, Turin,
Paravia, 1959 (introd. y coment.).
A. Willem, Tacite, Vie d’Agricola, Lieja, Dassain, 1952 (ed.
y coment.).
BIBLIOGRAFIA
Para la época en que vivió nuestro autor, puede
verse cualquier historia de Roma; por ejemplo:
R. Bloch, J. Cousin, Rome et son destín = Roma y su destino
[trad. Juan Godú Costa], Barcelona, 1967.
J. Ellul, Histoire des Institutions = Historia de tas Institucio¬
nes de la Antigüedad [trad. F. Tomás y Valiente], Madrid,
197 °.
L. Homo, Les institutions Politiques Romaines Las Institucio¬
nes políticas romanas. De la Ciudad al Estado [trad. José
López Pérez], Méjico, 1958.
E. Nack, W. Wagner, Rom = Roma [trad. Juan Godó Costa],
Barcelona, 1966.
L. Pericot, R. Ballestee, Historia de Roma, 2.* ed., Barcelona,
1970.
Datos generales sobre la vida y obra de Tácito
F. Altheim, «Tacitus», Neue Rundschau 64, 2 (1953), 175-193.
G. d’Anna, «Osservazioni sulle fonti della morte di Agnpmna
minore», Athenaeum 41 (1963), 111-117.
H. Bardon, Les empereurs et les lettres latines d’Auguste á
Hadrien, París, 1940.
E. Ciaceri, Tácito, Turín, 1941.
G. W. Clarke, «Seneca the Younger under Cali gula», Latomus
24 (1965), 62-69.
J. Colín, «Sénateurs gaulois á Rome», latomus 13 (1954), 218
y sigs.
32
TÁCITO. «OBRAS MENORES»
BIBLIOGRAFÍA
33
S. Dill, Román Society from Ñero to Marcas Aurelius, Londres,
1905.
Ph. Fabia, «La carriére de Tacite», Revue de Philotogie 52 (1926),
193 y sigs.
A. Garzetti, L'Impero da Tiberio agli Antonini, Bolonia, 1960.
C. Giarratano, Cornelio Tácito, Roma, 1941.
F. Grosso, «Aspetti della politica oriéntale di Domiziano», Epi-
graphica 16 (1954), 117 y sigs.
E. Koestermann, «Die Mission des Germanicus im Orient»,
Historia 7 (1958), 331-375.
L. Lessuisse, «Tacite et la lex de imperio des premiers empe-
reurs Romains», Les Études Class. 29 (1961), 157-165.
M. R. Lida de Malkiel, La tradición clásica en España, Barce¬
lona, 1975.
G. Manfré, La crisi politica dell'anno 68-69 d. C., Bolonia, 1947.
C. Marchesi, Tácito, 4* ed., Milán-Mesina, 1955.
C. W. Mendbll, Tacitas: the man and fiis work, Londres, 1957.
Ch. Ch. Mierow, «Tacitus, the historian and the man», Class.
Bull. 25 (1948), 3-5.
O. Murray, «The quinquennium Neronis and the Stoics», His¬
toria 14 (1965), 41-61.
H. Nesselhauf, «Tacitus und Domitian», Hermes 80 (1952), 222-
245.
A. Nolte, «Plinius Minor en Tacitus», Hermeneus 39 (1968), 254-
265.
E. Paratohe, Tácito, 2* ed., Roma, 1962.
— «Tácito», Mata 2 (1949), 93-120.
J. Chr. Pichón, Néron ou le mystére des origines chrétiennes,
París, 1971.
J. Plescia, «On the persecution of the Christians in the Román
Empire», Latomus 30 (1971), 120-132.
A. Ronconi, «Tácito, Plinio e i Cristiani», en Studi in on. di
U. E. Paoli, Florencia, 1955, págs. 615-628.
F. SanmartI Boncompte, Tácito en España, Barcelona, 1951.
P. Schunck, Romisches Sterben, Studien zu sterbeszenen in der
kaiserzeitlichen Literatur, insbesondere bei Tacitus, tesis doct.,
Heidelberg, 1955.
D. C. A. Shotter, «Tacitus, Tiberius and Germanicus», Histo¬
ria 17 (1968), 194-214.
g M. Smallwood, «Some notes on the Jerws under Tiberius»,
latomus 15 (1956), 314-329.
R. Syme, Tacitus, I-II, Oxford, 1958.
— Ten studies in Tacitus, Oxford, 1970.
q Walter, Nerón, París, 1955.
Ideología. Tácito, historiador
F. Arnaldi, Le idee politiche, morali e religiose di Tácito, Roma,
1921.
H. Bardon, «Recherches sur la formation de Tacite», en Mélan-
ges de la F. de Lettres de Poitiers, 1946, págs. 195 y sigs.
p. Bbguin, «Le Fatum et Fortuna dans l’oeuvre de Tacite», An¬
tiquité Classique 20 (1951), 315-324.
_ «La personalité de l’historien dans l’oeuvre de Tacite, son
esprit critique et positiviste». Antiquité Classique 22 (1953),
322-346.
_ «Le Positivisme de Tacite dans sa notion de fors». Antiquité
Clasique 24 (1955), 352 y sigs.
J. Béranger, «L’hérédité du principat», Rev. Et. Lat. 17 (1939),
271-282.
— Recherches sur Vaspect idéologique du principat, Basilea,
1953.
_ «La prévoyance impériale et Tacite, An. I 8, 6», Hermes 88
(1960), 475492.
H. W. Bird, «L. Aelius Seianus and his political significance»,
Latomus 28 (1969), 61-98.
I. Borzsák, «Das Germanicus-Bild des Tacitus», Latomus 28
(1969), 588-600.
L. Bruno, «II Tiberio di Tácito», Riv. Stud. Class. 11 (1963),
267-278.
K. Büchner, Tacitus und Ausklang, Wiesbaden, 1964.
G. Ceaucescu, «Conceptiile lui Tacit asupra politici externe
romane», Stud. Cías. 11 (1969), 145-155.
J. Cousin, tFatum et Fortuna. Retorique et psychologie dans
Tacite. Un aspect de la deinosis», Rev. Ét. Lat. 29 (1951)
228-247.
H. T. Drexler, Grundzüge einer politischen Pathologie, Nueva
York, 1970.
D. R. Dudley, The world of Tacitus, Londres, 1968.
36.-3
34
TÁCITO. «OBRAS MENORES»
BIBLIOGRAFIA
35
W. Gollub, Tiberius, Munich, 1959.
M. Grant, Aspects of the Principóte of Tiberius, Nueva York,
1950.
G. Gutilla, «Tácito e l’immortalitá dell'anima», Annali del Li¬
ceo class. G. Garibaldi, di Palermo 2 (1965), 309-326.
R. Hausslhr, Tacitus und das historische Bewusstsein, Heidel-
berg, 1965.
V. J. Herrero Llórente, «La obsesión de la muerte en un ana¬
lista del imperio», Arbor 67 (1967), 49-64.
— «Tácito y el vulgo», Rev. de Est. Clás. 5 (1960), 407-421.
W. Jens, «Libertas bei Tacitus», Hermes 84 (1956), 331-352.
E. Kornemann, Tiberius, Stuttgart, 1960.
E. Kostermann, «Tacitus und die Transpadana», Athenaeum 43
(1965), 167-208.
— «Die Majestátsprozesse unter Tiberius», Historia 4 (1955),
72-106.
J. Lacroix, « Fatum et Fortuna dans les Annales de Tacite»,
Rev. Ét. Lat. 29 (1951), 247-264.
M. R. Lanza, «L’opera di C. Tácito come documento morale»,
Aevum 20 (1946), 72-99; 232-248.
E. Lofstedt, «Tacitus as an historian», en Román literary Por-
traits, Oxford, 1958, págs. 142-156.
A. Michel, «La causalité historique chez Tacite», Revue des
Études Anciennes 61 (1959), 96-106.
— «Tacite a-t-il une philosophie de lTiistoire?», Stud. Cías. 12
(1970), 105-115.
E. Paratore, «La figura d’Agrippina Minore in Tácito», Maia 5
(1952), 32-81.
V. P0SCHL, «Das Bild der politischen Welt bei Tacitus» [Intro¬
ducción a las Historias de Tácito], Stuttgart, 1959, págs. VII-
XXXIX.
A. Salvatore, «L’inmoralité des femmes et la décadence de
l’empire selon Tacite», Les Études Class. 22 (1954), 254-269.
A. N. Sherwin-White, Racial prejudice in Imperial Rome,
Cambridge, 1967.
R. Schmidt, Die Darstellung der sogenannten stoischen Senats-
opposition bei Tacitus, tesis doct., Heidelberg, 1960.
R. Syme, «Tacitus und seine politische Einstellung», Gymnasium
69 (1962), 241-263.
R urban, Historische Untersuchungen zum Domitianbild des
Tacitus, tesis doct., Munich, 1971.
R verdiére, «De la tisane de Britannicus au berceau de l'enfant
de la quatriéme Bucolique Virgilienne», Riv. Stud. Class. 12
(1964), 113-124.
F Visscher, «Tacite et les reformes électorales dAuguste et
de Tibére», Studi Arangio-Ruiz 2 (1953), 419-434.
K Willmer, Das Domitianbild des Tacitus. Untersuchungen des
taciteischen Tyrannenbegrifíes und seiner Voraussetzungen,
tesis doct., Hamburgo, 1958.
3 Witte, Tacitus über Augustus, tesis doct., Miinster, 1963.
I . Yaveiz, «Plebs sórdida», Athenaeum 43 (1965), 295-311.
U Zuccarelli, «Le esitazioni di Tácito sono dubbi di storico o
incertezze di psicólogo?», Giornale Italiano di Filología 18
(1965), 260-274.
_ Psicología e semántica di Tácito, Brescia, 1967.
Lengua y estilo
L. Alfonsi, «Da Sallustio a Tácito», Aevum 42 (1968), 474475.
H. Bardon, «A propos des Histoires. Tacite et la tentation de
la rhétorique», Latomus 19 (1960), 146-151.
_ «Style et psychologie», Latomus 11 (1952), 348-352.
_ «Tacite, Hist. III 21, 24; Thucydide, VII 43-44», en Homma-
g es á Max Niedermann ( Coll. Latomus 23 [1956], 34-37).
R. T. S. Baxter, «Vergils influence on Tacitus in Book I and
II of the Anuales», Classical Philology 67 (1972), 246-269.
C. Bione, «II tono di Tácito», Annal. Facoltá Lett. Filos, di
Palermo 1 (1950), 4149.
V. Blanco García, «Principales características del estilo de
Tácito», Humanidades 1 (1949), 189-194.
H. W. Benario, «Vergil and Tacitus», Classical Journal 63
(1967), 24-27.
J. P. Chausserie-Laprée, L’expression narrative chez les histo-
riens latins. Histoire d'un style, París, 1969.
— «Les structures et les techniques de l’expression narrative»,
Rev. Ét. Lat. 41 (1963), 281-296.
J. Collart, «Quelques remarques sur l'impressionisme de Ta-
cité», en Conférences de la Soc. d'Études Latines de Bru-
xelles 1965/66 (Coll. Latomus [1968]), 95-112.
36
TÁCITO. «OBRAS MENORES»
BIBLIOGRAFÍA
37
F. Giancotti, Structure delle monografie di Sallustio e di Tá¬
cito, Mesina, 1971.
F. R. D. Goodyear, «Development of language and style in the
Annals of Tacitus», Journal of Román Studies 58 (1968), 22-31.
V. E. Hernández Vista, «Redundancia y concisión. Su natura¬
leza lingüistica. Funcionamiento estilístico en Tácito ( Histo¬
rias I 2-3), Emérita 37 (1969), 149-158.
— «Tácito, Historias I 2-3. Estudio estilístico», Emérita 33
(1965), 265-295.
F. Kuntz, Die Sprache des Tacitus und die Tradition der latei-
nischen Historikersprache, tesis doct., Heidelberg, 1962.
E. Lüfstedt, Syntactica II, Lund, 1956, págs. 276-290.
R. Lucot, «Le mouvement de la phrase de Tacite dans les Anua¬
les », Mél. Soc. Toulousaine d’Étud. Class. 1 (1952), 137-145.
R. H. Martin, «-ere und -erunt in Tacitus», Ctassical Review 60
(1945), 17-19.
— «Quibus and quis in Tacitus», Classical Review 18 (1968),
144-146.
— «Tacitus and his predecessors», Tacitus, Studies, ed. by T. A.
Dorey (1962), 117-147.
K. Maurer, « Tamquam bei Tacitus», Hermes 81 (1953), 125-128.
J. M. Molager, «Un procédé de style propre á Tacite», Orpheus
11 (1964), 25-32.
G. Münster, Redner und Redekunst in den historischen Schrif-
ten des Tacitus, tesis doct., Würzburg, 1959.
J. Perrft, «La formation du style de Tacite», Revue des Études
Anciennes 54 (1954), 90-120.
P. Perrochat, «Tacite imitateur de Salluste», Rev. Et. Lat. 17
(1939), 261-266.
A. Salvatore, Ritmo e stile in Tácito, Nápoles, 1950.
J. Soubiran, «Thémes et rhythmes d’épopée dans les Anuales
de Tacite», Pallas 12 (1964), 55-79.
A. Werber, Der Satzschlussrhytmus des Tacitus, tesis doct.,
Tubinga, 1962.
H. Wittrich, Die taciteischen Darstellungen vom Sterben his-
torischer Personlichkeiten, tesis doct., Viena, 1972.
«Agrícola»
L . Alfonsi, «Note aYY Agrícola di Tácito », Aevum 37 (1963), 340-
341.
jj Bardon, «A propos de VAgrícola», Les Etudes Class. 12
' (1943/4), 3-7; 127-128.
_«Sur YAgricola, de nouveau», Les Etudes Class. 12 (1943/4),
273-285.
g Bieley, «Britain under the Flavians, Agrícola and his pre¬
decessors», Durham Univ. Journal 7 (1945/46), 79-84.
CH. M. Bulst, Tacitus und die Provinzen. Ein Beitrag zur
rómischen Provinzialpolitik am Ende des ersten nachchristli-
chen Jahrhunderts, tesis doct., Heidelberg, 1959.
_ «The revolt of Queen Boudicca in A. D. 60. Román politics
and the Iceni», Historia 10 (1961), 496-509.
A. R. Burn, «Tacitus on Britain», Tacitus, Studies ed. by T. A.
Dorey (1962), 35-61.
E. Cizek, «La structure du temps et de l’espace dans YAgricola
de Tacite, Helikon 8 (1968), 238-249.
p. Grbnade, «A propos de Agr. 3, 1 (res olim dissociabiles...,
principatum et libertatem)», Rev. Ét. Lat. 31 (1953), 33-34.
B. R. Hartey, «Some problems of the Román military occupa-
tion of the North of England», Northern History 1 (1966),
7-20.
P. Kolaklides, «On a textual problem in the Agrícola of Taci¬
tus», Hermes 100 (1972), 125-126.
W. K. Lacey, «Oblongae scatulae uel bipenni. Tac., Agr. 10, 3»,
Proc. Cambridge Phil. Soc. 183 (1954/55), 16-20.
M. Marín Peña, «Sobre el Agrícola de Tácito», Emérita 18 (1950),
18-30.
B. Metz, Darstellungskunst und Aufbau von Tacitus «Agrícola»,
tesis doct., Graz, 1971.
E. Paratore, Pensiero político e oratoria nell'«Agrícola» di
Tácito, Univ. di Studi di Roma, Fac. Lett. e Filos., 1961/62.
M. Pierpaoli, Britanni, Germani e Giudei, presentati e giudi-
cati da Tácito, Bolonia, 1969.
J. A. Richmond, «Gnaeus Iulius Agrícola», Journal of Román
Studies 34 (1944), 3445.
— Romain Britain, Harmondsworth, 1955.
38
TÁCITO. «OBRAS MENORES»
BIBLIOGRAFÍA
39
E. de Saint-Denis, «Qu’est-ce que 1’ Agrícola de Tacite?», Les
Études Class. 10 (1941), 15-30.
— «Mare clausum», Rev. des Études Lat. 25 (1947), 211-212.
G. M. Streng, « Agrícola» - Das Vorbild romischer Statthalter-
schaft nach dem Urteil des Tacitus, tesis doct., Bonn, 1970.
G. P. Welch, Britannia. The Román conquest and occupation
of Britain, Middletown, 1963.
« Germania »
L. Alfonsi, iNota Taciturna (mutuo metu)» Latomus 25 (1966),
949.
— «Su un passo della Germania e sulla sua traduzione (urgen-
tibus imperii fatis: 33, 2)», Aevum 27 (1953), 260.
R. Chevalier, Rome et la Germanie au 1 er siécle de notre ére
(Coll. Latomus 53), Bruselas, 1961.
R. Hünnerkopf, «Die Sohne des Mannus», Gymn. 61 (1954), 542-
554.
H. Jankuhn, Archaologische Bemerkungen zur Glaubwürdigkeit
des Tacitus in der « Germania », Gotinga, 1966 (págs, 411486).
I. Komor, «Indigenae an aduecti», en Stud. zur Geschichte
Philos. des Altertums, Budapest, 1969, págs. 191-198.
E. KBstermann, «Der Zug der Cimbem», Gymn. 76 (1969), 310-
329.
K. Kraft, Zur Entstehung des Namens Germania, Francfort,
1970.
E. Norden, Germanische Urgeschichte in Tacitus «Germania »,
4* ed., Stuttgart, 1959.
E. Paratore, Valore della « Germania » di Tácito, Roma, 1964.
G. Pasquali, «Come vestivano i Germani secondo Tácito»,
Studi Ital. di Filol. Class. 16 (1939), 129-163.
E. Polomé, «A pro pos de la déesse Nerthus», Latomus 13 (1954),
167-200.
W. Schmid, «(Jrgentibus imperii fatis», Didascaliae, Studi Alba-
reda, Nueva York, 1961, págs. 381-392.
P. Thilscher, «Das Herauswachsen der Germania des Tacitus
aus Caesars Bellum Gallicum*, Das Altertum 8 (1962), 12-26.
E. A. Thompson, The earty Germans, Oxford, 1965.
B. Zanco, «Nota sull’interpretatizone di urgentibus fatis», Aevum
36 (1962), 529-531.
« Diálogo »
H Bardos, «De nouveau sur Tacite et le Dialogue des Orateurs,
Ies critéres grammaticaux et stilistiques», Latomus 12 (1953),
485-494.
_ «Dialogue des Orateurs et Institution Oratoire», Rev. Ét. Lat.
19 (1941), 113-131.
__ « Tac ite et le Dialogue des Orateurs », Latomus 12 (1953), 166
s F. Bonner, Román declamation in the late Republic and the
Early Empire, Liverpool, 1949.
H. Bornecque, Les déclamations et les déclamateurs d'aprés
Sénécque le Pére, Lille, 1902.
j. Carcopino, La vie quotidienne á Rome dans l'apogée de l Em¬
pire, París, 1939. .
V. Cucheval, Histoire de la éloquence romaine depuis la morí
de Cicerón, París, 1893.
R . Dienel, «Quintilian und der Rednerdialog des Tacitus», Wie¬
ner Studien 37 (1915), 239 y sigs.
S. Din, Román Society from Ñero to Marcus Aurehus, Lon¬
dres, 1905.
E Fantham, «Imitation and decline: rhetorical theory and prac-
’ tice in the first century after Christ», Classicat Philology 73,
2 (1978), 102-117. , . . ,
A Fontán, «La retórica en la literatura latina», en Actas de
V Congreso Español de Estudios Clásicos, Madrid, 1978, pá¬
ginas 285-329. _
J. Frot, «Tacite est-il l'auteur du Dialogue des Orateurs. », Rev.
Ét. Lat. 33 (1955), 120 y sigs.
A. García Calvo, Virgilio, Madrid, 1976.
C Gallavotti, «Pensiero e fonti dottrinarie nel Dialogo degli
Oratori », Athenaeum 19 (1931), 35 y sigs.
R. Güngerich, «Der Dialogus des Tacitus und Quintilians Ins-
titutio Oratoria », Classicat Philology 46 (1951), 159-164.
V. Hass-von Reitzenstein, Beitrage zur gattungs-geschichthchen
Interpretation des «Dialogus de oratoribus », tesis doct., Co¬
lonia, 1970.
L. Herrmann, «Quintilien et le Dialogue des Orateurs », La o-
mus 14 (1955), 349-369; 24 (1965), 845-857.
40
TÁCITO. «OBRAS MENORES
G. Kennh>y, The art of rhetoric in the Román world, Princeton,
1973.
E. Kóstermann, «Der taciteische Díalogus und Ciceros Schrift
De re publican, Hermes 65 (1930), 396 y sigs.
C. Landi, «L'autore del Dialogus de Oratoribus», Athenaeum 17
(1929), 489 y sigs.
A. Michel, Le «Dialogue des Orateurs» el la philosophie de Ci¬
cerón, París, 1962.
R. Waliz, «Le role de Secundus dans le Dialogue des Orateurs-»,
Revue de Philologie 61 (1935), 296 y sigs.
G. Williams, Change and Decline, Berkeley, 1978.
AGRÍCOLA
M. Marín Peña, «Bibliografía de las Obras menores de Tácito»,
Rev. de Est. Clás. 1 (1950), 36-42.
Puede completarse hasta fecha más reciente en:
R. Hanslik, «Tacitus 1939-1972», Lustrum 16 (1975), 204-272.
Bibliografía amplia, aunque ya atrasada, apare¬
ce en:
INTRODUCCIÓN
Fecha de composición
La Vida de Julio Agrícola fue publicada, evidente¬
mente, tras la muerte de Domiciano. Su contenido no
permitía otra cosa. Así se nos dice al comienzo del
capítulo 3: «ahora renace la vida». Según el mismo
capítulo, parece que está vivo Nerva; se le llama César,
y a Trajano, Nerva Trajano. Es decir, Nerva vivía
aún, puesto que no se le llama «divino», título reser¬
vado a los emperadores muertos, y Trajano simple¬
mente habría sido adoptado por Nerva, de ahí que
llevase antepuesto el nombre de éste. De acuerdo con
todo ello, podríamos fechar la obra entre octubre del
97 y enero del 98, año de la muerte de Nerva; pero se
ha demostrado que este argumento de los títulos nos
es fiable: en el capítulo 44 se llama a Trajano «Prin¬
ceps», es decir, Emperador. Gudeman 1 afirma que el
grueso de la obra ya estaría escrita, menos los capí¬
tulos 3 y 4 y parte del 44. Syme 2 apunta la vaga posi¬
bilidad de que se compusiera antes y se publicara des¬
pués. Hutton 3 , en su Introducción al Agrícola, dice
que se comenzaría al final del otoño del 97 y se ter-
1 En la Introducción a su edición del Agrícola, Boston, 1948.
2 Tacitus, Oxford University Press, 1958, pág. 19.
i Loeb Classical Library, Londres, 1970.
44
AGRÍCOLA
INTRODUCCIÓN
45
minaría y publicaría al comienzo del verano del 98,
pocos meses antes que la Germania.
Fuentes
Tácito cita a autores como Fabio Rústico y Tito
Livio (cap. 10). Para datos más técnicos, geográficos y
etnológicos, pudo utilizar tanto autores griegos como
romanos, pero para los sucesos inmediatamente ante¬
riores tendría referencias directas de su tiempo. Según
Marín Peña, en su Introducción a esta obra 4 , «es pro¬
bable, dado el carácter poco científico de sus referen¬
cias, que diera prelación a los romanos, peor informa¬
dos en ese aspecto». Creemos que esta opinión hay
que atenuarla un poco, en el sentido, por ejemplo, de
que Tácito pudo consultar, por un lado, archivos ro¬
manos (y ahí sí habría quizá inexactitudes), pero, por
otro, pudo hablar directamente con oficiales de gene¬
rales como el mismo Agrícola, y éstos sí que serían
testimonios fidedignos. Además no es cierto que sus
referencias sean poco científicas (para su época, claro),
como veremos más adelante, y como el mismo Marín
reconoce respecto a algunos pimíos. De todos modos,
la actitud que adoptaban los autores clásicos a la hora
de escribir una obra de carácter histórico era muy dis¬
tinta a la de nuestra época y, por tanto, no puede
examinarse su labor con un enfoque actual. Supone¬
mos que es innecesario insistir en este punto.
Tema y contenido
Tras un breve comienzo de aire justificativo (tres
capítulos), comienza a hablar directamente de su sue-
4 Tácito, Vida de Julio Agrícola, Madrid, C. S. I. C., 1958.
gro Agrícola: su origen y educación (4), carrera mili¬
tar y política anterior a su nombramiento como gober¬
nador en Britania, citado ya en el 9; noticias elemen¬
tales sobre Britania y actuación de la Administración
romana hasta el nombramiento de Agrícola como go¬
bernador (del 10 al 17), sus primeras actuaciones (18
y 19) y sus siete campañas (del 20 al 38); vicisitudes
políticas posteriores, con intercalación de diversas re¬
flexiones (del 39 al 42); muerte y elogio fúnebre (del
43 al 46).
Carácter e intención de la obra
Se han sustentado varias teorías. En este punto
hay obligación de citar la extraordinaria introducción
que el profesor Marín Peña hace a esta obra. Pero este
libro tiene finalidad diferente que la obra de este pro¬
fesor y, de otro lado, no he logrado hallar estudios
realmente importantes sobre este problema, aparte los
reseñados y expuestos por Marín. Hagamos, por tanto,
un breve resumen:
1) Algunos han pensado que se trataba de una
laudado funebris real. A esto hay que objetar que
Agrí enla había muerto cinco años antes y que gran
parte del contenido no responde a tal propósito.
2) Sería una laudado funebris destinada a la lec¬
tura, o «de salón». Hipótesis sostenida por E. de Saint-
Denis en su introducción al Agrícola 5 . Según él, esta
diversidad de contenido, las numerosas y cuidadas di¬
gresiones, tendrían su justificación precisamente en
una lectura posterior. Hay otro factor y es lo que este
autor francés llama «le mélange des genres litteraires»,
que estaría de moda por aquel tiempo. En realidad.
s Tacite, Vie d’Agrícola, París, Les Belles Lettres, 1972.
46
AGRICOLA
INTRODUCCIÓN
47
las razones que aduce pueden servir para defender su
tesis, pero al tiempo no impiden sostener otra distinta,
por ejemplo la biográfica. El capítulo primero no de¬
muestra nada: se habla de mencionar los hechos de
hombres ilustres repetidas veces; este es uno de los
apoyos de Saint-Denis. Nosotros creemos que todo ello
es sólo un justificante de no haber publicado —o es¬
crito— antes la obra; que no es una alusión a la his¬
toria del género, sino una comparación de los tiempos
de Domiciano con los anteriores: «me ha hecho fal¬
ta...»; antes, en cambio, era algo no rmal .
3) Obra de carácter político. Esta hipótesis es 3 ra
más complicada. Evidentemente, carga política tenía
que tener. Primero, porque Agrícola fue un político;
Tácito, también. Por otro lado, las circunstancias, de
transición de unos comportamientos políticos a otros
con gran rapidez, sensibilizaban más los ánimos en
este sentido. En definitiva, todos los escritos de Tácito
tienen, entre otras, intencionalidad política. Así lo vi¬
mos en la introducción a su obra. Ahora bien, qué
intencionalidad política concreta tenga ha sido muy
debatido:
A) Supondría una protesta contra la pasada tira¬
nía y una manifestación de alegría por la libertad re¬
cuperada. Algo de eso podría haber; ya hemos visto la
constante lucha interior que sostiene nuestro autor
entre libertad y orden; si se pueden conjugar ambos
principios, el elogio era obligado hacia Nerva y Tra-
jano, frente a la mera opresión del régimen anterior,
lo que le hace exclamar aquello de «ahora renace, por
fin, la vida», aunque la caída de la República parecía
demostrar que libertad e Imperio eran incompatibles;
se intentaba un compromiso entre el Príncipe y el Se¬
nado para lograr una situación de libertad sin liberti¬
naje, de orden sin despotismo; como esto no se logró,
Tácito resalta en el comportamiento de su suegro un
obsequium, una actitud de deferencia hacia la jerar¬
quía política. En todo caso, hay que decir que las po¬
sibles alusiones a esta intencionalidad se dan en de¬
masiado pocos pasajes como para justificar esta tesis,
y esto mismo podría predicarse respecto a las otras
posiciones políticas, como la que vemos a continua¬
ción, y que es consecuencia de la anterior.
B) Es apuntada por Marín Peña, citando a Fur-
neaux. Nuestro autor habría pretendido quitarse de en¬
cima la posible acusación de colaboracionismo con el
régimen anterior en una época de especial exaltación
vengativa y, de paso, anota ciertos propósitos utilitarios.
Lo primero que se nos ocurre es que no es necesario
detenerse mucho en aquella Roma; baste decir que esto
lo decía Fumeaux en 1922, y luego échese una breví¬
sima ojeada a algún país cercano en 1979.
C) Porque esta última ojeada, en definitiva, es la
que expone Paratore 6 . Según él, se aprovecha del ca¬
dáver de Agrícola para insertarse en la reacción contra
Domiciano muerto; lo mismo que hizo Tácito bajo
Domiciano con Agrícola vivo e influyente; su suegro
sería así «el último mártir de la libertad»; sería un
gesto similar al de Marco Antonio sobre el cadáver de
César. Pero hay más: Tácito sufrió un revés para sus
aspiraciones políticas al volver a Roma tras la muerte
de Agrícola, y eso le tenía que estimular; por eso dice
(cap. 43) que visitó a Agrícola mucha gente, que sería
recordado..., y realmente Agrícola es poco conocido;
Suetonio ni lo menciona. Esto explicaría contradiccio¬
nes como el que Tácito fuera pretor bajo Domiciano y
que lo atacase; Paratore piensa que heredaría el odio
de la familia de Agrícola contra Domiciano a causa de
no haberlo honrado debidamente por su triunfo en
Britania, y por su posterior relegación. El estudioso
6 Tácito, Edizioni dell’Ateceo, 2." ed„ Roma, 1962.
48
AGRÍCOLA
INTRODUCCIÓN
49
italiano considera el Agrícola como la c ulmina ción de
la libelística antiimperial; Tácito utilizaría muy hábil*
mente los rumores: posible envenenamiento, el relevo
de Agrícola, las coacciones para que no acepte el go¬
bierno de Siria... Pero la política exterior de Domicia-
no sí habría sido acertada en muchos aspectos. Según
Paratore, esta técnica de utilización de los rumores a
la propia conveniencia culminaría con el examen de la
personalidad de Tiberio.
Como los ejemplos los tenemos actualmente muy a
mano, es fácil objetar a Paratore que podría haberse
visto influido por las circunstancias políticas que le
tocó vivir, y su visión, así condicionada, sería poco
científica. Lo cierto, puede insistirse, es que el Agrícola
es mucho más que un escrito de propaganda política.
4) Biografía de tono encomiástico: a esta opinión
nos adscribimos, y tal vez lo haga todo el que tome,
al menos, estas dos precauciones: a) leer la obra, aun
por encima; b) leer otras biografías de la antigüedad
clásica; las diversas digresiones no nos descubren más
que algo archisabido, que Tácito, escritor de gran per¬
sonalidad, es también muy complejo, como resultado
de utilizar abundantes materiales y de una elaboración
igualmente compleja.
Vida de Agrícola
Nació en Fréjus (Forum Iulii), en la provincia de
la Galia Narbonense, el 13 de junio del afio 40. El
rtomen nos sugiere la adquisición por su familia de la
ciudadanía romana. Su padre, Julio Grecino, fue hom¬
bre culto y entendido en temas agrícolas, y de ahí el
cognomen; lo cita Columela (I 1, 14) y Séneca resalta
su integridad (De Beneficiis II 21, 15); murió por orden
de Calígula el mismo año en que nació Agrícola.
Estudió en Marsella y comenzó su carrera en Bri-
tania, provincia que sería decisiva para él. Ahora con¬
viene preguntarse: si se le ha llamado, con justicia,
«el hombre de Britania», ¿por qué se objetan a la tesis
biográfica las numerosas noticias y acontecimientos en
torno a estas islas?
Britania hasta la llegada de Agrícola.
Campañas de éste
Tras las primeras expediciones, a cargo de César,
Claudio invadió Britania para conseguir una mayor
seguridad en las Galias.
Ostorio Escápula combatió al jefe Carataco en
Gales y adelantó las fronteras. Didio Galo consolidó
con fuertes lo conquistado, muy extenso ya y sin civi¬
lizar; fue, por tanto, una labor muy positiva la suya, a
pesar de las reticencias de Tácito. Con todo, se necesi¬
taba someter por la fuerza a Gales, y eso fue lo que
encargó Nerón a Veranio, quien murió en seguida, pero
su sucesor, Paulino, era también un especialista en la
guerra de montaña.
Así se encontró la situación Agrícola cuando llegó,
por primera vez. Aparte de Gales, objetivo esencial era
la conquista de Anglesey, centro de resistencia y mo¬
rada del druidismo; a esto hay que añadir la revuelta
de Boudicca el 60 ó 61; según Syme, la causa de tal re¬
vuelta es posible que no fueran las levas; Dión Casio
y Séneca señalan la de los tributos.
El matrimonio fue, para Agrícola, un trampolín. Su
suegro, Domicio Decidió, había sido un político influ¬
yente bajo Claudio. Agrícola fue cuestor el 64, tribuno
de la plebe en el 66 y pretor en el 68.
En el 70 fue enviado al frente de la vigésima legión
acantonada en Wroxeter, cuando Cerial había sido nom-
36.-4
50
AGRÍCOLA
INTRODUCCIÓN
51
brado gobernador. Poco había cambiado Britania en
ausencia de Agrícola; los límites estaban en el Trent y
el Severn y en Chester al NO.; en cambio, se había
provincializado más; avanzar era problemático, por la
poca disciplina y moral de las legiones; a esto se aña¬
dían las disputas entre el general Roscio Celio y el
gobernador Trebelio. En el 71, el ejército se l anza a
la conquista; durante los tres años de Cerial se dejaron
pequeñas guarniciones frente a Gales y siguió el avance
hacia el N.; Cerial levantó una plaza fuerte en York e
Intentó llegar a Carlisle; sometió a los brigantes; pero
sus campañas eran más bien exploratorias, no de con¬
solidación. Por el contrario, su sucesor, Julio Frontino,
continuó las campañas contra Gales.
El año 74 nuestro personaje es nombrado goberna¬
dor de Aquitania; en el 77, cónsul suffectus («suplen¬
te»), y en el 78, gobernador de Britania y Pontifex Má¬
ximos.
Sus siete años de campaña podrían resumirse así:
78: contra los ordovices y Anglesey; 79: avance haría
el N., afirmando las acciones de Cerial; partiendo de
Chester y York, recorre las costas y somete a los bri¬
gantes; 80: avanza con mal tiempo hasta el Tay, en
dos columnas que convergerían en el Forth; 81: esta¬
blecimiento de una cadena de fuertes en la zona Forth-
Clyde; 82 conquista del SO. de Escocia; 83: conquista
de los Lowlands y construcción de una vía y serie de
fuertes a lo largo del corredor natural de Strathmore;
84: reanuda la lucha, provoca a los indígenas, batalla
del Mons Graupius, quizá cerca de Keith, que era el
paso natural hacia Moray Plain; expedición a Mainland.
No se completó la ocupación de Bri tani a, porque
para ello se necesitaban fuerzas muy superiores a las
que tenía Agrícola; en el 87 se procede a la retirada
desde Strathmore. Entonces, ¿para qué la conquista?
En todo caso, la razón de la retirada parece estar en
no extender demasiado los límites del Imperio y poder
atender mejor a zonas más conflictivas, como Ger-
mania. Ahí queda la frase de las Hist. I 2, 1: «some¬
tida, al fin, Britania, pero al instante perdida».
En el 93 muere Agrícola. Su labor en Britania fue
m uy meritoria. Consiguió salvar muchos elementos in¬
dígenas y supo combinarlos con componentes de la
civilización romana. Como general, combinó todos los
aspectos tácticos. En aquella época se necesitaban al
frente de las provincias hombres de confianza, pues las
fortunas provinciales eran enormes. Tácito muestra su
desprecio por los políticos, o por ciertos políticos, que
vivían a costa de hombres eficaces, como su suegro.
Aspectos científicos de la obra
Según Marín Peña, «adolece de numerosos e im¬
portantes errores»; se le achaca también su escasez de
topónimos... Con estas acusaciones, los que se oponen
a que la obra es una biografía incurren en una cla¬
rísima contradicción.
Ya hemos visto lo que una obra de este tipo era
para un hombre de la época de Tácito; ni tenía por
qué dejar al lector sin datos sobre su biografiado ni
tenía por qué abrumarlo ofreciéndole demasiados; los
que son más pertinentes, los siete años de campaña,
están confirmados arqueológicamente en algunos casos
y no desmentidos en otros. En cuanto a otro tipo de
datos, si bien algunos son erróneos, debemos fijamos
en los siguientes: la forma de Britania no es descabe¬
llada para los conocimientos de su tiempo; que la línea
Forth-Clyde forma un istmo que daría una base al
triángulo de Escocia, lo vemos en Ptolomeo; también
hay una certera alusión al encuentro del Gulf Stream
52
AGRÍCOLA
con el Mar del Norte; si la brevedad de las noches es
exagerada, hay cierta base real.
Historia del texto
El manuscrito Vaticanus 3.429 data de la segunda
mitad del siglo xv; Julio Pomponio Leto hizo esta copia
para su uso personal; tiene notas marginales e inter¬
lineales del propio Leto.
El manuscrito Vaticanus 4.498 data también de la
segunda mitad del siglo xv; contiene, a más del Agríco¬
la, obras de Frontino y de Plinio el Joven; más imper¬
fecto que el anterior.
El manuscrito Toletanus, descubierto en 1896, con¬
tenía, entre otras obras, el Agrícola y la Germania;
copiado por Miguel Angel Grilo en la segunda mitad
del siglo xv.
El Aesinas fue hallado en Iesi (antiguamente Aesis)
y designado con la letra E, inicial del italiano Esino.
Contiene también varias obras. La parte correspon¬
diente al Agrícola se compone de ocho páginas que
proceden de otro códice más antiguo (el Hersfelden-
sis) y de otras seis, que son de distinta mano. Este
último manuscrito fue dividido de forma que el Agríco¬
la fue a parar a Stefano Guamieri, quien tendría que
completar la obra copiando lo que faltaba de otro
manuscrito. El interés del Aesinas está en que se su¬
pone que es el arquetipo de los otros códices; pro¬
bablemente el Toletanus es copia directa y los dos
Vaticani son copias indirectas, a través de sendos hi-
parquetipos desaparecidos.
AGRÍCOLA
Transmitir a la posteridad los hechos y conductas 1
de los hombres ilustres, frecuente antaño, ni siquiera
una época tan despreocupada por lo suyo como es
la nuestra lo ha descuidado, cuantas veces alguna gran¬
de y notoria virtud venció y se sobrepuso a un vicio
común a pueblos pequeños y grandes: el aborreci¬
miento y la ignorancia de lo recto 1 .
Entre nuestros antepasados, en cambio, de igual 2
modo que existía la facilidad y el campo libre para
logros memorables, así también los más afamados por
su ingenio se veían impulsados a dar a conocer tales
méritos, sin buscar influencia o medro; su único incen¬
tivo era la conciencia de su buena acción. Pensaron 3
muchos que escribir su autobiografía significaba con¬
fianza en su recto proceder y no arrogancia, y ello no
les supuso a Rutilio o a Escauro 2 ningún motivo de
sospecha o crítica. ¡Hasta tal punto los valores huma¬
nos se estiman mejor que nunca en los momentos
en que surgen con mayor facilidad!
Pero, ahora, para relatar la vida de un hombre ya a
desaparecido me ha sido precisa una licencia que no
1 Tácito buscaría con esta obra dar a conocer y dejar bien
claro el recto proceder de su suegro.
2 Rutilio Rufo, cónsul en 105 a. C., discípulo del filósofo
Panecio, escribió, además de su autobiografía, una historia ro¬
mana en griego; elogiado por Cicerón y Séneca. Marco Emilio
Escauro, cónsul en 115 a. C., del partido aristocrático, citado
por Cicerón, Valerio Máximo, Plinio el Viejo, Salustio (no elo¬
giándolo, precisamente) y el propio Tácito en los Anales.
54
TÁCITO
AGRÍCOLA
55
hubiera necesitado si pretendiera acusarlo: ¡tan crue¬
les y hostiles a las virtudes humanas están los tiempos!
2 Hemos leído 3 que, cuando Aruleno Rústico escribió
el panegírico de Peto Trásea 4 y Herennio Seneción el
de Prisco Helvidio 5 , incurrieron en delito capital y se
persiguió con crueldad a estos autores, a sus personas
y a sus libros, pues se encomendó a los triúnviros 6 el
quemar en el comicio 7 8 y en el foro las manifestacio-
2 nes de aquellos ingenios preclaros. Creían, sin duda,
que con aquel fuego se destruía la voz del pueblo ro¬
mano, la libertad del Senado y la conciencia del género
humano, sobre todo tras la expulsión de los filósofos
y el destierro de todas las artes nobles, para que nada
honesto les hiciera frente en parte alguna.
3 Dimos, preciso es reconocerlo, grandes muestras
de sumisión y, mientras que las épocas pasadas vie¬
ron qué había en el límite extremo de la libertad, a
nosotros nos sucede lo mismo con la esclavitud, tras
habérsenos arrebatado, gracias a los espías®, hasta el
trato del hablar y del escuchar. La memoria misma hu¬
biéramos perdido, juntamente con la voz, si en nuestro
poder estuviera el olvidar tanto como el callar.
3 En el Diario Oficial del Senado.
4 Sobre estos personajes puede consultarse, en esta misma
colección, los Anales XVI 21-35; también Subtonio, Dom. 10
y Ner. 37.
5 Herennio Seneción, amigo de Plinio el Joven, denunciado
por el delator Meció Caro y ejecutado por escribir la biografía
de Helvidio. Prisco Helvidio, yerno de Trásea, desterrado a la
muerte de éste, fue condenado a muerte por Vespasiano.
6 Encargados de ejecutar las sentencias capitales.
7 Era la plaza, situada al N. del foro, en que se realizaban
las ejecuciones capitales; en otro tiempo se reunían allí los
comicios curiados.
8 Los delatores comunicaban a Vespasiano cualquier tipo
de crítica adversa.
Ahora renace, por fin, la vida. Aunque, con los pri- 3
meros albores de esta venturosa época, Nerva César
haya conseguido aunar situaciones otrora incompati-
bles, el Principado y la libertad, y Nerva Trajano 9
aumenta por días la dicha de los tiempos, y la segu¬
ridad pública no se ha quedado en esperanzas y anhe¬
los, sino que ha logrado una firme confianza en la con¬
secución de aquéllos, sin embargo, por la naturaleza
de las debilidades humanas, los remedios son más len¬
tos que los propios males. Tal como nuestros cuerpos
crecen lentamente y se extinguen con rapidez, de igual
modo es más fácil reprimir los ingenios que tratar de
recuperarlos. Cierto es también que la dulzura de la
inactividad se va infiltrando y se acaba por amar la
desidia que antes resultaba odiosa.
¿Qué decir, por otra parte, de los muchos que mu- 2
rieron (algunos por causas fortuitas, los de mayores
inquietudes por la crueldad del Príncipe) a lo largo de
quince años, lo que supone un amplio período de la
vida humana? Pocos somos los supervivientes, no ya a
otros, sino, por decirlo así, a nosotros mismos, tras
habérsenos arrancado tantos años de entre los mejores
de nuestra vida, durante los que hemos llegado, silen¬
ciosamente, los jóvenes a la vejez y los viejos casi al
término de su existencia.
Con todo, y aun con palabra tosca y ruda, no me 3
pesará la tarea de recordar la pasada esclavitud y testi¬
moniar la felicidad presente. Entre tanto, este libro,
destinado a honrar a mi suegro Agrícola, podrá ser ala¬
bado o, al menos, excusado en aras de la profesión de
amor filial que en él hago.
9 Debido a su adopción por Nerva, llevaba el nombre de
éste desde octubre del 97. Sobre esto, véase la Introducción
a esta obra, acerca de la fecha de su composición.
56
TÁCITO
AGRICOLA
57
4 Gneo Julio Agrícola, natural de la antigua e ilustre
colonia de Fréjus 10 , tuvo por abuelos a dos procura¬
dores 11 imperiales, lo que significa la dignidad ecues¬
tre. Su padre fue Julio Grecino 12 , de rango senatorial,
conocido por su afición a la elocuencia y la filosofía;
cabalmente por estas cualidades se ganó la ira de Gayo
César 13 : se le mandó acusar a Marco Silano y, al ne¬
garse, fue ejecutado.
2 Su madre fue Julia Procila, de una castidad poco
común. Criado en su amoroso regazo, pasó la niñez y
la adolescencia en el cultivo de todas las nobles artes.
Aparte de su natural bueno y puro, alejábalo de las
seducciones del pecado el tener, desde su más tierna
infancia, por lugar de residencia y guía para sus es¬
tudios a Marsella, que es una afortunada combinación
3 de elegancia griega y sobriedad provinciana. Tengo en
la memoria que, según él mismo solía contar, se habría
lanzado en su primera juventud al estudio de la filo¬
sofía con un afán mayor de lo que se le permite a un
romano y a un senador, si la prudencia de su madre
no hubiera refrenado su ánimo impetuoso y ardiente.
Evidentemente su talante elevado e idealista apetecía
la cara brillante de una gloria grande y excelsa con
más vehemencia que cautela. Después, la reflexión y
la edad suavizaron su conducta y (algo que es muy di¬
fícil) consiguió retener de la filosofía la mesura 14 .
><• Forum Iulii fue fundada por César el 46 a. C.
11 Los procuradores imperiales eran oficiales encargados en
las provincias de funciones financieras.
12 Autor de un tratado de viticultura, de donde quizá pro¬
venga el sobrenombre de «Agrícola».
13 Calí gula. Silano fue el padre de su primera mujer.
14 Uno de los conceptos fundamentales de los romanos y,
tal vez, de toda la humanidad. Uno de los ideales más comu¬
nes en Tácito es el uir modestia praeditus.
Aprendió los primeros rudimentos de la vida mili- 5
tar en Britania y se ganó la aprobación de Suetonio
Paulino, jefe competente y sensato, quien lo eligió para
formar parte de su Cuartel General. No actuó Agrícola
licenciosamente, siguiendo la conducta de los jóvenes
que convierten la milicia en disipación, ni valiéndose
de su cargo de tribuno inexperto para obtener placeres
y permisos. Procuraba conocer la provincia y que el
ejército lo conociera a él, aprender de los que tenían
experiencia, frecuentar la compañía de los mejores; no
apetecía nada por afanes de presunción; nada rehuía
por temor y, al propio tiempo, actuaba con cautela y
vigilancia.
Ciertamente, Britania en ninguna otra ocasión se 2
encontró en una situación más convulsa y crítica: ve¬
teranos pasados a cuchillo, colonias incendiadas, ejér¬
citos copados 15 . Se luchaba entonces por la supervi¬
vencia, aunque después se hiciera por la victoria. Si 3
bien todo se hacía siguiendo directrices ajenas y, de
hecho, el plan general de operaciones y la gloria de
haber recuperado la provincia recayeron en el jefe, los
acontecimientos proporcionaron al joven técnica, expe¬
riencia y estímulos, y en su ánimo penetró el deseo
de la gloria militar, malquisto en un momento en que
la opinión para con los hombres que intentaban des¬
collar era muy desfavorable, y una buena fama origi¬
naba un riesgo no menor que una mala.
Tras marchar a Roma para tratar de conseguir al- 6
guna magistratura, se casó con Domicia Decidiana,
de ilustre cuna 16 , y este matrimonio le supuso un
título y un apoyo para aspirar a empresas mayores.
is Dos plurales enfáticos que aluden, respectivamente, al in¬
cendio de Colchester y al desastre de la IX legión, mandada
por Petilio Cerial (Anales XIV 32).
15 Su padre, Domicio Decidió, fue cuestor y pretor.
58
TÁCITO
AGRÍCOLA
59
Vivieron en admirable concordia, rivalizando en recí¬
procas muestras de cariño, si bien en una buena es¬
posa la alabanza es tanto mayor cuanto lo es la culpa
en la mala.
2 El sorteo para la cuestura le deparó la provincia
de Asia 17 y al procónsul Salvio Ticiano, por ninguno
de los cuales se dejó corromper, y eso que la provin¬
cia era rica y como caída del cielo para los desapren¬
sivos, y el procónsul, por su parte, inclinado a todo
tipo de codicia, daría toda clase de facilidades para
una mutua ocultación del delito. Allí una hija vino a
aumentar la familia, lo que le supuso una ayuda u al
tiempo que un consuelo, pues acababa de perder a su
hijo, muerto prematuramente.
3 El intervalo entre la cuestura y el tribunado de la
plebe, y también el año mismo del tribunado, transcu¬
rrieron con paz y tranquilidad, conocedor, como era,
de los tiempos de Nerón, en los que la inercia pasó
4 por sabiduría. La misma pauta de silencio observó en
la pretura al no habérsele encargado ninguna función
jurídica. Llevó los juegos 19 y las formalidades del
cargo buscando el término medio entre la moderación
y la abundancia, situándose tan lejos del despilfarro
como cerca de la fama.
3 Elegido, entonces, por Galba para inventariar los
tesoros de los templos, consiguió con su catalogación
17 La cuestura era el grado inferior de la carrera de las
magistraturas romanas. Agrícola desempeñó este cargo en Asia
Menor.
i* La Ley Papia Popea permitía ganar un año por cada hijo
vivo, respecto a la edad legal exigida para el desempeño de las
magistraturas.
19 Cometido de los ediles, lo fue de los pretores a partir
del 22 a. C.
tan min uciosa que la nación no tuviera que soportar
otros sacrilegios de nadie que no fueran los de Nerón 20 .
El año siguiente 21 afligió con una grave herida su 7
ánimo y su familia. La flota de Otón, mientras sin con¬
trol ni rumbo devasta la zona de Ventimiglia (región
de Liguria) como si fuera un país enemigo, mató a la
madre de Agrícola en sus propias tierras y saqueó,
aparte de las tierras, gran parte de sus bienes, que
habían sido la causa de su asesinato. Al dirigirse a 2
cumplir con sus deberes filiales fue sorprendido por
la noticia de que Vespasiano había asumido el poder,
y al instante se pasó a su bando.
Muciano 22 dirigía los primeros pasos del nuevo ré¬
gimen y los asuntos de Roma, pues Domiciano era
aún muy joven y sólo utilizaba la condición paterna
para abusar de ella. Muciano, tras enviar a Agrícola 3
a efectuar la leva 23 y comportarse éste con integridad
y coraje, lo colocó al frente de la legión vigésima, que
había tardado mucho en prestar acatamiento y en la
que, según se comentaba, su predecesor actuaba sedi¬
ciosamente. La verdad es que hasta a los legados con¬
sulares les venía demasiado grande y les resultaba pe¬
ligrosa; el legado del pretor se veía impotente para
dominar la situación, no se sabe si por su falta de
carácter o por exceso de él en los soldados. En estas
condiciones, nombrado su sucesor y encargado, al tiem¬
po, de restablecer la disciplina, usando de un tacto
poco frecuente, prefirió dar la impresión de que había
encontrado buenos soldados y no de que los había
hecho buenos él.
70 Tales sacrilegios son aludidos por Tácito en An. XV 45,
y Suero Ni o, Ner. 32.
21 El 69; véase TÁc., Hist. I 87.
22 Gobernó Roma hasta la llegada de Vespasiano; TÁc.,
Hist. IV 11.
23 En Italia, el año 70.
60
TÁCITO
AGRÍCOLA
61
8 Por aquel entonces gobernaba la Britania Vetio
Bolano, con más suavidad de lo que procedía en una
provincia tan indómita. Agrícola supo reprimir su pro¬
pia energía y ardor para no extralimitarse, siendo
hombre experto en acomodarse a las circunstancias y
hábil en conjugar lo práctico con lo honesto.
2 Al poco tiempo Britania quedó bajo el mando del
consular Petilio Cerial 24 . Las virtudes de Agrícola ha¬
llaron ocasión para mostrarse: en los primeros mo¬
mentos compartía con Cerial sólo penalidades y peli¬
gros; luego, también la gloria. Con frecuencia lo ponía
al frente de una parte del ejército para comprobar su
actitud, y en alguna ocasión, según el resultado, le dio
el mando de mayores contingentes.
3 Agrícola no se gloriaba de estos hechos para refe¬
rirlos a su propia fama; asignaba 6us logros a su jefe,
del que partían las iniciativas, como que él era sólo
un ejecutor. De este modo, con su disciplina al obe¬
decer y su pudor en la vanagloria, se mantenía alejado
de la envidia, sin perder por ello la fama que le co¬
rrespondía.
9 Al terminar su mandato en la legión, el divino Ves-
pasiano lo introdujo en el grupo de los patricios a . Pos¬
teriormente lo nombró gobernador de la provincia de
Aquitania 26 , puesto importante, fundamentalmente por
el cargo en sí y por la esperanza de un consulado
al que Vespasiano le tenía destinado.
2 Mucha gente cree que a los genios militares les
falta sagacidad, porque la jurisdicción castrense, ex-
24 Pariente de Vespasiano y extraordinario general, comba¬
tió en Britania y fue enviado a Germania para sofocar la su¬
blevación de Civil (TAc., Hist. IV 68).
25 Esta condición fue accesible a los provinciales desde
Claudio.
26 Provincia atlántica desde el NO. de los Pirineos hasta el
Loira; su capital fue Burdigala (Burdeos).
ditiva, algo tosca y actuando ordinariamente de for¬
ma sumarial, no practica las astucias del foro. Agrícola,
de prudencia innata, obraba con eficacia y justicia,
aun entre civiles. Sabía repartir bien los momentos de 3
trabajo y de distracción. Cuando las audiencias judi¬
ciales lo requerían, se mostraba grave, preocupado, se¬
vero y, con mayor frecuencia, misericordioso. Cuando
había terminado con sus deberes, deponía la máscara
de autoridad; abandonaba el aire serio, la arrogancia
y la avaricia. Ni su afabilidad le quitó prestigio ni,
cosa bastante rara, su severidad las simpatías.
Insistir en la honradez y en la integridad de un 4
hombre tan extraordinario sería ofender al conjunto
de sus virtudes. Ni siquiera se valió de la ostentación
de sus cualidades o de la astucia para obtener la fama,
a la que incluso los buenos rinden pleitesía con fre¬
cuencia. Lejos de rivalizar con sus colegas, lejos de
mantener litigios con los procuradores imperiales, es¬
timaba insignificante vencer y vergonzoso ser vencido.
Desempeñó esta legación menos de tres años 27 y, 5
al cabo, se le reclamó con vistas al consulado. Le acom¬
pañaba la creencia general de que se le daba la pro¬
vincia de Britania, no porque él lo anduviera propa¬
lando, sino porque parecía capaz de desempeñar el
cargo. No siempre se equivoca la opinión pública; en
ocasiones incluso sabe elegir.
Siendo él ya cónsul y yo todavía joven a , me con- ó
cedió la mano de su hija, de espléndido porvenir, y
tras su consulado se celebró el matrimonio. Inmedia¬
tamente asumió el mando de Britania y se le añadió
la dignidad sacerdotal del pontificado.
22 Del 74 al 77.
28 Veintidós años.
62
TÁCITO
AGRÍCOLA
63
10 Voy a describir la situación y los pueblos de Bri-
tania, relatados ya por muchos escritores 29 , no para
establecer un parangón entre las respectivas erudicio¬
nes y talentos, sino porque fue entonces cuando aqué¬
lla quedó totalmente sometida por vez primera. De este
modo, lo que trataron mis predecesores sustituyendo
con su elocuencia la falta de datos fidedignos, yo lo
basaré en la autenticidad de los hechos.
2 Britania, la mayor de las islas conocidas por los
romanos, por lo que atañe a su extensión y posición
está orientada a Germania por el E. y a Hispania por
el O. M ; su parte S. es hasta visible desde la Galia; su
parte N., sin ninguna tierra enfrente, se halla batida
3 por un mar enorme y abierto. Los escritores más ex¬
presivos, Livio de entre los antiguos, Fabio Rústico
de entre los modernos, atribuyeron al conjunto de
Britania la forma de una escudilla oblonga o de un
hacha de dos filos 31 . Tal es su aspecto más acá de
Caledonia 32 , por lo que se cree que el resto es igual.
Pero si traspasamos aquella zona, puede apreciarse un
inmenso espacio de tierra que, al llegar al punto más
saliente de la costa, va disminuyendo en forma de cuña.
4 Rodeando por vez primera entonces una flota ro¬
mana la orilla de este mar remoto, pudo demostrar
que Britania era una isla y, de paso, descubrió y con-
29 Livio, Fabio Rústico, César, Piteas, Posidonio, Estrabón,
Plinio el Viejo y Pomponio Mela.
30 También César, Estrabón y Plinio el Viejo creían que los
Pirineos iban de N. a S. y que la costa cantábrica estaba orien¬
tada de NO. a SE., al O. de Britania.
31 La traducción del término correspondiente a escudilla es
algo compleja; en todo caso, se ve que las dos posibles figuras
son diferentes; más bien se creía que Britania era de forma
triangular.
32 Escocia, que se extiende desde el istmo formado por el
Clyde y el Forth.
quistó unas islas desconocidas 33 en aquel tiempo, a las
que llaman Oreadas. Incluso Tule 34 fue avistada, a lo
lejos, pues las órdenes no permitían pasar de allí y el
invierno apremiaba. Pero cuentan que aquel mar en 5
f pima y fatigoso para el remo no se encrespa ni con
el viento como es normal, a mi entender porque las
tierras y los montes, causa y origen de las tempesta¬
des, son escasos, y una masa profunda de un mar inin¬
terrumpido se pone en movimiento con mayor dificul¬
tad. Investigar la naturaleza de este Océano y sus 6
mareas no corresponde a un trabajo de este tipo y
ya lo han tratado otros muchos. Unicamente podría
añadirse que en ninguna otra parte extiende más el
mar sus dominios, que hay muchas corrientes en todas
direcciones y que los flujos y reflujos no acaban en
las costas, sino que las aguas penetran en el interior
y lo rodean, invadiendo las colinas y montañas como
si se movieran en su propio medio 35 .
Por lo demás, como suele ocurrir con los países 11
bárbaros, no se conoce con exactitud quiénes habita¬
ron Britania en un principio, si eran indígenas o inmi¬
grados. Su aspecto físico varía, y de ahí las diversas
hipótesis. La cabellera rubia de los que habitan Cale- 2
donia y sus grandes miembros certifican su origen
germano. Los rostros atezados de los sílures 36 , su pelo
de ordinario ondulado y el hecho de estar Hispania
enfrente hace creer que antiguos iberos pasaron el
mar y ocuparon aquella zona. Los próximos a los galos
guardan semejanza con éstos, bien porque perdure la
influencia del origen, bien porque en tierras situadas
33 Ya habían hablado de ellas Plinio y Mela.
34 Debe de tratarse de Mainland, la más grande de las islas
Shetland.
33 Tácito parece describir aquí las rías de la costa O. de
Escocia.
35 Habitantes del S. de Gales y Monmouthshire actuales.
64
TÁCITO
AGRÍCOLA
65
unas frente a otras la posición geográfica y el clima
3 inf luyen en el aspecto corporal. De todos modos, en
una estimación general, es verosímil que los galos ocu¬
paran la vecina isla; se pueden reconocer sus ritos y
sus inclinaciones supersticiosas 37 ; la lengua no es muy
diferente 38 ; la misma osadía para buscar los peligros
y el mismo miedo para escapar de ellos cuando se les
4 presentan 39 . Los britanos, con todo, muestran más fie¬
reza, porque no los ha enervado aún una paz prolon¬
gada. De hecho, sabemos que también los galos sobre¬
salieron en las guerras; después, la apatía penetró en
ellos de la mano de la tranquilidad y perdieron el va¬
lor y la libertad a un tiempo 40 . Lo mismo les sucedió
a los britanos antaño vencidos 41 ; los demás permanecen
igual a como fueron antes los galos.
12 Su fuerza está en la infantería. Algunas tribus com¬
baten también en carros 42 ; el noble es el auriga; los
clientes van delante combatiendo. En otro tiempo obe¬
decían a reyes; ahora se ven arrastrados por las am-
2 biciones partidistas de cabecillas. Nada nos resulta
más útil frente a naciones potentes que el que no
velen por sus intereses comunes; es muy rara la unión
de dos o tres tribus para rechazar un peligro común.
Luchan cada cual por su cuenta y terminan por ser
vencidos todos.
3 El cielo se ve oscurecido por continuas lluvias y
nieblas, pero no se dan los fríos rigurosos. La duración
de los días es mayor que en nuestras latitudes. La
37 El druidismo.
38 Tácito no distingue entre el gaélico y el britónico.
39 Comparar con César, B. G. III 19, 6.
« Tácito resume a César, B. G. VI 24; compárese también
este pasaje con Germania 28, 1.
♦i Por Claudio.
43 Sobre las maniobras de carros, véase César, B. G. IV 24:
según algunos autores latinos, estarían provistos de hoces.
noche es clara y corta en la extremidad de Britania,
de modo que apenas puedes distinguir, en un breve
crepúsculo, el fin y el comienzo del día 43 . Aseguran 4
que, si las nubes no lo impiden, se ve el resplandor
del sol durante la noche y que éste ni se esconde ni
sale, sino que cruza el horizonte sin más. Desde luego,
la parte extrema y plana de la tierra, con sombras a
ras de suelo, no llega a proyectar la oscuridad y la
noche discurre por debajo del cielo y de los astros 44 .
El suelo es rico, excepto en olivos, vid y demás pro- s
ductos que se dan habitualmente en tierras más tem¬
pladas. Maduran tarde, crecen con rapidez; la causa
es la gran humedad del terreno y del ambiente. Pro- 6
duce Britania oro, plata y otros metales 45 , que cons¬
tituyen un premio para las victorias. El Océano da
perlas, aunque algo oscuras y descoloridas; algunos
piensan que se debe a la poca habilidad de los pescado¬
res, pues en el Mar Rojo se arrancan vivas y palpitan¬
tes de las rocas, mientras que en Britania se recogen a
medida que el oleaje las lanza a la costa. Por mi parte,
me inclino a creer mejor que falta calidad a las perlas
que a nosotros codicia.
Los britanos obedecen dócilmente a las levas, los 13
impuestos y demás cargas que impone una ocupación,
si no reciben malos tratos; no soportan éstos, pues en
su sumisión admiten la obediencia, no llegan a la es¬
clavitud.
43 Afirmación válida, en todo caso, para las noches de ve¬
rano; el autor recuerda más fácilmente los días de campaña.
44 Según Plinio el Viejo, la tierra era un disco de bordes
aplanados y proyectaba una sombra poco espesa, que no alcan¬
zaba el cielo ni los astros. Pero tal vez este pasaje no implique
que Tácito no crea que la tierra es una esfera; compárese con
Germania 45, 1.
45 Estaño, plomo, hierro y cobre.
36.-5
66
TÁCITO
AGRÍCOLA
67
El primero de los romanos que penetró en Britania
con un ejército fue el divino Julio ¥s , quien, aunque
puso en fuga a sus habitantes en una batalla victo¬
riosa y se adueñó de la costa, da la impresión de que
señaló este territorio a sus sucesores, pero no les trans-
2 mitió su conquista. Hubo después guerras civiles, las
armas de los príncipes se volvieron contra la República
y se produjo un largo olvido de Britania, incluso en
época de paz. El divino Augusto llamaba a esto polí¬
tica; Tiberio lo consideraba una orden 47 . Gayo César
proyectó, con toda seguridad, invadir Britania, pero su
carácter era voluble y propenso al arrepentimiento y
sus grandes planes contra Germania se habían frus-
3 trado 4 ®. El divino Claudio fue el promotor de repetir
la empresa, haciendo pasar legiones y tropas auxilia¬
res, y dispuso la participación de Vespasiano, lo que
para éste constituyó el comienzo de su gloria futura;
fueron sojuzgados pueblos enteros, capturados reyes,
y los hados mostraron a Vespasiano como su elegido.
14 El primer consular 49 que gobernó Britania fue Aulo
Plaucio y después Ostorio Escápula 50 , excelentes sol¬
dados ambos. La parte más cercana de Britania fue
reducida poco a poco a la condición de provincia y se
le añadió una colonia de veteranos 51 . Algunas ciuda¬
des fueron entregadas al rey Cogidumno, que perma¬
neció muy leal 52 hasta nuestros tiempos, siguiendo un
antiguo sistema muy empleado por la política exterior
4* En el 54 a. C.
« Se encontraba en el testamento de Augusto.
48 Tácito habla de este asunto en Hist. IV 15, y Germ. 37.
4* Es decir, de los gobernadores de clase consular,
so Del 44 al 47 y del 47 al 52, respectivamente.
5i En Colchester; cf. An. XII 32.
5t Fue llamado «legado de Augusto en Britania», titulo ex¬
cepcional en personajes no romanos.
romana, que consiste en emplear a reyes como instru¬
mento de esclavitud.
Didio Galo conservó lo conquistado por sus ante- 2
cesores y se limitó a situar algunos fuertes más ade¬
lantados para ganar fama de haber hecho prosperar
su gestión. A Didio sucedió Veranio, quien murió antes
jg terminar el año. Después Suetonio Paulino consi- 3
guió buenos resultados en su mandato de dos años,
sometiendo algunas tribus y reforzando las guarnicio¬
nes. Apoyándose en esto y exponiendo su retaguardia
a una sorpresa, atacó la isla de Mona 53 , que suminis¬
traba ayuda a los rebeldes.
En efecto, alejado el miedo con la ausencia del le- 1*
gado, los britanos comentaban entre ellos los males de
su esclavitud; comparaban sus respectivas humillacio¬
nes y se irritaban al comentarlas: de nada les servía
la paciencia sino para recibir órdenes más duras, dado
que las soportaban dócilmente. En otro tiempo habían 2
tenido un rey de cada vez; ahora se les imponían de
dos en dos; de ellos, el legado se ensañaba en sus
personas y el procurador en sus bienes. Tan desastrosa
era para los súbditos la discordia entre los gobernan¬
tes como la concordia de sus esbirros. Los centurio¬
nes del uno y los siervos del otro 54 unían la violencia
a las injurias; nada podía sustraerse a su avidez y ca¬
pricho. En la batalla, el más valeroso es quien se lleva 3
el botín, pero ahora gente floja y cobarde les arreba¬
taba las casas, robaba sus hijos, les imponía levas,
como si únicamente por su patria no supieran morir.
¿Qué contingentes habían pasado a la isla si se com¬
paraban con sus propias fuerzas? En tal situación, las
53 Anglesey; cf. An. XIV 29, donde se narra la resistencia
de los druidas.
54 Los centuriones del gobernador y los libertos del procu¬
rador, llamados desdeñosamente esclavos.
68
TÁCITO
AGRÍCOLA
69
naciones germanas se habían sacudido el yugo M , y eso
que estaban protegidas por un río, no por un Océano.
4 Los móviles de la guerra eran para ellos su patria,
padres y esposas; para los romanos, la codicia y los
placeres. Terminarían por retirarse como se retiró el
divino Julio 56 con tal de que emulasen el valor de sus
mayores. Y no se echaran a temblar por el resultado
de una o dos batallas: más ímpetu hay en los ampa¬
rados por la fortuna, pero más tesón en los abando-
5 nados por ella. Hasta los dioses se compadecían de los
britanos, pues mantenían al jefe romano alejado y re¬
legado al ejército en otra isla. Por su parte, ya se ha¬
bían sentado a deliberar, cosa muy difícil hasta en¬
tonces. Para terminar, en planes como aquéllos era
más peligroso dejarse sorprender que adoptar resolu¬
ciones audaces.
16 Animándose entre sí con estos argumentos y otros
semejantes, emprendieron todos juntos la guerra al
mando de Boudicca 57 , mujer de sangre real, pues no
hay discriminación entre los sexos 58 para desempeñar
funciones de poder. Tras perseguir a los soldados des¬
perdigados por los fuertes y asaltar guarniciones 59 ,
llegaron a invadir la colonia, por considerarla el foco
de su esclavitud: la ira y la victoria no omitieron
nin guna especie de crueldad connatural a los bárbaros.
2 Si Paulino, informado de la rebelión de la provin¬
cia, no hubiera acudido con presteza, Britania se ha¬
bría perdido. La redujo a la antigua obediencia gracias
55 Alusión a la revuelta de los germanos en el 9 d. C.
56 Más que irónico dicho por los britanos, sería simple¬
mente un apelativo sancionado por el uso, como puede dedu¬
cirse leyendo al mismo Tácito.
57 Mujer de Prasutago, rey de los Ícenos; en celta significa
«victoria»; véase An. XIV 31 y sigs., y Dión Casio, LXII 1 y sigs.
58 Véase An. XIV 35.
59 Otra versión en An. XIV 33.
a la suerte de una sola batalla 60 , pero hubo muchos
que retuvieron las armas, porque les intranquilizaba
¡a mala conciencia de su defección y, ya particular¬
mente, el temor al legado, no fuera que, aunque exce¬
lente por lo demás, actuara con intransigencia contra
los rendidos y con excesiva dureza, al vengar cada
afrenta haciédolas todas suyas.
En consecuencia, fue enviado Petronio Turpiliano 61 , 3
en la idea de que sería más asequible y, ajeno a los
delitos de los enemigos, más suave con los arrepenti¬
dos. Restablecida la situación anterior, no se atrevió a
más y entregó la provincia a Trebelio Máximo 42 . Tre-
belio, más apático y sin ninguna experiencia militar,
mantuvo la situación de la provincia con una gestión
más benevolente. Aprendieron también los bárbaros a
condescender con los vicios seductores y el intervalo
de las guerras civiles proporcionó una buena excusa
para la negligencia. Pero la indisciplina provocó moti¬
nes, porque el soldado, acostumbrado a las campañas,
degeneraba con la inacción. Trebelio, tras evitar la ira 4
de los soldados, indecorosa y vilmente, con la huida
y los escondrijos, recuperó el mando, aunque en pre¬
cario, y, como si se diera rienda suelta a la indisci¬
plina del ejército a cambio de la salvación del jefe,
la rebelión transcurrió sin derramamiento de sangre.
Tampoco Vetio Bolano (persistían las guerras civi¬
les) 63 trató a Britania con energía: la misma apatía
para con los enemigos, idéntica insubordinación en
los campamentos; sólo que Bolano, inocente y sin
cometer delito que lo hiciera odioso, a falta de auto¬
ridad se había ganado el afecto de todos.
60 Véase, para todo esto, An. XIV 38 y sigs.
61 Ejecutado por Galba el 68.
62 Del 63 al 69.
63 El 69, año de «los cuatro emperadores».
70
TÁCITO
17 Pero cuando Vespasiano recobró Britania junto con
el resto del imperio romano, hubo grandes jefes 64 , ex¬
celentes ejércitos, y las esperanzas de los enemigos
quedaron reducidas a la nada. Petilio Cerial sembró
pronto el terror al atacar a la tribu de los brigantes «,
considerada la más populosa de toda la provincia. Se
produjeron combates, en ocasiones no incruentos; se
apoderó de gran parte del país de los brigantes me¬
diante conquistas definitivas o con simples incursio-
2 nes. Cerial, desde luego, habría arrinconado la gestión
y la fama de cualquiera que debiera sustituirlo. Pero
le sucedió, y supo mantener la línea anterior, Julio
Frontino, hombre grande en la medida de lo permiti¬
do; sometió con las armas a la potente y belicosa na¬
ción de los sílures, tras superar, además del valor de
los enemigos, las dificultades del terreno.
18 Con esta situación en Britania y estas alternativas
en la guerra se encontró Agrícola, al realizar la tra¬
vesía 66 mediado ya el verano, cuando, como si se hu¬
bieran interrumpido las operaciones, los soldados tor¬
naban a su inacción y los enemigos al acecho de su
oportunidad.
No mucho antes de su llegada, la tribu de los ordo-
vices 67 había aniquilado casi en su totalidad a una uni¬
dad de caballería que operaba en su territorio, y ésta
2 fue la chispa que sublevó a la provincia. Los partida¬
rios de la guerra aprobaban este ejemplo y trataban
de descubrir las intenciones del nuevo legado. Agrícola,
aunque había pasado la buena estación, los efectivos
se hallaban diseminados por la provincia y se había
m Cerial y Frontino.
65 Confederación de tribus que comprendía el territorio entre
el Trent y el Humber por el S., y una línea situada al S. del
istmo Tyne-Sohvay por el N. Eran muy belicosos.
66 En el 77 o 78. Se refiere al cruce del Canal.
67 Vivían en el centro y N. de Gales.
AGRÍCOLA
71
extendido entre los soldados la idea de que aquel año
descansarían, todo lo cual retrasaba y obstaculizaba
e l inicio de una guerra, y, por otro lado, a muchos les
parecía más oportuno vigilar los puntos sospechosos,
decidió afrontar el riesgo a pesar de todo y, reunidos
los destacamentos de las legiones y una pequeña fuerza
auxiliar, viendo que los ordovices no se atrevían a des¬
cender al llano, él en persona se colocó al frente del
ejército para que, a la vista de un peligro igual, el
ánimo de todos fuera el mismo, y dirigió el ejército
monte arriba. Aniquilada casi toda la tribu, sabiendo 3
que debe sacarse partido a la fama y que, conforme
fueran los primeros resultados, los demás se verían
dominados por el terror, planeó restablecer el domi¬
nio en la isla de Mona, a cuya ocupación, según he
indicado, debió renunciar Paulino por la rebelión de
toda la provincia. Pero, al tratarse de una decisión 4
repentina, no disponía de naves; la inteligencia y la te¬
nacidad del jefe salvaron las dificultades. Tras hacer
que dejasen la impedimenta, envió a gente selecta de
las tropas auxiliares que conocían los pasos vadeables
y sabían nadar con la habilidad de aquellos pueblos,
conduciendo sus caballos y portando las armas al
mismo tiempo; la operación se llevó a cabo tan de
repente que los enemigos, que esperaban una flota,
unas naves, en fin, una maniobra naval, quedaron ano¬
nadados, creyendo que nada difícil ni insuperable ha¬
bría para los que guerreaban de aquel modo.
Con la solicitud de paz y la rendición de la isla, s
Agrícola cobró fama de hombre ilustre y grande, pues
al comenzar su gestión en la provincia había elegido
la fatiga y el peligro, mientras que otros pasaban ese
tiempo entre jactancias e intrigas cortesanas. Tampo- 6
co se aprovechó Agrícola del feliz resultado de los
acontecimientos para su vanagloria, ni llamaba cam¬
paña o victoria al hecho de mantener a los vencidos
72
TÁCITO
AGRICOLA
73
en su situación anterior; ni siquiera divulgó sus ha¬
zañas colocando laureles 68 en sus documentos oficia-
les; aumentó su fama disimulándola, dejando entrever
cuánta esperanza de gestas futuras había en quien ca¬
llaba las presentes, aun siendo tan importantes.
19 Por lo demás, conocedor de los sentimientos de la
provincia y sabedor, por experiencia ajena, de lo poco
útiles que son las armas si van seguidas de injusticias,
decidió suprimir las potenciales causas de la guerra.
a Empezando por él y por los suyos, como primera
providencia, puso límites a su propia casa, algo que
para muchos es no menos difícil que gobernar nnq
provincia. Ningún asunto público se encomendó a li¬
bertos y esclavos. No elegía a centuriones o soldados
por simpatía personal, recomendación o ruegos, sino
que consideraba dignos de la máxima confianza a los
3 mejores. Sabía todo; no todo lo exigía. Perdonaba las
faltéis leves, castigaba con severidad las graves; pero
no siempre exigía castigo y se conformaba las más de
las veces con el arrepentimiento. Prefería poner al
frente de los cargos de la a dmini stración a hombres
que no delinquieran, mejor que castigarlos por haber
delinquido.
4 Trataba de suavizar las exacciones de trigo y de
tributos con la equidad en las cargas, suprimiendo lo
que, ideado para lucrarse, se toleraba más penosamen¬
te que el propio tributo. En efecto, se los obligaba,
entre burlas, incluso a comprar trigo y a pagarlo. Se
les señalaban para entregarlo caminos apartados y
regiones alejadas, de modo que aun las ciudades que
tenían en sus proximidades cuarteles de invierno, lo
transportaban a lugares remotos e inaccesibles, hasta
conseguir que lo que estaba al alcance de todos resul¬
tase lucrativo para unos pocos 69 .
Reprimiendo prontamente estos abusos, durante su 20
primer año rodeó de una aureola de prestigio una paz
que había sido más temible que la guerra por la incuria
o la tiranía de sus predecesores. Pero cuando llegó el 2
buen tiempo, reunido el ejército, intervenía continua¬
mente en las marchas, elogiaba la disciplina y reducía
a los que se habían separado de ella. Elegía personal¬
mente el lugar para los campamentos, exploraba los
estuarios y los bosques 70 . Entretanto, no daba tregua
a los enemigos, sino que saqueaba sus territorios con
súbitas incursiones y, cuando los había aterrorizado lo
suficiente, les señalaba las ventajas de la paz al perdo¬
narlos de nuevo. Con esta táctica, muchas tribus que 3
hasta entonces nos habían tratado en un plano de
igualdad, entregaron rehenes, depusieron su ira y que¬
daron rodeadas de guarniciones y fuertes 71 con tanta
estrategia y cuidado que nunca fue hostigada alguna
zona de Britania que hubiera sido conquistada recien¬
temente.
Se empleó el invierno siguiente para la realización 21
de planes muy convenientes. Como aquellos hombres
dispersos y toscos, y por ello propensos a las luchas,
& El sentido de este pasaje, según Marín Peña, es el siguien¬
te: cuando el grano escasea, los provinciales han de comprar
en los graneros imperiales el que necesitan para pagar sus
prestaciones al gobernador y al ejército, y, para ello, han de
permanecer ante los graneros cerrados y pagar el grano adqui¬
rido a un precio arbitrario; donde el grano abunda, los lugares
de entrega están muy lejos y el oneroso transporte se redime en
metálico. Este tipo de abusos, denunciado por Cicerón en las
«Verrinas» con relación a los sicilianos, podría haber sido una
de las causas de la rebelión de Boudicca.
70 Agrícola partió de la región de los ordovices y recorrió
la costa NO. de la zona de Chester, que tiene muchos estuarios.
71 Descubiertos en el distrito de Carlisle. (Texto problemá¬
tico.)
68 Símbolo de la victoria.
74
TÁCITO
AGRÍCOLA
75
estuvieran acostumbrados a pasar el descanso y eL
ocio entre placeres, los animaba en privado, ayudaba
a sus comunidades a construir templos, mercados y
casas, elogiando a los diligentes, criticando a los indo¬
lentes; de este modo, el estímulo a su amor propio
sustituía a la coacción.
2 Además, iniciaba a los hijos de los jefes en las artes
liberales; prefería el talento natural de los britanos a
las técnicas aprendidas de los galos, con lo que quienes
poco antes rechazaban las lengua romana se apasio¬
naban por su elocuencia. Después empezó a gustarles
nuestra vestimenta y el uso de la toga se extendió.
Poco a poco se desviaron hacia los encantos de los
vicios, los paseos, los baños 72 y las exquisiteces de los
banquetes. Ellos, ingenuos, llamaban civilización a lo
que constituía un factor de su esclavitud.
22 El tercer año de la campaña nos descubrió nuevos
pueblos, tras ser devastadas las tribus hasta el Tánao
(tal es el nombre de un estuario 73 ). Los enemigos, ate¬
rrorizados con tales expediciones, no se atrevieron a
hostigar a un ejército muy castigado ya por duros tem-
2 porales. Hubo ocasión incluso para emplazar fortines.
Los entendidos hacían notar que ningún otro jefe había
elegido los lugares estratégicos con mayor habilidad.
Ningún fuerte de los establecidos por Agrícola había
sido expugnado por ataque enemigo o abandonado por
capitulación o fuga, pues frente a un asedio prolongado
estaban protegidos con víveres suficientes para un afio.
3 Pasaba así el invierno sin sobresaltos. Eran frecuentes
las salidas y cada uno era protección para sí mismo.
Los enemigos se hallaban presos de rabia y desespera-
72 Los principales en Aguae Sulis (Bath).
73 Según Saint-Denis, sería en el Tyne y no podría ser ni el
Clyde ni el Tweed, porque esa zona no se recorrió hasta el año
siguiente.
ción, porque, acostumbrados a compensar con las cam¬
pañas invernales los daños sufridos durante el verano,
se veían superados lo mismo en verano que en in¬
vierno.
Agrícola no se arrogó, codicioso, los éxitos ajenos. 4
Cualquier centurión o prefecto 74 tenía siempre en él
a un testigo insobornable de sus hechos. Algunos lo
consideraban muy duro en sus reprimendas; era tan
amable con los buenos como desabrido con los malos.
Pero de su ira no dejaba nada en su interior, así que
no había motivos para temer su silencio. Consideraba
más honrado enojarse abiertamente que odiar en se¬
creto. , _
El cuarto verano se invirtió en asegurar el territo- z*
no recorrido y, si el valor del ejército y la gloria del
nombre romano lo hubieran permitido, se habría en¬
contrado un límite a nuestra expansión en la misma
Britania 75 , pues el Clyde y el Forth, cuando son em¬
pujados tierra adentro por las corrientes de los dos
mares opuestos, quedan separados por un espacio de
tierra muy estrecho. Estaba bien dotada de guarnicio¬
nes esta zona; dominábamos casi toda la costa vecina
y los enemigos quedaban tan alejados que parecían
estar confinados en otra isla.
En el quinto año de operaciones, pasó Agrícola en 2*
la primera nave 76 y, tras numerosos combates favora¬
bles, sometió a pueblos desconocidos hasta ese mo¬
mento. Colocó guarniciones en la zona de Britania que
74 El centurión mandaba a los legionarios; el prefecto, a la
tropa auxiliar.
75 Es decir, sin Caledonia.
7* Pasaje ambiguo. Resumiendo, sería la primera nave que
pasó cuando se lo permitió la climatología del año, o bien la
primera nave que realizó aquella travesía; nos parece más ve¬
rosímil la primera interpretación.
76
TÁCITO
AGRÍCOLA
77
mira a Hibernia 77 más que por temor, con la esperan^
za de que Hibernia, situada estratégicamente entre.
Britania e Hispania 78 , y también respecto al mar de 1®;
Galia, podía ponemos en contacto, con ventajas mu¬
tuas, con esta parte tan importante del imperio.
2 Su territorio, si se compara con Britania, es más
pequeño, pero supera a las islas de nuestro mar 79 . El
terreno y el clima, el carácter y costumbres de sus
habitantes, no difieren mucho de los de Britania. Los
accesos y los puertos son conocidos a través del co-
3 mercio y los comerciantes. Agrícola había acogido a
uno de sus reyes, expulsado a raíz de una revuelta in¬
terna, y lo retenía, bajo una apariencia de amistad,
para cuando llegara la ocasión. Le oí decir muchas
veces que se podía vencer y ocupar Hibernia con una
sola legión y un contingente no excesivo de tropas
auxiliares, y que tal medida sería de gran utilidad
frente a Britania, si sus habitantes veían armas roma¬
nas por todas partes y la libertad les era arrebatada
como de la vista.
25 Por lo demás, en el verano que daba paso al sexto
año de su mandato, operó en tomo a los pueblos si¬
tuados más allá del Forth; temiendo una revuelta ge¬
neral de las tribus de aquella zona y que, por tanto,
los caminos estuvieran hostigados por el ejército ene¬
migo, exploró los puertos con una flota 80 . Agrícola fue
el primero en incluirla en el plan general de opera¬
ciones; avanzaba ofreciendo un gran espectáculo, im¬
pulsando la guerra por tierra y por mar simultánea¬
mente; con frecuencia se hallaban en los mismos
campamentos el infante y el jinete junto con el soldado
77 Irlanda.
78 Recuérdese el error geográfico de la nota 30.
7* Sicilia, Cerdeña y Córcega.
80 La flota Británica tenía su base principal en Boulogne
y secundarias en Britania.
de marina, compartiendo sus víveres y su alegría, exa¬
gerando sus respectivas acciones y aventuras y compa-
^ndo, con la típica jactancia de los soldados, las pro¬
fundidades de las selvas y de los montes unos, los
peligros de las tempestades y el oleaje otros; de un
lado, la victoria en tierra sobre el enemigo; de otro,
el dominio logrado sobre el Océano.
Se sabía también por los prisioneros que la apari- 2
ción de la flota dejaba consternados a los britanos,
como si, abierto el secreto de su mar, se cerrase para
los vencidos su último refugio. Los pueblos que habi- 3
taban la Caledonia emprendieron la acción bélica con
grandes preparativos, exagerados por la fama (como es
normal cuando algo no se conoce) y su ofensiva contra
los fortines había infundido temor por ser ellos los que
tomaron la iniciativa. Los cobardes, bajo la apariencia
de prudentes, aconsejaban que debían regresar al lado
de acá del Forth y que era mejor retroceder que ser
expulsados, cuando entretanto Agrícola se entera de
que el enemigo atacaría en varias columnas y, para 4
no verse cercado por un adversario superior en nú¬
mero y con mejor conocimiento del terreno, avanzó
con su ejército dividido también en tres cuerpos.
Cuando el enemigo se enteró de esto, cambió re- 26
pentinamente sus planes y atacaron por la noche con
todos sus efectivos a la novena legión, por conside¬
rarla más débil 81 . Mataron a los centinelas e irrum¬
pieron en medio del sueño y del tumulto; ya se luchaba
en el campamento mismo, cuando Agrícola, informado
por unos exploradores del itinerario de los enemigos,
y pisándoles los talones, manda que los jinetes e in¬
fantes más veloces salten sobre la retaguardia de los
combatientes y que todos a una prorrumpan en gri¬
teríos. Por otra parte, comenzaron a refulgir las en-
8 i La misma, derrotada en la revuelta de Boudicca.
78
TÁCITO
AGRÍCOLA
79
2 señas con los primeros resplandores del día. Los bri-
tanos quedaron atemorizados por el doble ataque; los
de la novena legión recobraron la moral y, seguros de
su salvación, luchaban por la gloria; efectuaron in¬
cluso una salida, con lo que se produjo un combate
feroz justo en el estrechamiento de las puertas, hasta
3 que se rechazó al enemigo, rivalizando los dos ejér¬
citos, los unos para hacer ver que llevaban auxilio, los
otros para dejar claro que no los necesitaban. Si los
pantanos y los bosques no hubieran protegido a los
fugitivos, aquélla hubiera sido la victoria definitiva.
27 Los soldados, conscientes de su acción y envalen¬
tonados por la fama adquirida, gritaban que nada había
inalcanzable por su valor, que se debía penetrar en Ca-
ledonia y encontrar de una vez el confín extremo de
Britania con una serie ininterrumpida de combates.
Todos los cautos y prudentes poco antes, ahora eran
audaces y fanfarrones tras el éxito. Es ésta una condi¬
ción injustísima de las guerras: los buenos resulta¬
dos todos los reclaman para sí; los malos, se los impu¬
tan a uno solo.
2 Pero los britanos opinaban que no habían sido ven¬
cidos por coraje, sino por la sorpresa y por la astucia
del jefe enemigo, con lo cual no depusieron ni un ápice
su orgullosa actitud. Muy al contrario, armaron a sus
jóvenes, llevaron a lugares seguros a sus mujeres y
niños y ratificaron con asambleas y sacrificios la coa¬
lición de las tribus. Con los ánimos así enardecidos,
ambos ejércitos se separaron.
28 Durante el mismo verano 82 una cohorte de úsipos 83 ,
reclutada en Germania y trasladada a Britania osó co¬
meter una fechoría grande y memorable. Muerto un
62 Esta digresión ha supuesto un problema para algunos a
la hora de enjuiciar la obra. Véase la Introducción.
83 Pueblo citado por Tácito en Germ. 32, y César, B. G. IV 4.
centurión y ciertos soldados que, incluidos en los ma¬
nípulos para enseñar la instrucción, actuaban como
modelo y guía de los demás, subieron a tres naves
libúmicas 84 llevando a la fuerza a sus timoneles; uno
de ellos consiguió volver remando, los otros dos se
hicieron sospechosos y fueron asesinados. Aún no se
había divulgado la noticia y ya navegaban junto a la
costa como algo milagroso. Después, cuando desembar- 2
carón en busca de agua y provisiones, como trabasen
combate con numerosos britanos que defendían sus
bienes, saliendo vencedores las más de las veces, derro¬
tados otras, llegaron a tal extremo de indigencia que
se comieron a los más débiles para terminar entrando
todos a sorteo. Así rodearon Britania 85 ; perdieron las
naves por su desconocimiento de la navegación. Toma¬
dos por piratas, fueron capturados primero por los
suevos, después por los frisios. Hubo algunos que, ven¬
didos como mercancías y yendo a parar a nuestra
orilla M tras sucesivos intercambios de mercaderes, se
hicieron famosos con el relato de sus aventuras.
Al comienzo de la campaña siguiente hubo de so- 2>
portar Agrícola una desgracia familiar: perdió un hijo
nacido el año anterior. No sobrellevó este infortunio
con alardes de serenidad como la mayoría de los gran¬
des hombres, ni, por el contrario, entre lamentaciones
y manifestaciones de tristeza, como las mujeres. En su
aflicción, la guerra se encontraba entre los posibles re¬
medios. Así pues, enviada por delante la flota para que 2
con un pillaje indiscriminado provocase un terror gran¬
de e indefinido, con el ejército equipado a la ligera, al
que había añadido los britanos más valientes y proba-
M Navios ligeros de guerra. (Texto problemático.)
85 Quizá este periplo decidió a Agrícola a intentar la cir-
cumnavegación de Britania.
88 La orilla O. del Rin.
80
TÁCITO
AGRÍCOLA
81
dos durante la prolongada paz, llega al pie del monte
Graupio 87 , ocupado ya por el enemigo.
3 Los britanos no se hallaban quebrantados por el
resultado de la batalla anterior. Esperando la revan¬
cha o la esclavitud y, convencidos por fin de que debía
rechazarse el peligro común con la unión, habían con¬
citado las fuerzas de todas las tribus mediante emba-
4 jadas y pactos. Veíanse ya más de treinta mil hombres
armados y aún acudía toda la juventud y a quienes su
vejez los mantenía fuertes y vigorosos, varones escla¬
recidos en la guerra, llevando cada uno sus propios
distintivos, cuando un jefe llamado Calgaco, que so¬
bresalía entre los demás por su valor y linaje, se dice
que habló de esta manera ante la multitud congregada
que pedía combatir:
91 «Cada vez que contemplo los motivos de esta gue¬
rra 88 y nuestra crítica situación, tengo la firme con¬
vicción de que el día de hoy y vuestra unión serán el
comienzo de la liberación de toda Britania. En efecto,
os habéis reunido todos los que estáis exentos de la
esclavitud; no queda ya terreno para retroceder ni
mar seguro mientras tengamos la amenaza de la flota
romana. En tales circunstancias, el combate y las armas,
que son honor para los valientes, resultan asimismo la
defensa más eficaz para los cobardes.
2 »Los que lucharon antes que nosotros contra los
romanos con suerte diversa tenían la esperanza de so¬
corro en nuestras manos, porque, siendo los más no¬
bles de toda Britania y habitando por ello lugares re¬
servados, no vemos las costas de los esclavos 89 y
tenemos hasta los ojos sin profanar por el contagio
87 Los Grampianos; atraviesan Escocia del NE. al SO.
s* Este capítulo está evidentemente inspirado en la arenga
que dirige Catilina a sus partidarios antes de la batalla de
Pistoya (cf. Sall., Cat. 58).
w Las costas de la Galia.
de la opresión. A nosotros, los últimos habitantes de 3
la tierra y de la libertad, nos ha defendido hasta el
presente el mismo alejamiento y el hallamos a cubierto
de la fama. Ahora el confín de Britania está abierto y
todo lo desconocido se piensa que es magnífico. Pero
tras nosotros no existe raza humana, sino olas y rocas
y, más hostiles que éstas, los romanos, cuya soberbia
en vano se evita con la obediencia y el sometimiento.
Saqueadores del mundo, cuando les faltan tierras para 4
su sistemático pillaje, dirigen sus ojos escrutadores
al mar. Si el enemigo es rico, se muestran codiciosos;
si es pobre, despóticos; ni el Oriente ni el Occidente
han conseguido saciarlos; son los únicos que codician
con igual ansia las riquezas y la pobreza. A robar, ase¬
sinar y asaltar llaman con falso nombre imperio, y paz
al sembrar la desolación.
»La naturaleza ha dispuesto que lo más querido 31
para cada uno sean sus hijos y familiares; las levas
nos los arrebatan para servir en otras tierras. Aun en
el caso de que vuestras esposas y hermanas hayan
escapado a la lujuria del enemigo, están siendo man¬
chadas por unos falsos amigos o huéspedes. Los bienes
y las fortunas están siendo arrumados por los tribu¬
tos; la cosecha anual, por los aprovisionamientos; vues¬
tros mismos cuerpos y manos, entre golpes e insultos,
para hacer viables los bosques y los pantanos.
•Los esclavos, nacidos para la esclavitud, son pues- 2
tos a la venta una sola vez y, además, sus amos los
alimentan. Britania compra y sustenta diariamente su
propia servidumbre. Y así como entre la familia 90 el
esclavo recién llegado es motivo de burla para sus
compañeros, así en esta ya antigua esclavitud de todo
el orbe, a nosotros, nuevos y despreciables, se nos
w Tomado familia en el sentido latino, es decir, la inte¬
grada por famuli.
36.-6
82
TÁCITO
AGRÍCOLA
83
busca para destruimos, pues no tenemos campos, ni
minas, ni puertos, para cuya explotación fuéramos re-
3 servados 91 . Además, el valor y el orgullo de los vasallos
desagradan a sus dominadores, y el asentamiento en
un lugar apartado es tanto más sospechoso cuanto más
seguro. Pues bien, desvanecida la esperanza de perdón,
cobrad ánimo tanto los que apreciáis la propia salva-
4 ción como los que miráis antes por la gloria. Los bri-
gantes, a las órdenes de una mujer 92 , fueron capaces
de quemar una colonia, de tomar un campamento y,
si su buena estrella no los hubiera vuelto negligentes,
incluso de sacudirse el yugo definitivamente. Nosotros,
con las fuerzas intactas, indómitos y dispuestos a con¬
quistar la libertad, no a merecer el arrepentimiento,
mostremos ya de entrada en el primer choque qué
hombres ha reservado Caledonia para defenderse.
32 «¿Creéis que los romanos conservan en la guerra
un coraje parejo a su desenfreno en la paz? Famosos
gracias a nuestras desavenencias y discordias, convier¬
ten los defectos de los enemigos en gloria para su
ejército. Ejército al que, reclutado entre pueblos muy
diversos, las circunstancias favorables lo mantienen
unido y al que, por tanto, las adversas lo disolverán,
a no ser que penséis que los galos, los germanos y
(vergüenza me da decirlo) muchos de los britanos,
aunque presten su sangre a la tiranía extranjera, frente
a la que, en cambio, han sido por más tiempo enemigos
que esclavos, estén unidos a ella por lazos de fidelidad
y adhesión.
91 Escocia sólo tenía entonces pastos y montañas.
92 Lo que se dice a continuación pertenece, en realidad,
al levantamiento de Boudica; lo mismo que las sevicias su¬
fridas por aquella reina y sus hijas citadas en la expresión
«están siendo manchadas...», del comienzo de este mismo capí¬
tulo; desde luego los bligantes también tuvieron una reina,
Cartimandua (cf. An. XII 36 y sigs.).
»E1 miedo y el terror son débiles vínculos de amis- 3
tad: cuando se consigue alejarlos, empiezan a odiar
quienes han dejado de temer. Todos los estímulos para
la victoria están a nuestro favor: ninguna esposa puede
enardecer aquí a los romanos; tampoco están sus pa¬
dres para reprocharles la fuga. Muchos, o no tienen
patria o es distinta de Roma. Escasos en número, te¬
merosos por su desorientación, mirando en tomo suyo
el cielo mismo, el mar y los bosques, todo descono¬
cido para ellos, los dioses los pusieron en nuestras
manos como encerrados y encadenados. No os asuste 3
su vano aspecto y el brillo del oro y de la plata 93 , que
ni protege ni hiere. En las propias líneas de los ene¬
migos encontraremos ayuda: los britanos reconocerán
su causa 94 , los galos recordarán su libertad anterior,
los demás germanos los abandonarán como hace poco
lo hicieron los úsipos, y ya no hay más motivos de te¬
mor; fuertes vacíos, colonias de ancianos 95 , municipios
echados a perder y en desavenencia, entre los que obe¬
decen mal y los que mandan injustamente.
»Aquí hay un jefe y un ejército; allí, tributos, mi- 4
ñas 96 y demás castigos propios de esclavos. Si vamos
a sufrirlos para siempre o vengarlos al punto, se va a
decidir en esta llanura. Así que, cuando entréis en
combate pensad en vuestros antepasados y descen¬
dientes.»
Acogieron esta arenga con entusiasmo y, como es 33
costumbre entre los bárbaros, con rugidos, cánticos y
gritos destemplados. Ya se veían avanzar con los ful¬
gores que despedían las armas de los que se adelan-
92 De las enseñas.
99 Que formaban en el ejército romano como tropas auxi¬
liares; Calgaco ya ha aludido a ello.
S5 Situación exagerada a propósito, natural en una arenga.
Por la misma razón llama ancianos a los soldados veteranos.
*6 Es decir, trabajo en las minas.
84
TÁCITO
AGRÍCOLA
85
taban con más audacia. Estaban formando la línea de
batalla, cuando Agrícola, pensando que, si bien el sol¬
dado se hallaba animado y apenas podía ser contenido
en las trincheras, debía infundirle un ardor mayor
2 aún, les habló» 7 así: «Han pasado seis años, camara¬
das, desde que doblegasteis Britania con vuestro valor
y bajo los auspicios del pueblo romano y con mi leal¬
tad y esfuerzo. En tantas expediciones y combates, ya
precisáramos de valentía frente a los enemigos, o bien
tenacidad y capacidad de sufrimiento casi frente a la
misma naturaleza, ni me ha pesado a mí de mis solda-
3 dos ni a vosotros de vuestro jefe. Pues bien, habiendo
rebasado los límites de los legados que me precedie¬
ron y vosotros los de los anteriores ejércitos, ocupa¬
mos el confín de Britania no por la fama y el rumor,
sino con campamentos y armas. Britania está descu¬
bierta y sometida.
4 «Muchas veces durante las marchas, a pesar de
agotaros los pantanos, los montes o los ríos, oía las
voces de los más animosos: '¿cuándo se nos presen¬
tará el enemigo para poder combatir?' Pues ahí vienen,
sacados de sus guaridas. Al alcance está el cumpli¬
miento de vuestros valerosos deseos. Todo es favora¬
ble para los vencedores, así como adverso para los
5 vencidos. Haber conseguido recorrer tanto camino, su¬
perar bosques, atravesar estuarios, es bello y honroso
mi entras se avanza, pero para los que huyen resulta
extremadamente peligroso lo que ahora parece muy
propicio. En efecto, ya no conocemos igual el terreno
que pisamos ni tenemos la misma abundancia de pro¬
visiones; disponemos de nuestras manos y armas y en
6 ellas está todo. En lo que a mí atañe, tengo compro-
97 Probablemente el discurso de Agrícola tendría que ser
más auténtico: el de Calgaco (algo normal en los historiado¬
res antiguos) sería totalmente fingido.
hado hace tiempo que la huida no es cosa segura ni
para el ejército ni para el jefe. Una muerte honrosa
es preferible a una vida infame; la salvación y el honor
están en el mismo lugar. Y no será poco glorioso haber
caído en el límite mismo de las tierras y de la natu¬
raleza.
»Si tuviéramos enfrente pueblos ignotos y ejércitos 34
desconocidos, os exhortaría con el ejemplo de otros
ejércitos. Reflexionad ahora sobre vuestras hazañas,
interrogad a vuestros ojos: éstos son aquellos a los que,
habiendo atacado el año anterior a una legión con la
sorpresa de la noche, derrotasteis con vuestros gritos.
Éstos son los más rápidos en la huida de todos los
britanos y por eso continúan viviendo tanto tiempo.
De la misma manera que, al penetrar en las selvas y 2
los desfiladeros, se nos venían encima los animales más
fieros, mientras que los más mansos y cobardes se es¬
pantaban sólo con el ruido que hacía la columna al
pasar, así también los más audaces de los britanos
cayeron hace tiempo; queda un grupo de cobardes y
asustadizos. Si los habéis encontrado al fin, no es que 3
pretendan haceros frente, es que han sido sorprendi¬
dos. Su desesperada situación y la torpeza que les pro¬
duce su enorme miedo los dejó clavados en sus propias
huellas, sobre las que daréis el espectáculo de una
honrosa victoria. Acabad con las campañas de una
vez, cerrad con una gran jomada cincuenta años, pro¬
bad a la República que nunca puede imputarse a su
ejército ni la prolongación de la guerra ni las causas
de la rebelión.»
Mientras hablaba Agrícola crecía el ardor de los 35
soldados y una gran explosión de entusiasmo acom¬
pañó el final de su arenga. Al punto corrieron hacia
las armas. Enardecidos como estaban y prontos a pre- 2
cipitarse contra el enemigo, los dispuso de forma que
las tropas auxiliares de infantería, ocho mil hombres.
86
TÁCITO
AGRICOLA
87
formasen en el centro, y los tres mil jinetes se des¬
plegasen en las alas. Las legiones se situaron delante
de la empalizada, lo que supondría un honor en caso
de victoria, al conseguirse sin sangre romana, y una
ayuda si eran rechazadas las fuerzas de delante.
3 Las líneas de los britanos se habían situado en lu¬
gares más altos, para ofrecer un aspecto más temible,
de forma que el primer cuerpo, situado en la llanura,
formaba una línea continua con los demás, colocados
en la pendiente del monte, como si se alzaran para caer
sobre el enemigo. Los carros de guerra ocupaban el
centro de la llanura con ruidosas evoluciones.
4 Agrícola, ante la superioridad numérica del enemi¬
go, temiendo ser atacado simultáneamente por el fren¬
te y por los flancos, distanció las filas a fuer de que
la línea resultase de una longitud desproporcionada;
aunque muchos le aconsejaban que debía acudirse a
las legiones, lleno de esperanza y decidido ante el pe¬
ligro, descabalgó y se colocó, a pie, delante de las en¬
señas.
36 En los primeros choques se combatía a distancia.
Los britanos, con tenacidad y destreza, evitaban o re¬
chazaban nuestros proyectiles utilizando enormes es¬
padas y escudos pequeños y, por su parte, lanzaban
sobre nosotros una nube de dardos, hasta que Agrícola
animó a cuatro cohortes de batavos y dos de tun-
gros 98 para que recurrieran al cuerpo a cuerpo a punta
de espada. Resultábales esto muy habitual en su larga
experiencia guerrera; para los enemigos era muy in¬
cómodo con escudos pequeños y espadas enormes,
9* Los batavos llegaron a ocupar el delta formado por la
rama del bajo Rin, parte de la actual Holanda; levantándose
su jefe Civil contra Vespasiano, fue vencido por Cerial y que¬
daron como buenas tropas auxiliares de caballería. Los tun-
gros fueron a parar a la Galia Bélgica bajo Augusto; desapa¬
recieron con las invasiones germánicas.
pues éstas, al carecer de filo, no permitían cruzar
las armas ni la lucha en un espacio reducido. Así 2
pues, cuando los batavos empezaron a repartir mando¬
bles, a propinar golpes con los salientes de los escu¬
dos, a herir los rostros y, tras matar a los que habían
quedado en la llanura, a enderezar el combate monte
arriba, las restantes cohortes, esforzándose y rivali¬
zando en coraje, mataban a todos cuantos tenían a su
alcance. Incluso se dejaban detrás muchos medio muer¬
tos o ilesos por este apresuramiento en lograr la vic¬
toria.
Entretanto, los escuadrones de jinetes se mezcla- 3
ron en la batalla de infantería cuando huyeron los
carros, pero, aunque hacía un momento habían sem¬
brado el terror, quedaban inmovilizados por el apiña¬
miento de los enemigos y por los accidentes del te¬
rreno. Aquello no ofrecía el aspecto de una lucha
ecuestre: se sujetaban con dificultad en la pendiente
para terminar atropellados por los cuerpos de los ca¬
ballos, y con frecuencia carros sin rumbo y caballos
espantados y sin jinete embestían a los combatientes
por los lados o de frente, según los impulsase su
pánico.
Los britanos que, sin participar todavía en el com- 37
bate, habían ocupado las cotas más altas de las colinas
y que, inactivos, observaban con desdén lo escaso de
nuestras tropas, habían comenzado a bajar poco a
poco y a rodear la retaguardia de los vencedores. Pero
Agrícola, temiendo justamente esto, había opuesto a
los atacantes cuatro cuerpos de caballería * reservados
para cualquier emergencia y, cuanto más violentamen¬
te se precipitaban aquéllos, con tanta mayor dureza
99 Omitidos en la descripción del cap. 35; probablemente se
trata de jinetes romanos, mientras que los de las alas eran
auxiliares.
88
TÁCITO
AGRÍCOLA
89
deshicieron los jinetes su formación y los pusieron en
2 fuga. De este modo, el plan de los britanos se volvió
contra ellos mismos y las unidades de caballería, re¬
tiradas de la parte frontal por orden del jefe, ataca¬
ron las líneas enemigas por la espalda.
En terreno descubierto el espectáculo era grandioso
y atroz: los jinetes perseguían a los britanos, los he¬
rían, capturaban y, si se interponían otros, los mata-
3 ban. Las formaciones enemigas, según el ánimo de cada
cual, daban las espaldas a unos adversarios menos nu¬
merosos. Algunos caían desarmados sobre nosotros y
buscaban una muerte voluntaria. Por doquier, armas,
cuerpos, miembros destrozados y tierra ensangrentada.
A veces los vencidos conservaban su ira y su valor.
4 En efecto, después que llegaron a las proximidades de
los bosques, reagrupándose y conocedores de aquellos
parajes, cercaban a los primeros que los perseguían
sin precauciones. Si Agrícola, que se multiplicaba, no
hubiera mandado algunas cohortes fuertes y armadas
a la ligera recorrer los bosques a modo de batida 100
y que los jinetes reconociesen pie a tierra los lugares
más intrincados y, montados después, las zonas más
despejadas, hubiéramos sufrido algún revés por exce-
s siva confianza. Pero cuando los britanos vieron que los
perseguían de nuevo, ahora ya en formación regular y
compacta, se dieron a la fuga no en grupos, como antes,
ni pendientes unos de otros; dispersos y evitándose,
buscaron lugares lejanos e inaccesibles.
La noche y la hartura de matar pusieron fin a la
persecución. Cayeron alrededor de diez mil enemigos;
de los nuestros, trescientos sesenta; entre ellos, Aulo
Ático, prefecto de una cohorte, quien se precipitó so-
100 Comparación con una cacería, ya utilizada por César
(B. G. VIII 18), Livio (VII 37) y Virgilio (En. IV 121).
bre las líneas enemigas llevado de su ardor juvenil y
la fogosidad de su caballo.
La noche fue gozosa para los vencedores por la 3®
alegría y el botín. Los britanos, errantes, confundidos
los gemidos de hombres y mujeres, recogían a los he¬
ridos, llamahan a los indemnes, abandonaban sus casas
o, fuera de sí, las quemaban, elegían refugios y al
punto los abandonaban. De vez en cuando se intercam¬
biaban consejos y después actuaban por separado. A
veces desfallecían a la vista de sus seres queridos,
pero con más frecuencia se exasperaban y parece ser
cierto que algunos atentaron por piedad contra sus
esposas e hijos.
El día siguiente mostró con mayor claridad la faz 2
de la victoria: por todas partes un silencio profundo,
las colinas desiertas, las casas humeando a lo lejos,
nadie que saliera al encuentro de los exploradores.
Enviados éstos en todas direcciones, cuando se com¬
probó que las huellas de los fugitivos no tenían rumbo
fijo y que el enemigo no se concentraba en ningún
sitio, teniendo en cuenta que, finalizado ya el verano,
no podía extenderse la guerra, desvía el ejército hacia
el territorio de los borestos 101 . Allí, tras recibir rehe- 3
nes, ordenó al prefecto de la flota que costease m Bri-
tania. Se le dieron tropas a este fin, aparte de que el
terror iba precediéndole. Por su parte, dejó en los
cuarteles de invierno a la infantería y la caballería,
tras una marcha lenta, para que los ánimos de los
nuevos pueblos se atemorizasen por la misma lentitud
del viaje. Por la misma época, la flota, con buen tiempo 4
101 Pueblo que, tal vez, habitase hacia la desembocadura del
río Spey.
102 Se piensa que fue una circumnavegación, más que un
simple costeo.
90
TÁCITO
AGRICOLA
91
y el apoyo de la fama, arribó al puerto de Trúculo 1M ,
adonde regresó tras partir de allí para recorrer todo»
el vecino litoral de Britania.
39 Esta marcha de los acontecimientos, si bien no
exagerada en las cartas de Agrícola por ninguna ex¬
presión jactanciosa, acogióla Domiciano según solía,
con semblante alegre, pero con la mente preocupada.
Tenía conciencia de que su reciente, pero falso triunfo
en Germania había servido de mofa 1M : se habían com¬
prado esclavos a cuya vestimenta y cabellos propor¬
ciona el aspecto de prisioneros de guerra. Ahora, en
cambio, era objeto de grandes comentarios una autén¬
tica y gran victoria, obtenida tras haber matado a
muchos miles de enemigos.
3 Consideraba especialmente peligroso para él el que
el nombre de un particular se erigiera por encima del
Príncipe. En vano habría reducido al silencio las ac¬
tividades del foro y la honra de las artes liberales si
otro lograba asumir la gloria militar. Cualquier otra
cosa puede disimularse más o menos fácilmente, pero
el valor de un caudillo era privativo del Emperador.
3 Atormentado por tales preocupaciones y, lo que era
indicio de una mentalidad siniestra, cebándose en su
aislamiento 105 , decidió que lo mejor era deponer su
odio por el momento hasta que el primer impulso de
la fama y de la devoción del ejército se fuera debili-
HB Pudiera identificarse con Carpow o Cramond; ambos lu¬
gares conservan vestigios de fuertes romanos.
im Sobre los catos, el año 83. Éste es uno de los puntos
oscuros, pero interesantes a la hora de enjuiciar la postura de
Tácito frente al régimen de Domiciano; los testimonios de los
historiadores antiguos sobre esta supuesta victoria son contra¬
dictorios.
ios Probablemente se refiere a su aislamiento en su villa
de Alba.
tando, pues en aquel momento Agrícola gobernaba to¬
davía Britania.
Así pues, entre efusivas expresiones manda que se 40
decreten en sesión del Senado los honores triunfales 106 ,
la gloria de una estatua y todo lo que se otorga en
lugar del triunfo, y que se extiendan los rumores de
que se reserva para Agrícola la provincia de Siria, va¬
cante a la sazón 107 por la muerte del consular Atilio
Rufo y reservada a los hombres más descollantes 108 .
Mucha gente creyó que un liberto de su secretaría par- 2
ticular había llevado a Agrícola el documento en el
que se le confería el gobierno de Siria, con la orden
de que se lo entregase si estaba en Britania; que este
liberto, coincidiendo con Agrícola en el mismo estre¬
cho del Océano, había regresado hasta Domiciano sin
ponerse siquiera en contacto con aquél, suceso que
pudiera ser cierto o tratarse de una invención inspi¬
rada en el carácter del Emperador.
Agrícola, entretanto, había entregado a su sucesor 3
una provincia pacificada y segura. Y para que su en¬
trada no se hiciera notar a causa de las numerosas
personas que acudieran a saludarlo, evitados los cum¬
plidos de sus amigos, llegó de noche a la Ciudad y al
Palacio, tal como se le había indicado. Recibido con un
breve beso 109 y, sin mediar palabra, se confundió con
la turba de los cortesanos. Pero para contrarrestar 4
con otras virtudes su reputación militar, difícil de di¬
gerir para los inactivos, llevó una vida de total tran-
•i* Toga de púrpura con bordados de oro, túnica adornada
con palmas y corona de laurel; se concedían, en lugar del
triunfo, a los que no pertenecían a la familia imperial.
i 07 El año 84.
10 » Este halago facilitaría el que Agrícola abandonase su
gestión en Britania.
109 Costumbre oriental extendida a partir de Augusto en
las relaciones entre amigos íntimos.
92
TÁCITO
quilidad y retiro, moderado en su comportamiento,
afable, acompañado de uno o de dos amigos; de modo
que la - mayor parte de la gente, que acostumbraba a
estimar a los grandes hombres por sus alardes, al ver
y observar a Agrícola se preguntaban de dónde pro¬
venía su fama y pocos sabían comprenderlo.
41 Por aquellos días 110 fue acusado una y otra vez en
ausencia ante Domiciano, y en ausencia fue absuelto.
La causa de tal peligro no era ninguna acusación ni la
querella de alguien que se sintiera perjudicado, sino
la hostilidad del Príncipe para con las virtudes, su glo¬
ria personal y la peor clase de enemigos, los que lo
2 ensalzaban. Sucedió para la nación una época que no
per mitía el que Agrícola permaneciera ignorado: tantos
ejércitos perdidos por temeridad o cobardía de sus
jefes en Mesia, Dacia, Germania y Panonia 111 , tantos
oficiales asaltados y capturados junto con tantas co¬
hortes. Ya no estaban en peligro los límites del imperio
ni las orillas de un río I12 , sino los cuarteles de invierno
iw Entre la vuelta de Agrícola (84) y el desastre de Mesia
(invierno del 85 al 86).
ni Mesia estaba al S. del Bajo Danubio; tenía al N. la
Dacia y al E. la costa del Mar Negro; desde el 9 d. C. era pro¬
vincia romana; Domiciano la dividió en Inferior y Superior; en
el 375 quedó bajo el dominio de los visigodos. Dacia corres¬
ponde a partes de las actuales Hungría, Transilvania, Moldavia,
Valaquia, Besarabia y Bucovina; el nombre de Dacio (cf.
deutsch) es celta, pero estaban mezclados con los getas (godos);
fue convertida en provincia romana por Trajano; los coloniza¬
dores romanos del siglo ii fueron llamados rumanos. Panonia
se hallaba entre el recodo del Danubio, los Alpes Orientales y
el río Save; comprendía territorios de Austria, Hungría y Bos¬
nia; los panonios, de origen ilírico, se fusionaron con los celtas;
desde el 10 fue provincia romana, dividida por Trajano en
Inferior (Este) y Superior (Oeste); era zona pobre, pero estra¬
tégica; ciudad capital fue Vindobona (Viena). Para estos datos
geográficos, cf. la Germania.
tu Se refiere, respectivamente, a la línea fortificada que de¬
fiende la frontera, y al Danubio.
AGRICOLA
93
de las legiones y la posesión del territorio conquis¬
tado. Enlazábanse así unas calamidades con otras y el 3
año entero se iba jalonando de luto y desastres, por lo
que la opinión pública reclamaba a Agrícola como jefe,
comparando todos su fuerza, tenacidad y probado valor
militar con la desidia y el pánico de los otros. Está 4
comprobado que los oídos de Domiciano estaban siendo
castigados por estos comentarios, pues sus mejores
libertos por amor y fidelidad, los peores por maldad y
envidia exasperaban a un Príncipe ya de por sí incli¬
nado a lo peor. De este modo, Agrícola, impulsado por
sus mismas virtudes tanto como por los defectos aje¬
nos, se encaminaba velozmente hacia su gloria.
Llegó el año en el que se sorteaba el proconsulado 42
de Africa y Asia, y la reciente muerte de Cívica 113 no
dejaba de ser una advertencia para Agrícola ni para
Domiciano un precedente. Algunos confidentes del Em¬
perador asumieron la iniciativa de preguntar a Agrícola
si estaba dispuesto a hacerse cargo de una provincia.
De entrada y con gran disimulo alababan su sosiego
y retiro; después ofrecían su apoyo para que se admi¬
tiera su renuncia; al final, tratando de disuadirlo cla¬
ramente con intimidaciones, lo llevaron ante Domicia¬
no. Éste, preparado para el disimulo y con afectada 2
arrogancia, oyó los ruegos del que se excusaba y, tras
dar su conformidad, permitió que le diera las gra¬
cias; lo odioso de tamaño favor no le hizo sonrojarse.
Sin embargo, no concedió a Agrícola el sueldo de pro¬
cónsul 114 , que se otorgaba habitualmente, y concedido
ya a algunos por él mismo, bien ofendido porque Agn-
113 Cívica fue muerto por Domiciano tras la campaña contra
los catos, según Suetonio (Dom. 10). El gobierno de Asia y
Africa se sorteaba anualmente entre los dos consulares más
antiguos.
114 Regulad» por Augusto para los gobernadores; aquí sería
lina compensación por haber rehusado Agrícola tal gobierno.
94
TÁCITO
AGRICOLA
95
cola no se lo había pedido, bien por no dar la aparien¬
cia de comprar lo que en realidad había prohibido.
3 Es propio del humano talante odiar a quien se las¬
tima. El temperamento de Domiciano, proclive a la ira
y tanto más implacable cuanto más velado en sus ma¬
nifestaciones, era mitigado por la moderación y la pru¬
dencia de Agrícola, porque no provocaba ni a la fama
ni a su destino con altanería ni con una vana presun¬
ción de independencia.
4 Sepan quienes acostumbran a admirar lo prohibido,
que pueden darse grandes hombres incluso bajo malos
Príncipes; que la fidelidad y la modestia, si van acom¬
pañadas de trabajo y energía, pueden superar la gloria
de muchos que, por abruptos caminos, se hicieron fa¬
mosos con su muerte ostentosa, pero sin ningún pro¬
vecho para la nación.
43 El final de su vida fue luctuoso para nosotros;
triste para sus amigos y no exento de inquietud para
los no allegados y los que no lo conocían. También el
pueblo en general y ese otro siempre tan ocupado acu¬
día continuamente a su casa y hablaban en las plazas
y en sus círculos. Al enterarse de la muerte de Agríco-
2 la, nadie se alegró ni la olvidó pronto. Aumentaba la
conmiseración el insistente rumor de que había sido
envenenado. Yo no me atrevería a asegurar algo de
lo que no tengo pruebas suficientes. Pero a lo largo de
su enfermedad fueron a visitarlo con mayor frecuen¬
cia de la habitual enviados del Príncipe, sus libertos
más influyentes y sus médicos de más confianza, ya
por verdadera preocupación, ya por obtener informa-
3 ción. Se sabe que en el día postrero, todas la vicisi¬
tudes del moribundo eran comunicadas por correos ,u
y nadie creía que tuviera prisa en escuchar lo que
lis Entre la casa de Agrícola y la villa de Domiciano en
Alba.
podía entristecerlo. Sin embargo, presentó una apa¬
riencia de dolor en su ánimo y en su rostro, por no
intranquilizarlo ya su odio y porque disimulaba mejor
el gozo que el miedo.
Leído el testamento de Agrícola, en el que nombra- 4
ba coheredero a Domiciano junto con su excelente es¬
posa y su amantísima hija, bien podía verse que aquél
se alegró, como si este honor supusiera una estima.
Tan ciega y deformada por las constantes adulaciones
estaba su mente que ignoraba que un buen padre no
nombra heredero a un Príncipe sino cuando éste es
malo 116 .
Había nacido Agrícola el 13 de jimio, durante el 44
tercer consulado de Gayo César. Murió a los cincuenta
y cuatro años, el 23 de agosto del consulado de Co¬
lega y Priscino 117 . Si la posteridad desea conocer tam- 2
bién su figura, fue más bien de aspecto agradable que
imponente; ninguna fogosidad en el semblante: su
rostro rebosaba atractivo. Fácilmente lo tendrías por
un hombre honesto; con gusto, por un gran hombre.
Desde luego, aunque arrebatado en lo mejor de su 3
vida, recorrió un largo camino en cuanto a la gloria.
Había adquirido la plenitud de los verdaderos bienes,
que están en las virtudes 118 , y, adornado con las galas
del consulado y los honores del triunfo, ¿qué otra cosa
le podía deparar su fortuna? No gozaba con las rique- 4
zas excesivas, si bien le había correspondido una posi¬
ción desahogada. Hasta puede parecer afortunado,
puesto que su hija y su esposa le sobrevivieron y él
logró escapar del futuro con la dignidad intacta, la
H6 Se nombraba heredero al Príncipe para que éste no or¬
denara anular el testamento. Cf. An. XIV 31, XVI 11 y II 48.
H7 En el consulado de Calígula se cita sólo a él porque el
otro cónsul murió antes de tomar posesión. Murió Agrícola el
93 d. C.
lis Doctrina estoica (cf. Hist. IV 5).
->. ■ i
96
TÁCITO
AGRÍCOLA
97
fama floreciente y con sus amigos y allegados a salvo.
s Pues aunque no le fue posible llegar hasta la luz de
esta época felicísima y ver el Principado de Trajano,
según nos auguraba ya en nuestros oídos con sus pre¬
sagios y votos, al menos fue un gran consuelo para su
muerte prematura el haber escapado a aquellos últi¬
mos tiempos en los que Domiciano destrozó a la na¬
ción, no ya con treguas y momentos de respiro, sino
sin cesar y como de un solo golpe.
45 No vio Agrícola la Curia sitiada 119 ni el Senado ro¬
deado por las armas, ni la muerte de tantos consula¬
res en una misma matanza, ni los destierros y fugas
de tantas mujeres de alcurnia. Hasta el presente no se
contaba más que con una victoria de Caro Meció 120 ;
los graznidos de Mesalino 121 no salían del palacio Al-
bano y Masa Bebió 122 era sólo un reo entonces. Des¬
pués, nuestras propias manos llevaron a prisión a Hel-
vidio 123 ; nos impresionó la visión de Maúrico m y
Rústico, y Seneción nos bañó en su sangre inocente.
2 Nerón, al menos, apartó sus ojos y ordenó sus críme¬
nes sin quedarse a presenciarlos; el aspecto más cruel
de nuestras miserias bajo Domiciano era verlo y ser
visto cuando nuestros suspiros se anotaban, cuando
para hacer resaltar la palidez de tantos rostros bas¬
taba aquel rostro cruel y enrojecido con el que se
protegía contra cualquier manifestación del rubor.
3 ¡Afortunado tú, Agrícola, no sólo por la grandeza
de tu vida, sino por la oportunidad de tu muerte! Tal
1 H Domiciano fue destronado el 96 d. C.
120 Delator de Seneción y de otros muchos; tal vez la pala¬
bra «victoria» sea irónica para aludir a su primera delación.
121 Ciego y uno de los delatores más crueles.
122 Fue acusado por Plinio y Seneción por sus atropellos en
la Bética, pero volvió a tener influencia, muerto 3ra Agrícola.
123 Hijo de Helvidio, citado en el cap. 2.
124 Desterrado por Domiciano, volvió con Nerva.
como cuentan los que asistieron a tus últimas confi¬
dencias, afrontaste el instante decisivo firme y resig¬
nado, como si regalases al Príncipe una inocencia en
la parte que te correspondía. Pero a tu hija y a mí, 4
aparte de la cruel pérdida de un padre, nos aumenta
la aflicción el no haber podido asistirte en tu enferme¬
dad, aliviar tu agonía, saciamos con tu vista y tus
abrazos. Al menos hubiéramos recogido tus recomen¬
daciones y tus palabras y las hubiéramos grabado en
el fondo de nuestro pecho. Este es nuestro dolor, nues¬
tra herida: haberlo perdido cuatro años antes por la
circunstancia de una ausencia tan larga. ¡Oh el mejor
de los padres! Todo lo tocante a tu decoro te sobró
estando a tu lado tu amantísima esposa. Pero son in¬
suficientes las lágrimas que por ti se vertieron y tus
ojos echaron algo en falta la última vez que los abriste.
Si existe algún lugar para los manes de los justos, 46
si, como pretenden los filósofos, las almas grandes no
se extinguen con el cuerpo, descansa en paz, y a nos¬
otros, tu familia, llámanos desde la inútil añoranza y
los lamentos mujeriles hacia la contemplación de tus
virtudes, que no deben profanarse con quejas ni llan¬
tos. Mejor es que te honremos con admiración y loa 2
eterna y, si nuestras fuerzas nos lo permiten, con tu
imitación; éste es el auténtico honor, ésta la piedad de
los que te eran más íntimos. Esto es lo que aconse- 3
jaría a tu hija y a tu esposa: que veneren la memoria
del padre y del marido repasando en su interior tus
acciones y tus palabras y tratando de retener la forma
y figura del alma más que la del cuerpo, no porque
piense que deben prohibirse las imágenes esculpidas
en mármol o bronce, sino que los retratos de los
hombres, al igual que sus rostros, son frágiles y pe¬
recederos; la forma de la mente es eterna y no puedes
reproducirla con material y técnica ajenos, sino con
tu propia conducta.
36.-7
98
TÁCITO
Todo lo que amamos en Agrícola, todo lo que admi¬
ramos, permanece y permanecerá eternamente en los
corazones de los hombres por la fama de sus hechos.
El olvido ha sepultado a muchos de los antiguos,
como privados de gloria y de renombre. Agrícola, en¬
tregado por la historia a la posteridad, sobrevivirá 12s .
i» Las ideas de inmortalidad contenidas en este capítulo
las leemos con frecuencia en los autores clásicos. Para un afi¬
cionado a la cultura latina, el escritor más sugestivo, en este
aspecto, es Cicerón.
INDICE ONOMASTICO
Africa: 42, 1.
Agrícola (v. Julio Agrícola,
Gneo).
Albano (palacio): 45, 1.
Aquitania: 9, 1.
Aruleno Rústico: 2, 1; 45, 1.
Asia: 6, 2; 42, 1.
Atico, Aulo: 37, 5.
Afilio Rufo: 40, 1.
Augusto: 13, 2.
Batavos: 36, 1-2.
Bebió Masa: 45, 1.
Borestos: 38, 3.
Boudicca: 16, 1.
Brigantes: 17, 1; 31, 4.
Britania: 5, 1-2; 8, 2; 9, 5; 10,
14; 11, 1; 12, 3 y 6; 13, 1-2;
14, 1; 16, 2 y 5; 17, 1; 18, 1;
20, 3; 23, 1; 24, 1-2; 27, 1; 28,
1-2; 30, 1-3; 31, 2; 33, 2-3; 38,
34; 39, 3; 40, 2.
Bótanos: 11, 4; 13, 1; 15, 1 y
5; 21, 2; 25, 2; 26, 2; 27, 2;
28, 2; 29, 2-3; 32, 1 y 3; 34,
1; 35, 3; 36, 1; 37, 1-2; 38, 1.
Caledonia: 10, 3; 11, 2; 25, 2;
27, 1; 31. 4.
Calgaco: 29, 4.
Cívica: 42, 1.
Claudio: 13, 3.
Clyde (río): 23, 1.
Cogidumno: 14, 1.
Colega: 44, 1.
Dada: 41, 2.
Didio Galo: 14, 2.
Domicia Decidiana: 6, 1.
Domiciano: 7, 2; 39, 1; 40, 2;
41, 1 y 4; 42, 1 y 3; 43, 4; 44,
5; 45, 2.
Escauro: 1, 3.
Fabio Rústico: 10, 3.
Forth (río): 23, 1; 25, 1 y 3.
Fréjus: 4, 1.
Frisios: 28, 2.
Galba: 6, 5.
Galia: 10, 2; 24, 1.
Galos: 11, 24; 21, 2; 32, 1 y 3.
102
AGRÍCOLA
ÍNDICE ONOMÁSTICO
103
Gayo César (Calígula): 4, 1;
13, 2; 44, 1.
Germania: 10, 2; 13, 2; 28, 1;
39, 1; 41, 2.
Germanos: 11, 2; 15, 3; 32, 1
y 3-
Graupio (monte): 29, 2.
Helvidio Prisco: 2, 1.
Helvidio (hijo del anterior):
45, 1.
Herennio Seneción: 2, 1; 45, 1.
Hibemia: 24, 1 y 3.
Hispania: 10, 2; 11, 2; 24, 1.
Iberos: 11, 2.
Julia Procila: 4, 2.
Julio Agrícola, Gneo: 3, 3; 4,
1; 5, 1; 7, 1 y 3; 8, 1-3; 9,
2; 18, 1, 2 y 5; 22, 2 y 4; 24,
1 y 3; 25, 1 y 3; 26, 1; 29, 1;
33, 1; 35, 1 y 4; 36, I; 37, 1
y 4; 39, 1 y 3; 40, 14; 41, 24;
42, 1-3; 43, 1 y 4; 44, 1; 45, 1,
3 y 4.
Julio (César): 13, 1; 15, 4.
Julio Frontino: 17, 2.
Julio Grecino: 4, 1.
Liguria: 7, 1.
Livio: 10, 3.
Mar Rojo: 12, 6.
Marsella: 4, 2.
Máurico: 45, 1.
Mesalino: 45, 1.
Mesia: 41, 2.
Ventimiglia: 7, 1.
Veranio: 14, 2.
Vespasiano: 7, 2; 9, 1; 13, 3;
17, 1.
Nerón: 6, 3 y 5; 45, 2.
Nerva: 3, 1.
Océano: 10, 6; 12, 6.
Oreadas (islas): 10, 4.
Ordovices: 18, 1-2.
Ostorio Escápula: 14, 1.
Otón: 7, 1.
Palacio: 40, 3.
Panonia: 41, 2.
Petilio Cerial: 8, 2; 17, 1 y 2.
Peto Trásea: 2, 1.
Petronio Turpiliano: 16, 3.
Plaucio, Aulo: 14, 1.
Priscino: 44, 1.
Roma: 6, 1; 32, 3.
Rutilio: 1, 3.
Salvio Ticiano: 6, 2.
Silano, Marco: 4, 1.
Sflures: 11, 2; 17, 2.
Siria: 40, 1-2.
Suetonio Paulino: 5, 1; 14, 3;
16, 2; 18, 3.
Suevos: 28, 2.
Tánao (estuario): 22, 1.
Tiberio: 13, 2.
Trajano: 3, 1; 44, 5.
Trebelio Máximo: 16, 3 y 4.
Trúculo (puerto): 38, 4.
Thule: 10, 4.
Mettio Caro: 45, 1.
Mona (isla): 14, 3; 18, 3.
Muciano: 7, 2 y 3.
Tungros: 36, 1.
Üsipos: 28, 1; 32, 3.
Vetio Bolano: 8, 1; 16, 5.
i
GERMANIA
INTRODUCCIÓN
Fecha de composición
El título más comúnmente aceptado para la Ger-
mania es el de De origine et situ Germanorum. Tam¬
bién aparece como De origine et situ Germaniae.
Según Hutton *, habría sido compuesta en el 98.
Fijando la atención en el capítulo 37, en el que se habla
del segundo consulado de Trajano (año 98), la discre¬
pancia está en si tuvo lugar la composición al princi¬
pio o al final de este año; con lo cual sería contem¬
poránea del Agrícola. Según Paratore, lo único que
hace el citado capítulo es fijar el término ante quem 1 2 :
año 100, a lo que hay que objetar que también podría
ser el 99, año en que volvió Trajano a Roma. Perret 3 ,
por el contrario, opina que sería un término post quem;
creemos que el contenido del capítulo lo único que
expresa es el enfrentamiento entre la situación de
Germania y los cimbros (año 640 desde la fundación
de Roma) con la de su tiempo, lo que estaría relacio¬
nado con la intencionalidad de la obra. La opinión más
1 En su introducción a la Germania, Loeb Classical Libraiy,
1970.
2 Paratore, Tácito, 2 * ed., Roma, 1962, pág. 204.
3 En su introducción a su traducción de La Germania, co¬
lección Guillaume Budé, París, 1967.
108
GERMANIA
INTRODUCCIÓN
109
generalizada es que habría diferencia de meses entre
la aparición del Agrícola y de la Germania; si el Agríco¬
la se publicó en el 98 o en enero del 99, la Germania
lo sería el 99. El problema es que no contiene alusio¬
nes a la actualidad. Por el estilo, noticias y otros datos
sí que parece posterior al Agrícola, lo que para autores
como Paratore 4 es evidente, dada la concepción evo¬
lucionista a ultranza que mantienen sobre la totalidad
de la obra tacítea.
Fuentes
Se piensa que las noticias contenidas en la Germa¬
nia pudiera haberlas obtenido Tácito de forma directa,
con ocasión de una posible permanencia en la Galia
Bélgica. Esto podría haber sucedido mientras su pa¬
dre (o su tío) fue procurador de aquella provincia,
dato que nos ha transmitido Plinio el Viejo, o bien
ruanHn él mismo desempeñó algún cargo por aquella
zona en la época que murió Agrícola, durante la que
Tácito estuvo ausente de Roma. Ello se completaría
con los relatos que escucharía de militares y mercade¬
res, al igual que en el Agrícola.
Entre las fuentes escritas, podemos citar al polí¬
grafo sirio Posidonio, a Aufidio Baso (que guerreó
contra los germanos), las Historias de Salustio, el libro
104 de Tito Livio..., pero la más importante con mu¬
cho es Plinio el Viejo, tanto en el relato de las guerras
germánicas, como en las noticias de tipo general que
figuran en su Historia Natural; incluso tenemos des¬
cripciones calcadas, como puede verse confrontando
dos pasajes: Germania 1, frente a N. H. IV 79. Parece
normal que utilizara a César; si es así, en algunos
datos rectifica las informaciones de aquél.
* Paratore, op. cit., págs. 200 y sigs.
Carácter e intención de la obra
Podemos seguir aquí también a Paratore 5 , con lo
que reuniremos las diversas teorías:
1. a Un esbozo de las Historias; éste es el parecer
de Amaldi y Bongi en Italia. Parece poco probable que
entre el esbozo y la gran obra transcurrieran nueve
años o algo menos; amigos íntimos, como Plinio el
Joven, tendrían que haber testimoniado este trabajo
tan continuado; lo que sí nos parece verosímil es que
se trate de un esbozo del conjunto de su obra his¬
tórica.
2. a Un excurso de las Historias, a modo de un
apéndice de una historia de Trajano, anunciada y no
publicada, que se sepa; de esta opinión son eruditos
de la categoría de Mommsen; sin embargo, por las
mismas razones que en la hipótesis anterior, tampoco
ésta parece acertada, aunque se encuentra más apo¬
yada por detalles como la existencia de una digresión
como la del libro V de las Historias, que se refiere a
los judíos.
3. a Una obra independiente. En este caso, ¿de qué
tipo de obra se trata?: A) Política: ¿pretendía advertir
a los romanos sobre un peligro germánico? ¿La adver¬
tencia iría dirigida especialmente a Trajano? ¿Querría
incitar a Roma a una actitud concreta, ya fuera ofen¬
siva o defensiva, frente a los germanos? El que no
podamos arriesgamos a aceptar una solución u otra
nos debe hacer pensar que ninguna es la acertada.
Respecto al peligro, conviene caer en la cuenta de que
Tácito nos habla de una zona de Germania donde pre-
císamentelno HabIaT problemas por aquel entonces, si¬
tuándose los peligros en la parteé ocupa da por los
5 Paratore, op. cit., págs. 205-228.
110
GER MANIA
INTRODUCCIÓN
111
cuados y los marcomanos. Algunos piensan que se tra¬
taría de justificar la conducta de Trajano, quien, nom¬
brado ya Emperador tras la muerte de Galba, no a cudió
a Roma hasta que consiguió pacificar la zona de Co¬
lonia.
B) Obra de salón. Parece una teoría muy simplista.
Podría, eso sí, haberle servido de entrenamiento; ya
hemos aludido a ello a propósito de la primera teoría.
Hacen pensar así los efectos literarios, tan abundan¬
tes y tan logrados a lo largo de sus cuarenta y seis
capítulos, que los estudiosos del Renacimiento lo ca¬
lificaron de libellus aureus.
C) Tratado étnico-geográfico. Ésta es la opinión,
entre otros muchos, de Marín Peña. Paratore no la
acepta; piensa que habría un manojo de intencionali¬
dades, entre ellas la moralística: oponer la vida sana
y las costumbres puras de los germanos a la degene¬
ración de las costumbres y la descomposición social
en Roma; el elogio del buen salvaje tal vez podría servir
de estímulo a sus compatriotas, incluso frente al mismo
peligro que podría suponer la existencia de unos pue¬
blos de tan grandes cualidades en las mismas fron¬
teras del Imperio. La Germania resultaría un puente
entre la Edad Clásica y el Medievo. En esta última
suposición de Paratore influirían el moralismo propio
de la tradición etnográfica helenística y la propensión
de Tácito al catonismo.
No puede verse en la Germania una mera inserción
en la tradición de la literatura etnográfica: efectiva¬
mente, hay una serie de lugares comunes, como la de¬
tallada relación de los diversos pueblos, la preocupa¬
ción por las costumbres y el origen (véase el mismo
título)... Pero hay también una brillante composición
literaria, en la que, cierto es, puede apreciarse que
Tácito acepta, como ley del género que cultiva, el
desorden y la mezcolanza de datos y relatos, nacidos
de la ineptitud de los primeros etnógrafos y que en
Tácito aparece como una falsa espontaneidad. Tácito
no es, por consiguiente, un mero seguidor de sus an¬
tecesores, a quienes sigue, parcialmente, en la «puesta
en escena», pero utilizando un material ajeno a ellos
y a la tradición literaria que impusieron.
El texto
Su historia aparece muy unida a la del Diálogo, por
lo que, en parte, nos remitimos al lugar correspon¬
diente.
Insistimos en que el arquetipo de los códices que
citamos, el Líber Hersfeldensis, no se conserva.
Así que el Vaticanus 1.862; el Leidensis Perizonia-
nus XVIII Q 21; el Neapolitanus IV C 21; el Vatica¬
nus 1.518, todos ellos contienen la Germania, el Diálogo
y un fragmento del «de Viris Illustribus» de Suetonio.
El Neapolitanus incluye también los libros XI-XVI de
los Anales, el I de las Historias y otras obras de menor
importancia.
Un grupo de manuscritos alemanes ( Hummelianus,
Monacensis 5.307, Vindobonensis 711), que se creían
procedentes de «deteriores» y mezclados con otras
ramas, han sido objeto de mayor atención por parte
de R. P. Robinson, quien los hace proceder directa¬
mente de una copia del Hersfeldensis. Deben quedar
citados aquí, puesto que su texto ha sido tenido en
cuenta en la edición de Oxford, que hemos utilizado
para la traducción.
Para la Germania, en concreto, es importante el
Aesinas, y también lo era su copia, el Toletanus, que
la perdió con la aparición del anterior.
Podemos anotar aquí (como en cualquiera de las
otras dos obras) la teoría según la cual del arquetipo
provendrían tres ramas:
112
GERMANIA
X integrada por el Vaticanas 1.862 y el Leúfeitsu;
Y, integrada por el Vaticanas 1.518 y el Neapolu
Z, integrada por el Aesinas, el Toletanas y alguno
más.
Es decir, derivarían las tres del Hersjeldensis, mien¬
tras que la creencia que hemos observado, por lo ge¬
neral es que el Aesinas no supondría una evolución
paralela a ninguno de los otros manuscritos.
GERMANIA
El conjunto de la Germania 1 está separado de los 1
galos, los retos 2 y los panonios por los ríos Rin y Da¬
nubio; de los sármatas 3 y dacios, por el recíproco
miedo o por montañas; el resto lo ciñe el Océano, que
forma grandes penínsulas y abarca enormes extensio¬
nes de islas 4 . Son conocidos desde hace poco algunos
de sus pueblos y reyes, con los que nos ha puesto en
contacto la guerra. El Rin, que nace en un pico es- 2
carpado e inaccesible de los Alpes Réticos, tras des¬
viarse suavemente hacia el O., une sus aguas con el
Mar del Norte. El Danubio se difunde a partir de una 3
altura de poca elevación y perfil suave del monte
Abnoba 5 y recorre muchos pueblos, hasta que rompe
en el Mar Póntico por seis bocas; una séptima queda
absorbida por lagunas 6 .
1 Obsérvese la semejanza con el comienzo de la Guerra de
las Galios de César.
2 Recia fue convertida en provincia el 15 a. C., y compren¬
día el Tirol y la zona oriental de Suiza y algo del S. de Alemania.
3 Procedían de Asia Central. Sobre Dacia y Panonia, véanse
las notas al Agrícola.
4 Los romanos no separaban el Mar Báltico del Mar del
Norte, i j<= penínsulas aludidas serían, probablemente, Jutlan-
dia, y las islas, Escandinavia.
5 En la parte oriental de la Selva Hercinia, conocida hoy
como la Selva Negra; su numen era Abnoba o Dea Abnoba.
En la época, la Hercinia comprendía también la selva de Teu-
toburgo, donde se produjo el desastre de Varo.
6 Pasaje calcado, casi al pie de la letra, de otro de Plinio
el Viejo, quizá como homenaje al autor, que constituyó para
Tácito su principal fuente.
36. — 8
114
TÁCITO
GERMANIA
115
2 Estoy casi convencido de que los germanos son in¬
dígenas y que de ningún modo están mezclados con
otros pueblos, bien como resultado de emigraciones,
bien por pactos de hospitalidad, pues quienes en otros
tiempos querían cambiar de lugar, no lo hacían por
tierra, sino por mar, y desde nuestro mundo son es¬
casas las naves que se adentran en un Océano inmenso
2 y, por decirlo así, hostil. Además, aparte del peligro
de un mar temible y desconocido, ¿quién va a dejar
Asia, Africa o Italia para marchar a Germania, con
un terreno difícil, un clima duro, triste de habitar y
contemplar si no es su patria?
3 Mediante antiguos cánticos, única forma de crónica
e historia que hay entre ellos, conmemoran al dios
Tuistón, nacido de la tierra; le atribuyen un hijo,
Manno, origen de la raza, y, como fundadores, otros
tres a Manno, de cuyos nombres provienen los inge-
vones, que son los más próximos al Océano, hermio-
nes los de la zona central e istevones los restantes.
4 Algunos, amparados en la libertad que da lo antiguo,
afirman que fueron más los nacidos del dios y añaden
más nombres de pueblos: marsos 7 , gambrivios, suevos,
vandilios; afirman que éstos son los nombres autén-
s ticos y antiguos; que, por el contrario, el de Germania
es reciente y su empleo es nuevo, puesto que a los pri¬
meros que, tras atravesar el Rin, expulsaron a los galos
y ahora se llaman tungros, antes se les conocía como
germanos; que, por tanto, el n omb re de. un pueblo, no
de toda la nación, era el que había llegado a impo¬
nerse de tal manera que todos se llamaron germanos
con un nombre prestado, tomado primero por el vence¬
dor para infundir miedo y utilizado después por ellos
mismos.
7 En An. I 51 aparecen luchando con Germánico en la selva
Cesia, el año 14 d. C.
Hablan de que entre ellos hubo también un Hér- 3
cules y, cuando van a entrar en combate, lo ensalzan
en sus cantos como el más valiente entre los valientes.
Tienen también otros cantos, con cuya entonación, que
llaman «baritum» 8 , enardecen los ánimos, y con el
mismo canto predicen la suerte de la próxima lucha,
pues causan terror o se atemorizan según el griterío
de los guerreros, y parece aquél no tanto armonía de
voces como de valor. Se busca, sobre todo, aspereza 2
de sonido y ruido entrecortado, colocando los escudos
junto a la boca para que la voz, repercutida, aumente
y salga más grave y más llena.
Por otra parte, algunos opinan que también Ulises^ 3
arrojado hasta este Océano en aquel largo y legendario
vagar suyo, fue a parar a las tierras de Germania y
fundó y dio nombre a Asciburgio 9 , situada a orillas
del Rin y habitada aún hoy; insisten en que se en¬
contró tiempo ha un altar consagrado a Ulises en el
mismo lugar, con el nombre de su padre Laertes, y
que todavía existen ciertos monumentos y túmulos con,
inscripciones en caracteres griegos en los confines de
la Recia y la Germania. No está en mi ánimo el confir- 4
mar con argumentos ni refutar todo esto; que cada
cual le quite o dé crédito según su criterio.
Me adhiero a la opinión de que los pueblos de Ger- 4
manía, al no estar degenerados por matrimonios con
ninguna de las otras naciones, han logrado mantener
una raza peculiar, pura y semejante sólo a sí misma. 2
De aquí que su constitución física, en lo que es posible
en un grupo tan numeroso, sea la misma para todos:
8 Palabra de origen desconocido. Pudiera estar relacionada
con los bardos o poetas; también se ha identificado con los so¬
nidos de los elefantes.
9 Se trata aquí de la actual Asberg, en la orilla izquierda
del Rin. En la orilla derecha hubo otra con el mismo nombre,
al parecer, y que es la actual Duisburgo.
116
TÁCITO
ojos fieros y azules, cabellos rubios, cuerpos grandes y
3 capaces sólo para el esfuerzo momentáneo, no aguan¬
tan lo mismo la fatiga y el trabajo prolongado, y mucho
menos la sed y el calor fuerte; sí están acostumbrados
al frío y al hambre por el tipo de clima y de territorio
en los que se desenvuelven.
5 La tierra, aunque variada un tanto en su aspecto,
está, en general, erizada de selvas 10 y echada a perder
por los pantanos, más húmeda por donde mira a las
Galias, más ventosa hacia el Nórico 11 y la Panonia.
Bastante fértil, muy poco apta para árboles frutales;
abundante en ganado menor, pero de poco tamaño en
2 su mayor parte. Tampoco el ganado mayor tiene su
estampa habitual o su hermosa cornamenta: se dan
por satisfechos con la cantidad, y éste es su único y
3 muy apreciado recurso. Los dioses, no sé si propicios
o «ir ados, les negaron la plata y el oro, y, sin embar¬
go, no me atrevería a asegurar que no hay en Ger-
mania yacimientos de ambos metales, pues ¿quién ha
intentado buscarlos? Su posesión y uso no les afecta
4 como a otros: es cosa de ver el que las vasijas de
plata, dadas como regalo a sus embajadores y jefes,
son tenidas en la misma poca estimación que las he¬
chas de tierra. Aunque los más cercanos a nosotros,
y debido al tráfico comercial, tienen aprecio al oro y
la plata, y conocen y prefieren ciertos tipos de nuestra
moneda, los del interior utilizan el sistema más sencillo
s y antiguo de la permuta de mercancías. Les gusta la
moneda vieja y ya conocida, como nuestros denarios
io Especialmente, por la Selva Hercinia, desde el Rin al
Vístula. , _ . . VT
n Provincia romana a partir de Marco Aurelio. Tenía al N.
el Danubio (que la separaba de la Germania), al E la Panonia,
al S. los Alpes y la Galia Cisalpina y al O. la Recia.
GERMANIA
117
dentados y los que llevan grabada una biga 12 . Por otra
parte, prefieren la plata al oro, no porque les atraiga,
sino porque su mayor abundancia la hace más prác¬
tica para comprar mercancías corrientes y de poco
valor.
Tampoco les sobra el hierro, como se deduce del *
tipo de sus armas ofensivas. Pocos son los que utilizan
espadas y lanzas grandes; portan unas picas, en su
lengua «frameas», con un hierro estrecho y corto, pero
tan afilado y manejable que con la misma arma luchan
cuerpo a cuerpo o a distancia, según la ocasión lo
exija. Mientras el jinete se limita al escudo y la «fra- 2
mea», los infantes, desnudos o con un ligero sayo, lan¬
zan a gran distancia armas arrojadizas 13 , algunos gran
cantidad de ellas. Ninguna presunción en su aspecto:
adornan sólo los escudos con colores llamativos; pocos 3
tienen cotas; alguno que otro, casco de metal o de
cuero. Los caballos no sobresalen ni por su estampa
ni por velocidad, ni se les enseña, al modo nuestro, a
realizar variados caracoleos; los llevan en línea recta
o con un solo giro a la derecha, formando un círculo
tan conjuntado que nadie se queda atrás. En términos 4
generales, hay más fuerza en el infante y por eso lu¬
chan mezclados y, al ser la velocidad de los infantes
apropiada y apta para la lucha ecuestre, se los coloca
en vanguardia: guerreros escogidos de toda la juven¬
tud; está fijado también el número: hay cien de cada 5
uno de los poblados 14 y entre los suyos reciben este
n En latín se dice «dentados» y «bigados», lo mismo que
en español se habla de «rubias», «gordas», «peluconas», etc.
u Probablemente venablos cortos.
14 Se emplea aquí la palabra pagus como «distrito, mien¬
tras que para «poblado», propiamente dicho, Tácito suele em¬
plear tiicus. Lo que ocurre es que el primer vocablo no tenía
esa significación para las agrupaciones humanas en la península
itálica, sino que aludía a poblados agrícolas o ganaderos con
un territorio circundante de explotación.
118
TÁCITO
GERMANIA
119
mismo nombre, así que lo que al principio fue un nú¬
mero, ha pasado a ser una distinción de honor.
6 La línea de combate se forma por grupos en cuña 15 ;
retroceder, con tal que se vuelva a atacar, lo juzgan
más prudencia que miedo. Retiran los cuerpos de los
suyos, incluso en los combates comprometidos. El
haber abandonado el escudo es la principal vergüenza,
y al que ha cometido tal afrenta no se le permite asis¬
tir a los actos religiosos ni participar en las asam¬
bleas: muchos supervivientes de las guerras pusieron
fin a su infamia ahorcándose.
7 Eligen a los reyes de entre la nobleza y jefes
por su valor. El poder para los reyes no es ilimitado
ni arbitrario: los jefes, más con el ejemplo que con
autoridad, si actúan prestos, se dejan notar y van en
vanguardia, ejercen el mando por la admiración que
i producen. Pero no está permitido castigar, ni atar, ni
golpear: sólo pueden hacerlo los sacerdotes, y no
como castigo, no por mandato del jefe, sino porque
lo manda la divinidad, que, así lo creen, les asiste
3 cuando combaten. Llevan a la batalla ciertas efigies e
insignias sacadas de los bosques sagrados. Y tienen algo
que es el principal incentivo de su valentía: no es la
casualidad ni una agrupación fortuita la que forma el
escuadrón o los pelotones, sino la familia y el paren¬
tesco. Tienen a su lado a sus seres queridos y pueden
oír el ulular de sus mujeres y los llantos de los niños;
4 éstos son los testigos más sagrados para cada cual,
éstos son los que más les alaban. Acuden con sus he¬
ridas ante sus madres y esposas; ellas las repasan y
examinan sin atemorizarse y llevan a los combatien¬
tes alimentos y ánimos.
15 Formación de combate de la infantería, llamada por Ve-
gecio caput porcinum. Según Mommsen, se llamaba también
ctineus a cada cuerpo de caballería.
Se conserva en el recuerdo que algunos ejércitos, 8
cediendo ya y a punto de desfallecer, se rehicieron
gracias a las mujeres, por la insistencia de sus ruegos
y por la exhibición de sus pechos, mostrándoles el in¬
minente cautiverio 16 ; lo temen mucho más por la suerte
de sus mujeres, hasta el punto de que se obtiene una
lealtad más eficaz en las ciudades a las que se exige
muchachas nobles entre los rehenes. Es más, piensan 2
que hay en ellas algo santo y profético, por lo que no
desprecian sus consejos ni desdeñan sus respuestas.
Vimos, en el reinado del divino Vespasiano, a Veleda 17 , 3
considerada por muchos como una deidad, y en otro
tiempo veneraron a Aurinia y a muchas otras, no por
adulación ni por divinizarlas
De los dioses, honran sobre todo a Mercurio, a 9
quien consideran lícito hacer sacrificios con víctimas
humanas en días fijos. Aplacan a Hércules y Marte con
animales permitidos. Parte de los suevos sacrifican 2
también a Isis w . La causa y el origen de tal culto
extranjero no los sé a ciencia cierta, salvo que la pro¬
pia imagen con figura de nave liburna 20 da a entender
que se trata de una religión importada. Por otra parte, 3
i* Con lo que señalaban a sus maridos el peligro de con¬
vertirse en objeto de placer para el vencedor.
17 Profetisa de los brúcteros e instigadora de la rebelión
de Civil.
i* Parece estar pensando en las mujeres de la familia im¬
perial romana.
i* Mercurio representa a Wotan (Wodan, Odin), dios de la
magia y de la tempestad; de ahí nuestro Miércoles frente al
inglés Wednesday. Hércules está identificado con Donar y Thor,
y posterior unión a Júpiter; de ahí Donnerstag, Thursday y
Jueves, respectivamente. Marte sería Tiu, de donde Dienstag y
Tuesday. El culto que Tácito llama a Isis estaba muy extendido
y corresponde a la deidad germánica Nertho (cf. ittfra, cap. 40).
20 Navio ligero de guerra; actuaron en Accio (31 a. C.) con
gran éxito frente a la flota de Marco Antonio y Cleopatra
gracias a su gran maniobrabilidad.
120
TÁCITO
GERMANIA
121
no consideran digno de la grandeza de los dioses en¬
cerrarlos entre paredes ni presentarlos bajo forma hu¬
mana; les consagran bosques y arboledas y dan nom¬
bres de dioses a ese algo misterioso al que sólo ven
con los ojos de su veneración.
10 Nadie les supera en observancia de auspicios y
oráculos. El procedimiento de sus oráculos es sencillo,
arrancan una rama a un árbol frutal, la cortan en
trozos, y, tras señalarlos con ciertas marcas, los es¬
parcen al azar, según caen, sobre una tela blanca 21 .
2 En seguida el sacerdote de la ciudad, si se consulta
oficialmente, o el propio padre de familia si en pri¬
vado, tras invocar a los dioses y mirando al cielo,
cogen tres trozos, de uno en uno, y los interpretan
conforme a la marca que se les ha hecho previamente.
3 Si la respuesta es desfavorable, ya no se hace ninguna
consulta sobre el mismo asunto en el resto del día;
si es favorable, se exige la confirmación de los auspi¬
cios.
También aquí es conocido el examinar los sonidos
y el vuelo de las aves. Pero también es peculiar de
este pueblo recurrir a los presagios y admoniciones
4 de los caballos. Están cuidados a expensas públicas en
los mismos bosques y arboledas, blancos y no alcanza¬
dos por ningún trabajo profano. El sacerdote y el rey o
príncipe de la ciudad 22 los acompañan tras uncirlos a
5 un carro sagrado y observan sus relinchos y su piafar.
No hay otro auspicio con mayor crédito no sólo para la
plebe, sino también entre la nobleza y los sacerdotes;
21 La descripción se parece a la que nos da Heródoto sobre
los escitas; se piensa que es una liturgia común a los pueblos
indoeuropeos.
22 Suele emplearse en la Germania para indicar una tribu
germánica determinada, pero también se emplea para «nación»
y «gente».
piensan que, si ellos son los ministros de los dioses,
aquéllos 23 son sus confidentes.
Hay otro procedimiento para los auspicios, con el 6
que intentan averiguar el resultado de las guerras im¬
portantes: cogen por cualquier medio a un guerrero
del pueblo con el que luchan y le hacen combatir con
otro escogido de entre ellos mismos, cada uno con las
armas patrias; la victoria de uno o de otro se inter¬
preta como una premonición.
Los jefes deciden sobre los asuntos de menor en- H
tidad y todo el pueblo sobre los de mayor trascenden¬
cia, aunque los jefes deben tratar con antelación in¬
cluso lo que es competencia de la plebe.
Si no acaece nada fortuito ni imprevisto, se reúnen 2
en días fijos, en novilunio o plenilunio: creen que éste
es el momento más propicio para acometer sus em¬
presas. No llevan el cómputo del tiempo por el número
de días, como nosotros, sino por el de noches, y así
fijan y arreglan sus citas, como si la noche precediera
al día.
Por la libertad de que gozan tienen el inconveniente 3
de que no se reúnen todos al mismo tiempo ni cuando
se les convoca, sino que pierden dos y hasta tres días
por el retraso de los que van a reunirse. Cuando el 4
pueblo quiere, se congregan con sus armas. El sacer¬
dote, que entonces tiene también poder coercitivo, im¬
pone silencio. A continuación, el rey o el príncipe, de s
acuerdo con su edad, nobleza, prestigio guerrero y elo¬
cuencia, se hace oír, más por su ascendiente para per¬
suadir que por su poder para mandar. Si sus palabras 6
no agradan, las rechazan con gritos. Si agradan, agitan
sus «frameas»: el elogio con las armas es su mejor
consenso.
23 Los caballos.
122
TÁCITO
GERMANIA
123
12 En la asamblea pueden también acusar y promo¬
ver juicios sobre delitos capitales. La diferencia de las
penas proviene de los delitos: cuelgan de los árboles
a los traidores y desertores; a los cobardes, malos gue¬
rreros y a los que cometieron deshonestidades los su¬
mergen en el fango de pantanos y les echan encima
2 gañizo. La diversidad del suplicio tiene por mira la
conveniencia de mostrar a todos los crímenes mien¬
tras son expiados y de ocultar, en cambio, ciertos
actos vergonzosos. Pero también para los delitos más
leves hay un castigo adecuado; los culpables son san¬
cionados con la entrega de cierta cantidad de caballos
o de cabezas de ganado menor. Parte de la multa va a
parar al rey o a la comunidad ■&, parte, al demandante
o a sus parientes.
3 En las mismas asambleas se eligen ciertos dignata¬
rios, que imparten justicia por distritos y aldeas; a
cada uno de ellos les asisten con su consejo y prestigio
cien hombres del pueblo.
13 Llevan a cabo todos sus asuntos públicos y privados
sin despojarse de las armas. Pero tienen la costum¬
bre de que nadie las tome antes de que la ciudad lo
haya considerado apto para llevarlas. Entonces, en la
misma asamblea, alguno de los jefes, o el padre o los
parientes arman al joven con el escudo y la «framea»:
ésta es para ellos su toga, éste el principal ornato de
su juventud. Hasta ese momento se les considera parte
de la familia; a partir de ahora, parte de la Ciudad.
2 La condición noble de la familia o los grandes mé¬
ritos de los padres confieren, incluso a los más jóvenes,
la estima del jefe; se unen a otros más fornidos y de
larga experiencia y no se avergüenzan de que los vean
3 entre sus acompañantes. Este mismo séquito tiene
24 Esta alternativa sugiere una distinción efectiva entre pa¬
trimonio y demanio.
también sus grados, de acuerdo con el juicio de aquel
al que secundan. Hay una gran rivalidad entre los
gregarios por conseguir el primer lugar ante el jefe,
y los jefes pugnan por obtener el séquito más nume¬
roso y esforzado. Ésta es su dignidad y su fuerza: el 4
estar siempre rodeado por un gran número de jóvenes
escogidos, lo que constituye una honra en la paz y una
protección en la guerra. Y esta gloria y nombradla
del que sobresale por el número y valor de su comi¬
tiva no sólo las mantiene entre su propio pueblo, sino
en los estados vecinos. Se les solicita para las emba¬
jadas y se les honra con presentes; y con frecuencia
deciden el resultado de las guerras con su sola fama.
En el campo de batalla es vergonzoso para el jefe 1+
verse superado en valor y vergonzoso para la comitiva
no igualar el valor de su jefe. Pero lo infame y des¬
honroso para toda la vida es haberse retirado de la
batalla sobreviviendo al propio jefe; el principal deber
de fidelidad consiste en defender a aquél, protegerlo y
añadir a su gloria las propias gestas: los jefes luc han
por la victoria; sus compañeros, por el jefe.
Si la ciudad en la que nacieron comienza a embo- 2
tarse por la paz y la inacción, la mayoría de los jóve¬
nes nobles buscan voluntariamente otros pueblos que
se encuentren en guerra, porque para esta raza la tran¬
quilidad es enojosa y destacan con mayor facilidad
entre peligros, aparte de que no se puede mantener
un gran séquito sino con acciones violentas y guerras.
En efecto, obtienen de la liberalidad .del jefe aquel 3
famoso caballo de guerra o bien aquella conocida
«framea» ensangrentada y vencedora. Y es que las co¬
midas abundantes (aunque mal preparadas) constitu¬
yen su soldada. La fuente de su generosidad puede sub¬
sistir gracias a las guerras y saqueos. No se les puede 4
convencer para que aren la tierra o esperen la cosecha
tan fácilmente como para que provoquen al enemigo
124
TÁCITO
GERMANIA
125
o se expongan a las heridas: es más, les parece de
apocados y cobardes adquirir con sudor lo que puede
lograrse con sangre.
15 Cuando no guerrean, se dedican algo a la caza, pero
pasan la mayor parte del tiempo sin ocuparse de nada,
entregados al sueño y a la comida. Los más valientes
y belicosos entregan el cuidado de la casa, el hogar y
los campos a las mujeres, ancianos y a los más débi¬
les de la familia, mientras ellos languidecen: sorpren¬
dente versatilidad de carácter, que hace que los mismos
hombres gusten así de la ociosidad y odien la paz.
2 Las comunidades tienen la costumbre de llevar a
sus jefes, voluntaria e individualmente, algún animal
o producto del campo, lo que, recibido como home-
3 naje, ayuda de paso a sus necesidades. Sobre todo les
gustan los regalos de los pueblos vecinos, que les son
enviados no sólo por cada individuo, sino incluso a
título oficial: caballos escogidos, excelentes armas, jae¬
ces y collares. Actualmente les hemos enseñado también
a recibir dinero 25 .
M Es de sobra conocido que los pueblos germanos no
habitan en ciudades; ni siquiera soportan que sus casas
estén agrupadas. Dispersos y separados, viven donde
les haya complacido una fuente, un campo o una ar¬
boleda.
a No levantan sus aldeas como nosotros, con edifica¬
ciones juntas y apoyándose unas en otras; cada cual
deja un espacio libre en tomo a su casa, bien como
remedio frente al peligro de incendio, bien por desco-
3 nocer la técnica de la construcción. Ni existe entre
ellos el uso de la manipostería o de las tejas: utilizan
para todo un material tosco, sin pretensiones estéticas
u ornamentales. Cubren algunos lugares con un estuco
25 El soborno fue utilizado por los romanos con cierta fre¬
cuencia.
tan fino y brillante que semeja pintura y dibujos de
colores.
Tienen la costumbre de abrir cuevas subterráneas 4
y ponen encima gran cantidad de estiércol: refugio
para el invierno y almacén para las cosechas; este tipo
de lugares suaviza el rigor de los fríos y, si alguna vez
llega el enemigo, saquea lo que está al descubierto,
pero lo oculto y enterrado les pasa desapercibido, o
bien precisamente el tener que buscarlo impide su
descubrimiento.
Su vestimenta habitual es un sayo, sujeto con una 17
hebilla, o, en su defecto, con una púa; sin más abrigo,
se pasan todos los días a cubierto, junto al fuego del
hogar. Los más ricos se distinguen por su vestidura, no
flotante, como la de los sármatas y partos, sino ajus¬
tada y que deja adivinar todos sus miembros. Llevan 2
también pieles de animales, sin cuidado los ribere¬
ños 26 , con más esmero los del interior, porque la falta
de relaciones comerciales no les da otra posibilidad de
atavío. Eligen animal es y entremezclan las pieles que
les quitan con pieles de otros que produce el Océano
exterior y sus desconocidas aguas.
La indumentaria de las mujeres no difiere de la 3
masculina excepto en que aquéllas van cubiertas más
a menudo con mantos de lino adornados con franjas
de púrpura; la parte superior del vestido no termina
en mangas, dejando al descubierto el antebrazo, los
brazos y la parte contigua del pecho.
Sin embargo, el matrimonio es allí muy respetado M
y no podría alabarse más otro aspecto de sus costum¬
bres. En efecto, son casi los únicos bárbaros que se
contentan con una sola mujer, excepto unos pocos,
quienes, no por su ardor amoroso, se ven solicitados
para muchas uniones por su condición de nobles.
25 Del Rin y del Danubio.
126
TÁCITO
2 La mujer no aporta la dote al marido, sino el ma¬
rido a aquélla. Intervienen en la ceremonia los padres
V parientes y dan su aprobación a los presentes dóta¬
les, regalos que no tienen como fin el deleite femenmo
ni su uso como adorno para la recién casada, sino que
consiste en bueyes, un caballo embridado y escudo con
3 una «framea» y una espada. A cambio de estos pre¬
sentes es aceptada la mujer, quien, a su vez, regala a
su hombre algunas armas; a su juicio, éste es el mejor
vínculo, éstos los misterios sagrados, éstos los dioses
4 del matrimonio. Para que la mujer no se considere
ajena al valor militar y a los avalares de la guerra,
bajo los auspicios del incipiente matrimonio se le ad¬
vierte que pasa a ser compañera de penalidades y pe¬
ligros; que ha de soportar y arriesgarse a lo mismo,
tanto en paz como en guerra: esto es lo que significan
los bueyes, el caballo preparado y las armas entrega¬
das; así han de vivir, así han de llevar el papel de
madres 27 : lo que reciben han de entregarlo intacto y
sin menoscabo a sus hijos, para que lo reciban sus
nueras y vaya a parar más tarde a sus nietos.
19 Viven, pues, envueltas en su recato, sin echarse a
perder por ningún atractivo de los espectáculos m por
las provocaciones que suscitan los banquetes. Hombres
y mujeres desconocen por igual los intercambios de
2 cartas a escondidas. Para ser un pueblo tan numeroso,
los adulterios son escasos; su castigo es inmediato y
queda en manos de los maridos: en presencia de los
parientes, expulsan del hogar a la culpable, desnuda
y con el cabello cortado, y la conducen a latigazos
por todo el poblado. No hay ningún perdón para la
honestidad corrompida; no podrá encontrar marido ni
3 valiéndose de su hermosura, juventud y riqueza. Nadie
27 Otras lecturas dan sic pereundum, lo que vendría a ser:
«así han de comportarse en la vida y en la muerte».
GERMANIA
127
ríe allí los vicios, y al corromper o ser corrompido no
se le llama «vivir con los tiempos». Mejores aún son
aquellas tribus en las que sólo las vírgenes se casan
y se cumple de una vez por todas con la esperanza y
el deseo de ser esposa. Reciben un solo marido, a la 4
par que un solo cuerpo y una sola vida, a fin de que
no haya lugar para otros pensamientos ni para capri¬
chos tardíos, y lo amen no como a un marido, sino
como al matrimonio.
Limitar el número de hijos o matar a un agnado 28 s
se considera un oprobio, y más fuerza tienen allí las
buenas costumbres que en otros lugares las buenas
leyes 29 .
En todas las casas crecen desnudos y sucios, hasta 20
alcanzar esos miembros y contextura que nos causan
admiración. Cada madre cría a su hijo a sus pechos
y no lo deja en manos de esclavas o nodrizas. No pue- 2
des distinguir al amo del criado por las exquisiteces
de su crianza. Viven entre los mismos animales y en
el mismo suelo hasta que la edad separa a los hom¬
bres libres y su valía los distingue.
El deseo sexual es tardío en los jóvenes, y de ahí 3
que su primera virilidad quede intacta. Tampoco es
muy precoz en las doncellas; la misma lozanía y seme¬
jante desarrollo. De la misma edad y vigor que el
hombre con el que se casan, y los hijos reproducen la
robustez de sus progenitores. Los hijos de las herma- 4
ñas gozan de la misma consideración ante su tío que
ante su propio padre 30 . Algunos estiman este lazo de
sangre más sagrado y estrecho y lo prefieren a la hora
de recibir rehenes, pensando que ata con más fuerza
28 Agnado era el hijo nacido después de haber hecho el padre
testamento, que quedaba sin efecto por el nacimiento de aquél.
29 Alude a la Ley Papia Popea.
30 Rasgos de matriarcado; en las Historias, Civil aparece
rodeado de sus sobrinos.
128
TÁCITO
GERMANIA
129
5 el ánim o y afecta a más miembros de la familia. Sin
embargo, los herederos y sucesores son los respectivos
hijos y no hay testamento. Si no hay hijos, los gra¬
dos inmediatos en la sucesión son los hermanos, tíos
paternos y matemos. Su vejez está tanto mejor aten¬
dida cuanto mayor es el número de parientes consan¬
guíneos y afines; la falta de descendencia no ofrece
ninguna ventaja.
21 Es obligatorio asumir tanto las enemistades como
las amistades del padre o del pariente. Pero no perma¬
necen implacables, pues incluso el homicidio se purga
con un cierto número de cabezas de ganado mayor y
menor, y toda la familia se da por satisfecha, con pro¬
vecho púbüco, puesto que las enemistades son más
peligrosas en un clima de libertad.
2 Ningún otro pueblo se entrega con mayor pasión a
convites y a relaciones de hospedaje. Se tiene como
impiedad el negar albergue a cualquier ser humano.
Cada cual acoge con la mesa dispuesta según sus posibi¬
lidades; cuando éstas se agotan, el que ha dado albergue
acompaña al otro y le muestra un nuevo hospedaje,
se encaminan a la casa más cercana, sin estar invita-
3 dos. No importa. Son acogidos con igual generosidad.
En lo tocante al hospedaje nadie hace distinción entre
el conocido y el extraño. Es costumbre conceder lo que
pida al que se va y, viceversa, la misma posibilidad
hay de exigirle cualquier cosa.
Les gustan los regalos, pero no tienen muy en cuenta
los que dan ni quedan obligados por los que reciben M .
22 Se lavan nada más salir del sueño, que prolongan
hasta bien entrado el día; por lo regular, lo hacen con
31 Las ediciones críticas suelen añadir al final del capitulo
una a modo de sentencia-resumen; señalado como un añadido
no taciteo. Asimismo, queremos hacer constar nuestra dificultad
en trasladar el término hospitium; tal vez quedara mejor re¬
flejado por el español «hospitalidad» que por «hospedaje».
agua caliente, cosa lógica entre quienes dura mucho
el invierno. Ya lavados, toman el alimento; cada cual
tiene un sitio distinto y su propia mesa. Acto seguido
acuden armados a sus asuntos, y de la misma guisa
con no menor frecuencia a los banquetes. Para nadie 2
es vergonzoso pasar el día y la noche bebiendo con¬
tinuamente. Las riñas, como es natural entre gente
muy dada a la bebida, concluyen pocas veces con in¬
sultos y más a menudo con muertes y heridas. Pero en 3
los banquetes también deliberan sobre la reconcilia¬
ción de los enemigos, sobre el establecimiento de alian¬
zas familiares, elección de los jefes, sobre la paz y la
guerra, porque en ninguna otra ocasión está el ánimo
más abierto para los pensamientos sinceros o más
enardecido para los más trascendentes. Gente nada 4
astuta y sin doblez, abre todavía más los secretos de
su corazón por el ambiente relajado que proporciona
el lugar; la mente de todos permanece franca y sin
velos. Se continúa al día siguiente y las pautas gene¬
rales de cada momento quedan a salvo; deliberan cuan¬
do no saben fingir, deciden cuando no pueden errar.
Beben un líquido que obtienen de la cebada o del 23
trigo y que, al fermentar, adquiere cierta semejanza
con el vino. Los ribereños compran también vino. Su
alimentación es sencilla: frutos silvestres, carne fres¬
ca de caza o leche cuajada; se quitan el hambre sin
complicaciones ni refinamientos. Frente a la sed, no
mantienen igual moderación; si favoreces su embria- 2
guez suministrándoles cuanto deseen, se les vencerá
por sus vicios no menos fácilmente que con las armas.
El tipo de espectáculos es uno sólo y el mismo en 24
todas las reuniones: jóvenes desnudos, para quienes
esto constituye una diversión, se arrojan de un brinco
entre espadas y amenazadoras «frameas» 52 . La prác- 2
32 Parece tratarse de una «danza de la espada», combate si¬
mulado muy extendido por Europa.
36.-9
130
TÁCITO
GERMANIA
131
tica les ha proporcionado técnica; la técnica, belleza,
pero no los mueve el lucro o la recompensa: el placer
de los espectadores es el premio a su juego por peli-
3 groso que sea. Sobrios y formales, practican los jue¬
gos de azar con tanta temeridad a la hora de ganar o
perder que, cuando ya no les queda nada, se juegan
su libertad y su persona en un desesperado y definitivo
4 envite. El vencido afronta una esclavitud voluntaria;
por más joven y fuerte que sea, se deja atar y vender,
tal es su obstinación en este lamentable asunto. Pero
ellos lo consideran fidelidad a sus compromisos. Se
deshacen de los esclavos de esta condición vendiéndo¬
los, y así se libran al mismo tiempo del bochorno de
tal victoria.
25 No utilizan a los demás esclavos encomendándoles
funciones domésticas concretas, como hacemos nos¬
otros. Cada cual lleva su casa y sus penates. El señor
impone la entrega de cierta cantidad de trigo o de
ganado o de tela, como si fuera un colono, y el es¬
clavo acata estas condiciones. La mujer y los hijos
2 realizan las restantes tareas de la casa. Es poco fre¬
cuente azotar al esclavo y someterlo a cadenas y a tra¬
bajos penosos. Suelen matarlos no para dar ejemplo
de disciplina y muestras de rigor, sino en un acceso
de ira, como si se tratase de un enemigo, aunque en
este caso el homicidio queda impune 33 .
3 Los libertos no están muy por encima de los escla¬
vos; es raro que tengan influencia en la casa; nunca
en la vida pública 34 , excepto en las naciones de régi¬
men monárquico: allí se remontan por encima de los
ciudadanos libres y de los nobles; en los demás pue-
33 Se refiere a un enemigo personal, cuya muerte es un ho¬
micidio, no una acción de guerra.
m Como ocurría en Roma con muchos de los libertos impe¬
riales.
blos, la condición inferior de los libertos es prueba
de su libertad.
Desconocen el ejercer el préstamo y el aumentarlo 26
hasta la usura, y así se mantiene tal situación mejor que
si estuvieran prohibidos. Van ocupando todos por tur¬
nos la superficie cultivable, según el número de agri¬
cultores, y se la reparten de acuerdo con su condición
social. La gran extensión de sus campiñas facilita tal
reparto. Cambian anualmente de terreno y aún sobra 2
campo. Por este motivo, su esfuerzo no está a la al¬
tura de la riqueza y ab undancia deL suelo; así que no
plantan árboles frutales, ni reservan espacios para
prados, ni riegan huertas; sólo exigen a la tierra su
mies. De ahí que no distingan en el año los cambios 3
que corresponden a nuestras divisiones: el invierno, la
primavera y el verano tienen para ellos un significado
y un vocablo; del otoño ignoran tanto el nombre como
sus dones.
Ninguna pompa en sus funerales: procuran sólo 27
que los cuerpos de los hombres ilustres se quemen
con leña de una determinada clase. No hacinan ves- 2
tidos ni perfumes sobre el montón de la pira; cada ca¬
dáver conserva sus armas; a las llamas de algunos se
le añade también su caballo. Un cúmulo de césped
forma el sepulcro. Rechazan el adorno laboriosamente
trabajado de los monumentos, por considerarlo una
carga pesada para el difunto. Abandonan pronto los
lamentos y las lágrimas, no así el dolor y la tristeza.
Para las mujeres es decoroso llorar; para los hom¬
bres, mantener el recuerdo.
Éstos son los datos de tipo general que hemos re- 3
cogido sobre el origen y las costumbres del conjunto
de los germanos. A continuación trataré de referir las
instituciones y los usos de cada nación, en la medida
en que difieran unos de otros, y qué pueblos, proce¬
dentes de Germania, han emigrado a las Galias.
132
TÁCITO
28 El divino Julio, la máxima autoridad, nos transmite
que los galos fueron más fuertes en otra época, y
por ello se puede creer que penetraron incluso en
Germania, pues ¡cuán poco era un no para impedir
que cualquier nación, si se encontraba con fuerzas,
ocupase y cambiase de unos asentamientos hasta en¬
tonces comunes y sin separar por ningún poder so-
2 bel Asi° ! pues, los helvecios ocuparon el territorio que
hay entre la selva Hercinia 35 y los ríos Wn y Meno, y
el de más allá, los boyos, pueblos ambos de la Galla.
El nombre de bohemios subsiste y atestigua la vieja
tradición del lugar, aunque los habitantes sean otros .
3 Pero si los araviscos emigraron a Panoma desde
el territorio de los osos 3 ’, nación germana, o los osos
desde el de los araviscos a Germania, si tenemos en
cuenta que poseen aún la misma lengua, instituciones
y costumbres, no puede saberse a ciencia cierta, puesto
que antiguamente los bueno y lo malo de ambas orillas
era común a causa de una pobreza y libertad similares.
Los tiéuems. 38 y los nervios son excesivamente va
nidosos en sus pretensiones de un origen germano,
como si intentaran evadirse de su semejanza con los
indolentes galos mediante esta gloria genealópca. Pue¬
blos germanos sin duda alguna habitan en la misma
orilla del Rin: vangiones, tribocos y németes .
35 Concretamente los montes del Jura, en Suabia.
36 Los boyos emigraron a la Galia Cisalpina, P«°
dieron dar su nombre a Bohemia («morada de los boyos»), si-
tuada entre Sajonia, Moravia, Austria y Baviera.
37 Ambos ocupaban parte de la actual Hungría; los aravi -
eos a la derecha del Danubio; los osos, a la izquierda.
¿ iSs tréveros dieron nombre a Tréveris. Los nervios vivían
6n » a Cerra" de 6 ' Maguncia, los vangiones; de Estrasburgo, los
tribocos; de Spira, los németes.
GERMANIA
133
Ni siquiera los ubios 4C , aunque alcanzaron la dig- s
nidad de ser colonia romana y prefieren que se les
llame agripinenses, del nombre de su fundador 41 , se
avergüenzan de su origen, habiendo pasado el río en
otro tiempo y siendo instalados sobre la misma orilla
del Rin para poner a prueba su fidelidad y con el fin
de defender aquélla, no para ser vigilados.
Los batavos, que se distinguen por su valor entre 2»
todos estos pueblos, no ocupan una gran zona de la
orilla, aunque habitan también una isla del Rin 42 . Eran
antaño una tribu de los catos que emigró, por culpa
de una revuelta interna, a las sedes en las que pasa¬
rían a formar parte del imperio romano. Conservan 2
la distinción y la señal de la antigua alianza, pues no
son humillados con tributos, ni los arruina el publi-
cano; exentos de cargas y contribuciones, quedan re¬
servados para utilizarlos en combate, como si fueran
lanzas y armaduras.
En la misma situación de obediencia están los ma- 3
tiacos 43 , pues la grandeza del pueblo romano ha exten-
dido el respeto a su imperio más allá del Rin y de sus
antiguos confines. Y aunque viven en su orilla en lo
tocante a su asentamiento y fronteras, están con nos¬
otros en espíritu y pensamiento, semejantes en el resto
a los batavos, salvo que son más temperamentales
por el suelo y clima de su país.
Aunque se hayan asentado al otro lado del Rin y 4
del Danubio, no veo razón para incluir entre los pue¬
blos de Germania los que trabajan los campos Decu-
« Entre el Rin y el Main; aliados con los romanos, su ca¬
pital, Ara Ubiorum, pasó a ser Colonia Agripina, la actual Co¬
lonia.
41 Sería «fundadora»; Agripina, hija de Germánico, nació
allí.
42 El delta del Rin; para los batavos, véase el Agrícola.
43 En la comarca en que se halla hoy Wiesbaden.
134
TÁCITO
GERMANIA
135
mates 44 : deshecho de toda la Galia y audaces en su
pobreza, ocuparon un suelo de propiedad incierta;
más tarde, trasladada la frontera y adelantadas. las
guarniciones, se convierten en avanzada del imperio y
en parte de una provincia.
30 Más allá de éstos, tienen los catos sus primeros
asentamientos a partir de la selva Hercinia, en una
zona no tan llana y pantanosa como la de los demás
pueblos por los que se extiende la Germania; a lo largo
de una formación de colinas, que luego se van haciendo
más escasas, la selva Hercinia acompaña a los catos
2 como algo propio, pues acaba donde ellos acaban. Pue¬
blo de cuerpo más robusto, miembros enjutos, de sem¬
blante amenazador y con mayor fuerza de ánimo.
Para lo que son los germanos, tienen mucha capacidad
de raciocinio y habilidad. Invisten como jefes a gente
escogida, saben escuchar a tales jefes, guarda cada
uno su puesto, reconocen las oportunidades, refrenan
sus impulsos, distribuyen las tareas diurnas, se atrin¬
cheran durante las noches; incluyen la fortuna entre
las cosas dudosas, el valor entre las seguras y —cosa
muy rara y que sólo puede lograrse con la disciplina
3 romana— esperan más del jefe que del ejército. Toda
su fuerza está en la infantería, a la que cargan, aparte
de sus armas, con herramientas y provisiones. Otros
pueblos parece que van al combate; los catos van a la
guerra. Son raros los golpes de mano y la lucha impro¬
visada. Corresponde a las fuerzas de a caballo obtener
una victoria rápida y retirarse con la misma rapidez.
La velocidad guarda relación con el miedo; la lentitud
es más propia de la firmeza.
31 Una usanza poco frecuente entre los restantes pue¬
blos germanos y que se debe a la valentía individual
se convierte en los catos en algo comúnmente acep-
44 El nombre querría decir «adquiridos por un diezmo.»
tado: cuando llegan a la adolescencia, se dejan crecer
el pelo y la barba y sólo tras haber matado a un ene¬
migo se despojan de este adorno facial ofrecido y con¬
sagrado al valor. Sobre la sangre y los despojos des- 2
cubren su frente y sólo entonces creen haber pagado
el precio de su nacimiento y ser dignos de su patria
y de sus padres. Los cobardes y malos guerreros con¬
tinúan con su feo aspecto. Los más valientes se colo- 3
can, además, un anillo de hierro (cosa ignominiosa
para esta gente) y lo llevan como una atadura hasta
que se liberan de ella con la muerte de un enemigo 45 .
Este hábito gusta a la mayoría de los catos, y al enve- 4
jecer aún conservan este distintivo, que es objeto de
admiración para los enemigos y para los suyos. En
ellos está la iniciativa de todos los combates. La suya
es siempre la primera línea, de extraño aspecto, y ni
siquiera en la paz adoptan maneras más suaves. Nin- 5
guno posee casa, campo o alguna ocupación; siempre
que llegan a casa de alguien, se les alimenta; pródigos
de lo ajeno, menosprecian lo suyo, hasta que la vejez,
con su debilidad, los hace incapaces para afrontar tan
duras pruebas de valor 44 .
Próximos a los catos, los úsipos y los tencteros ha- 32
hitan las zonas del Rin 47 donde su cauce ya se ha
afianzado y constituye una frontera suficiente. Los 2
tencteros, aparte de la común gloria guerrera, sobre¬
salen por la destreza de su arte ecuestre. No es mayor
la fama de los infantes en los catos que la de los ji¬
netes para los tencteros. Así lo establecieron sus an- 3
45 La paradoja de este pasaje se resuelve en el sentido de
que tal anillo simbolizaba una consagración al dios de la
guerra.
46 Esta descripción tan benevolente de los catos no corres¬
pondía a la realidad.
47 La orilla derecha del bajo Rin. Pueblos aludidos en el
libro IV de la Guerra de las Gaitas.
136
TÁCITO
tensados y así lo mantienen sus descendientes. De
este So son los juegos infantiles y las competiciones
juveniles- incluso los ancianos continúan practicón
4 i,. Los caballos se transmiten junto con l ° S ^^
los penates y los derechos sucesorios; ™ **<**>&**
hijo primogénito, como los demás, smo el mas arn
e ado y el más aventajado en la guerra.
33 a los tenderos se hallaban en otro uempo
los tolderos. Se cuenta que los y s
rios 48 emigraron allí, tras ser expulsados los bructeros
y exterminados de rala por una coalición de £ ““J
L vecinas, bien por odio a sn
incentivo del botín, o bien por una oto.
, de los dioses para con nosotros, pues m siquiera nos
huruuon el espectáculo de la batalla. Cayeron más de
“mil. y no por las armas romanas smo pa»
deleite de nuestros ojos, lo que supone un triunfo más
bSitote. ¡Ojalá permanezca y se
naciones si no el afecto hacia nosotros, si, al me ^° ’
el odio entre ellas, puesto que a los atormentados dese¬
asdel imperio nada mejor puede proporcionar
Fortima que la discordia entre sus enemigos.
34 Los dulgubnios, los casuarios 4 ’ y otros pueblo
menos conocidos cierran por la espalda a los angnva-
nos y camavos; los frisios 50 los limitan por la parte
frontal. La denominación de frisios mayores y meno
p^dene de su diferente potencial. Ambas naciones se
Lian bordeadas por el Rin hasta al ^°J T
abarcan también inmensos lagos, surcados mcluso por
« Los ^bructeros se hallaban en la región de Münste^entre
el Lippe y el Eras; los camavos, entre el Vecht y e
.o» ^»*»“= - »-
suarios, al SO. de Bremen.
» Desde los batavos hasta cerca del Wese .
GERMAN IA
137
flotas romanas 51 . Es más, por esa zona hemos expío- i
rado el mismo Océano 52 . La fama ha divulgado que
subsisten todavía las columnas de Hércules, bien por¬
que estuvo Hércules allí, bien porque parecemos estar
de acuerdo en atribuir a su gloria todo lo que de
grandioso haya en cualquier parte. Y no le faltó auda- 3
cia a Druso Germánico 53 , sino que el Océano impidió
sus indagaciones sobre él y sobre Hércules. Nadie lo
intentó con posterioridad; y ha parecido más piadoso
y reverente creer en los hechos de los dioses que co¬
nocerlos a ciencia cierta.
Hasta aquí nuestras noticias sobre Germania en su 35
parte occidental. Luego se desvía hacia el N. formando
un gran arco 54 . Lo primero que encontramos es la
nación de los caucos, que, aunque comienza a partir
de los frisios y ocupa parte de la costa, se extiende a
lo largo de los flancos de todos los pueblos que acabo
de citar 55 , hasta alcanzar el país de los catos, forman¬
do un entrante. Tan inmensa extensión de tierras no i
sólo la ocupan, sino que la abarrotan los caucos, el
más noble pueblo entre los germanos y que prefiere
defender su grandeza con la justicia. Sin ambiciones ni 3
violencias, en paz e independientes, no provocan guerra
alguna, no saquean ni se dedican a robos ni a rapiñas.
La mejor prueba de su valor y fuerza es que no preten- 4
den mantener su superioridad con la injusticia. Sin
embargo, todos tienen sus armas dispuestas y, si la
51 Por Druso y Tiberio en el 12 y 16, a. C., respectivamente.
52 El Mar del Norte.
53 Hijo de Tiberio Nerón y Livia, nacido cuando ésta se
había casado ya con Augusto, quien lo adoptó, con lo que dio
lugar a las consabidas suposiciones. Ejecutó los planes de
Augusto sin mantener ninguna línea política. Fue el primero
en llegar al Mar del Norte, entre el Rin y el Weser.
54 El golfo que forman las costas del NO. de Germania y el
E. de la Península de Jutlandia.
55 A ambos lados del Weser.
138
TÁCITO
GERMANIA
139
situación lo requiere, un ejército de muchos hombres
y caballos. Su fama es la misma cuando están en paz .
36 En el costado de los caucos y de los catos, los que-
ruscos 57 al no ser hostigados, alimentaron una paz
excesiva y enervante. Y esto fue más agradable que
tranquilizador, porque en medio de ambiciosos y po¬
tentes la seguridad que se mantiene es falsa; cuando
la violencia aparece, la moderación y la honradez son
2 conceptos que se apropia el vencedor. Así, a quienes
antes se llamaba los buenos y justos queruscos, ahora
son tachados de indolentes y necios. La fortuna se
convirtió en sabiduría para sus vencedores los catos.
3 Arrastrados por la ruina de los queruscos, también los
fosos “, pueblo vecino, participan de su desgracia, aun¬
que en los tiempos felices habían sido inferiores.
37 Los cimbros 59 , próximos al Océano, ocupan justa¬
mente el saliente de la Germania. Pequeña nación en
la actualidad, aunque de pasado glorioso. Subsisten
amplios vestigios de su antigua fama; espacios desti¬
nados a campamentos en ambas orillas, por cuya ex¬
tensión se puede calcular aún hoy la magnitud y for¬
taleza de aquel pueblo y dar credibilidad a un éxodo
tan grande.
2 Corría el año 640 de nuestra Ciudad" cuando por
vez primera se oyeron los hechos de armas de los
cimbros, durante el consulado de Cecilio Metelo y Pa¬
sé Como en el caso de los catos, tampoco esta enumeración
de cualidades parece coincidir con la realidad y nos hacen sos¬
pechar de retoricismo etnográfico.
57 Entre el Weser y el Saale, derrotaron a Varo en la selva
de Teutoburgo.
58 En la zona de Hannover.
» Habitaban la península de Jutlandia. Los romanos no sa¬
bían que eran germanos. Derrotados por Mario, pasaron a ser
aliados del pueblo romano.
60 Se contaba a partir de la fundación de la ciudad (753
ó 754); sería, pues, el 104 a. C.
pirio Carbón. Si contamos desde entonces hasta el se¬
gundo consulado del emperador Trajano, tenemos un
total de casi doscientos diez años: ¡tanto va tardando
Germania en ser sometida! En un período tan extenso 3
se han producido mutuos y abundantes reveses. Ni el
Samnio, ni los cartagineses, ni Hispania o las Galias,
ni siquiera los partos, nos han suministrado tantas
lecciones. Sin duda, la libertad de los germanos nos
cuesta más cara que el despotismo de Arsaces. En 4
efecto, ¿qué otro trastorno, a no ser la muerte de
Craso, nos ha causado el Oriente, sometido por Ven-
tidio 61 y que perdió, por su parte, a Pácoro? Los ger- 5
manos, en cambio, además de derrotar o capturar a
Carbón, Casio, Escauro Aurelio, Servilio Cepión y Má¬
ximo Manlio, arrebataron al tiempo cinco ejércitos
consulares al pueblo romano; incluso lo mismo sucedió
al César y a Varo y sus tres legiones a . Si bien los de¬
rrotó Gayo Mario en Italia, el divino Julio en la Galia
y Druso, Nerón y Germánico en su propio territorio,
no fue sin sufrir, a su vez, pérdidas. Posteriormente,
las grandes amenazas de Gayo César cayeron en el
ridículo 63 . Hubo después paz, hasta que, con ocasión 6
de nuestras disensiones y guerras civiles, tras asaltar
los cuarteles de invierno de las legiones, trataron tam¬
bién de invadir las Galias y de nuevo fueron recha¬
zados. En los últimos tiempos, más que victorias nos
han dado excusa para que celebremos triunfos 64 .
61 Ventidio Baso, traficante de muías, favorito de César y
de Antonio. Enviado como legado a Oriente, venció a los partos,
mandados por Pácoro, quien murió en la batalla.
62 La palabra César designa aquí a Augusto, pues tal de¬
rrota tuvo lugar el año 9 d. C. a manos de los queruscos al
mando de Arminio; Varo murió. Análogamente, «Nerón» de¬
signa luego a Tiberio, que llevaba tal cognombre.
63 Calígula, diminutivo de «caliga», bota-sandalia de los le¬
gionarios, que impusieron tal apodo al futuro emperador.
64 Es decir, espectáculos propios de una victoria efectiva.
140
TÁCITO
38 Debo hablar ahora sobre los suevos« que no son
un solo pueblo, como ocurre con los catos y tencteros.
Ocupan la parte más extensa de Germania y se dife¬
rencian por sus respectivos nombres nacionales, aunque
2 se les llama comúnmente suevos. Es típico de esta raza
peinarse el pelo hacia un lado y sujetárselo por debajo
con un moño; de esta manera, los suevos se diferencian
de los restantes germanos y los suevos libres de os
esclavos. En otros pueblos se da también, aunque rara¬
mente y durante la edad juvenil, ya por algún Pu¬
tesco con los suevos, o, lo que sucede con más tre-
3 cuencia, por mimetismo. Los suevos, hasta que enca¬
necen, cardan sus hirsutos cabellos y es frecuente que
4 los lleven atados en lo alto de la cabeza. Los próceres
llevan el pelo de forma más rebuscada. Tal es su
preocupación por la estética; aunque inofensiva, por
cuanto no se adornan para amar o ser amados smo
para aparentar una mayor estatura a los ojos de los
enemigos e infundir así terror al entrar en combate.
39 A los semnones 66 los tienen por los más antiguos
y nobles de los suevos, y la creencia en tal antigueted
a queda confirmada por su religión. En una época fija
se reúnen a través de embajadas las tribus de igual
denominación y de la misma sangre en una selva con¬
sagrada por los augurios de los antepasados y por un
miedo arraigado, e, inmolando oficialmente a un hom¬
bre, celebran los horribles preámbulos de su bárbaro
rito. Existe otra manifestación de temor hacia el bosque
3 sagrado: nadie entra en él a no ser atado, para demos¬
trar su inferioridad y subordinación al poder de la di¬
vinidad; si por un azar llega a caer, no se permite
65 Tácito se refiere genéricamente a los pueblos del E. y
N de Gennania; abarcarían los semnones, hermunduros mar-
comanos y cuados; pero podrían haber comprendido más tnbus.
66 Entre el Elba y el Oder.
GERMANIA
141
levantarlo ni que se incorpore; tiene que salir revol¬
cándose. Todas estas supersticiones se dirigen a lo
mismo, afirmar que allí está el origen de la nación,
allí el dios señor de todo, y que lo demás está sometido
y le obedece.
La riqueza de los semnones aumenta su prestigio;
habitan en cien poblados 67 , y este potencial humano
hace que se crean la cabeza de los suevos.
Lo exiguo de su población, por el contrario, es lo 4®
que ennoblece a los longobardos 68 : rodeados por nu¬
merosas y potentes naciones, se mantienen incólumes
combatiendo y arrostrando peligros, no por pactos de
obediencia. A continuación, protegidos por ríos o selvas,
están los reudignos, los aviones, los anglios 69 , los va-
rinos, los eudoses, los suarines y los nuitones. Nada 2
notable hay en cada uno de éstos, excepto que rinden
culto común a Nertho 70 , es decir, a la Madre Tierra,
y piensan que interviene en los asuntos humanos y
que se traslada de pueblo en pueblo. En una isla del 3
Océano hay un bosque santo y en él un carro consa¬
grado cubierto con un velo. Sólo se permite tocarlo a
un sacerdote. Éste siente la presencia de la diosa en
el santuario y, con gran veneración, acompaña a aqué¬
lla, que va conducida por un tiro de vacas. Los días son
alegres entonces, y festivos los lugares a los que se
digna acudir y alojarse.
No emprenden guerras, no toman las armas, que 4
permanecen todas clausuradas. Sólo entonces se conoce
67 Tal vez indica sólo un gran número.
68 A la izquierda del bajo Elba, al NE. de Hannover.
« Invadieron Britania en el siglo v y dieron su nombre a
Inglaterra.
70 Había una diosa celta de nombre parecido, diosa de la
fertilidad y de los vientos. Los datos de este capítulo son muy
problemáticos. El templo sería el bosque; la estatua no exis¬
tiría probablemente.
142
TÁCITO
GERMANIA
143
la paz y el sosiego, y se les aprecia, hasta que el mismo
sacerdote devuelve al templo a la diosa, saciada ya de
5 su contacto con los mortales. Instantes después se la¬
van en un lago retirado el vehículo, el velo y, si se
quiere creer, la misma divinidad. Cooperan unos escla¬
vos, a los que engulle inmediatamente el mismo lago.
De aquí el antiguo terror y la santa ignorancia res¬
pecto de aquello que sólo ven los que al punto han de
morir.
41 Esta facción de los suevos se extiende hasta la
parte más interior de Germania; más cerca de nos¬
otros (sigamos ahora el curso del Danubio, como antes
el del Rin) está la tribu de los hermunduros 71 , fiel a
los romanos; por esta razón, son los únicos de los
germanos que mantienen relaciones comerciales, no
sólo en la orilla, sino tierra adentro, en la más es-
2 pléndida colonia 72 de la provincia de la Recia. Pasan
la frontera por doquier y sin guardianes, y, mientras
que a los demás pueblos les mostramos sólo las armas
y los campamentos, a éstos les abrimos nuestras casas
y fincas, porque no las ambicionan. Entre los hermun¬
duros nace el Elba, río otrora famoso 73 y conocido;
hoy apenas se le menciona.
42 Próximos a los hermunduros viven los naristos y,
a continuación, los marcomanos y los cuados 74 . La glo¬
ria y el potencial más importante pertenecen a los mar¬
comanos, e incluso su mismo territorio lo conquistaron
valientemente tras derrotar en un tiempo a los boyos.
No desmerecen la raza los naristos y cuados. Y ésta es,
por así decirlo, la fachada de la Germania en la zona
7 * La actual Franconia.
72 Augusta Vindelicorum, actual Augsburgo.
72 Domicio Ahenobarbo lo había pasado el 3 a. C.
74 Los naristos, al E. de los Hermunduros; los marcomanos
y los cuados, en Bohemia y Moravia. Los marcomanos ayuda¬
ron a Ariovisto contra César.
que la bordea el Danubio. Los marcomanos han con- 2
servado hasta nuestra época reyes de su propia nación,
noble linaje de Maroboduo 75 y Tudro (ahora soportan
monarcas extranjeros), pero la fuerza y el poder de
sus reyes proviene de la autoridad de Roma; raras
veces reciben nuestro apoyo militar; más frecuente¬
mente de tipo económico, aunque no por ello son
menos poderosos.
Hacia atrás, los marsignos, cotinos, osos y buros 76 43
limitan a los marcomanos y cuados por su parte poste¬
rior. De éstos, los marsignos y buros recuerdan a los
suevos por su lengua y costumbres; la lengua gala de
los cotinos y la panónica de los osos demuestra que no
son germanos; también el que estén sometidos a tribu¬
tos. Los sármatas les imponen parte de tales tributos; 2
parte, los cuados, como si fueran extranjeros; los co¬
tinos, para mayor vergüenza, trabajan incluso minas de
hierro.
Todos estos pueblos se asentaron en algunas llanu¬
ras, pero sobre todo en desfiladeros y cimas de mon¬
tañas. Una cadena de montes separa y divide Suevia 77 , 3
al otro lado de la cual viven muchos pueblos, entre
los que el nombre de los ligios es el más extendido y
comprende muchas tribus. Bastará nombrar a las más
poderosas: harios, helvecones, manimos, helisios, na-
harvalos. En el territorio de los naharvalos es notorio 4
un bosque perteneciente a una añeja religión. La pre¬
side un sacerdote con atavío femenino, pero, según una
interpretación romana, recuerdan a los dioses Cástor y
Pólux. Tal es la esencia de esta divinidad; su nombre,
Alcis; ninguna imagen, ninguna huella de creencia ex-
75 Maroboduo (Marbod) fundó un gran imperio entre el Elba
y el Vístula a principios de la era cristiana.
7 « Pueblos celtas.
77 Los Montes de los Gigantes y los Sudetes.
144
TÁCITO
GERMAN IA
145
tranjera; sin embargo, se les venera como a dos her¬
manos, como a dos jóvenes.
s Por lo demás, los harios 78 , aparte de su fuerza, en
la que superan a los pueblos citados, siendo feroces
como son, favorecen su ferocidad con artimañas y apro¬
vechando las ocasiones: con escudos negros y cuerpos
untados, escogen noches muy oscuras para sus comba¬
tes e infunden terror con el solo miedo que produce
su aspecto de ejército espectral, sin que ningún ene¬
migo soporte esa visión inusitada y como de otro
mundo, pues en todas las batallas los primeros en ser
vencidos son los ojos.
Tras los ligios están los gotones 79 ; con régimen mo¬
nárquico, con una sujeción algo mayor que la de los
restantes pueblos germanos, aunque no tanto como
para suprimir su libertad. A continuación, nos encon¬
tramos por la parte del Océano a los rugios y lemo-
vios. Típicos de todos estos pueblos son los escudos
redondos, las espadas cortas y la sumisión a sus reyes.
44 A partir de aquí comienzan los estados de los su-
yones, en el mismo Océano 80 , que basan su poderío
en su flota, aparte de hombres y armas. La forma de
sus naves se distingue por tener proa en los dos extre¬
mos, con lo que disponen siempre de un frente apto
para el abordaje. No maniobran con velas ni incorpo¬
ran a sus costados filas de remos; el aparejo va suelto,
como en algunos ríos, y se puede enfilar en una direc¬
ción u otra, según la circunstancia lo requiera.
2 Tienen en gran consideración la riqueza y por eso
manda uno solo, sin ninguna traba, y están obligados
78 En la región de Cracovia, su nombre parece que signi¬
fica «los guerreros».
79 Los godos. Ocupaban zonas del bajo Vístula.
80 Parece, por este pasaje, que Tácito consideraba Escandi-
navia como una isla.
a obedecerle sin reservas. No tienen sus armas a la 3
disposición de todos, como el resto de los germanos,
sino guardadas y con vigilante, precisamente un es¬
clavo, porque el Océano impide las incursiones repen¬
tinas de enemigos y, en cambio, una tropa de hombres
armados puede provocar fácilmente desórdenes; en
realidad, el no poner al cuidado de las armas a un
noble, un libre o siquiera un liberto redunda en interés
del rey.
Tras los suyones 81 hay otro mar: en calma, casi 45
inmóvil 82 ; se cree que rodea y clausura el orbe de las
tierras, porque el último resplandor del sol al ponerse
dura hasta el amanecer, y tan brillante que difumina
las estrellas. La credulidad añade que se puede escu¬
char su sonido al emerger y que se ven las figuras de
sus caballos y los rayos de su cabeza. Hasta aquí, y
sólo en eso son ciertos los rumores, llega el mundo.
Y bien, la costa derecha del mar suevo 83 baña a 2
los pueblos estíos, que tienen los ritos y costumbres
de los suevos; su lengua está más próxima a la britá¬
nica 84 . Veneran a la madre de los dioses. Como distin- 3
tivo de su religión, portan amuletos en forma de ja¬
balíes. Esto asume el papel de las armas y de la pro¬
tección de los hombres, y proporciona seguridad al de¬
voto de la diosa, aun en'medio de los enemigos. Es
raro el uso del hierro, frécuente al de palos. Culti- 4
van el trigo y otros productos con una paciencia inha¬
bitual en la desidia característica de los germanos.
Pero exploran también el mar y son los únicos que
buscan el ámbar, al que llaman «gleso» y que reco¬
sí Al S. de Suecia. Es el único pueblo nórdico que se mea
ciona.
82 Puede referirse al Océano Glacial Artico.
83 El Báltico.
>8 Sólo habla coincidencias léxicas.
36.-10
146
TÁCITO
GERMANIA
147
gen en las zonas de bajura y en la misma orilla 85 .
s Pero no han investigado ni averiguado, como bárbaros
que son, cuál es su naturaleza y su proceso de forma¬
ción; es más, durante largo tiempo yacía entre los
demás residuos arrojados por el mar, hasta que nues¬
tra afición al lujo le dio fama. Ellos no lo utilizan
para nada: se recoge en bruto, se transporta sin refi¬
nar y se extrañan cuando reciben dinero a cambio.
6 Podría pensarse, no obstante, que es un exudado de
los árboles, pues muchas veces dejan transparentar
ciertos animal es terrestres y también volátiles, que,
engullidos en una sustancia líquida, quedaron aprisio-
7 nados al solidificarse ésta. Tal como sucede en regio^
nes apartadas de Oriente, donde los árboles destilan
incienso y bálsamo, podría creerse que hay bosques y
arboledas muy productivas en las islas y tierras del
Occidente, con sustancias que, exudadas y licuadas por
los cercanos rayos del sol, van a parar al mar pró¬
ximo y, por la fuerza de las tempestades, terminan
B depositándose en las costas de enfrente. Si se intenta
averiguar la naturaleza del ámbar aplicándole fuego,
arde como una tea produciendo una llama grasienta
y olorosa; acto seguido se reblandece, como la pez o
la resina.
9 Los pueblos de los sitones 86 siguen a los suyones;
semejantes en todo, se diferencian sólo en que , reina
una mujer: en tan gran medida degeneran no sólo
respecto de su libertad, sino hasta de la misma escla¬
vitud.
46 Ésta es el confín de Suevia. No sé si incluir entre
los germanos o los sármatas a los pueblos de los peu-
85 Se trata de un pueblo finés que vivía en las tierras llanas
del NO. de Escandinavia y conocido como Kuaens, que aún
existe en el NO. de Finlandia; a los fineses se les llama quen
en sueco.
88 Son los fineses de la zona de Letonia.
cinos, vénetos y fenos 87 ; aunque los peucinos, a los
que algunos llaman bastamas, actúan como los ger¬
manos en lengua, costumbres, asentami entos y modo
de construir sus casas; la suciedad es patrimonio de
todos, y la indolencia lo es de los notables; a causa de
enlaces matrimoniales con los sármatas acaban por
adquirir un aspecto desagradable, parecido al de éstos.
Los vénetos han tomado mucho de sus costum- 2
bres, pues recorren saqueando todo el territorio de
bosques y montes que se levanta entre peucinos y
fenos. A éstos, en cambio, se los cuenta más bien entre
los germanos, porque fijan sus domicilios, llevan es¬
cudos y les gusta utilizar las piernas con rapidez, todo
lo cual es difereñte de los sármatas, que viven en carros
y caballos. Hay en los fenos un salvaj ismo asombroso 3
y una pobreza detestable: ni armas, ni caballos, ni
hogares; hierba para alimentarse, pieles para vestirse,
el suelo para dormir; toda su esperanza en las flechas,
que, a falta de hierro, llevan un hueso afilado en la
punta. La caza proporciona alimento lo mismo a hom¬
bres que a mujeres, pues éstas les acompañan a todos
los sitios y reclaman su parte en el botín. Los niños 4
no tienen otro refugio frente a las fieras y lluvias que
la cubierta de ramas entrelazadas; allí acuden también
los jóvenes y es protección para los ancianos. Pero s
piensan que así y todo es mejor que sufrir en los cam¬
pos, trabajar en las casas y mantener siempre expues¬
tas sus propias fortunas y las ajenas entre la espe¬
ranza y el miedo. Tranquilos de cara a los hombres
y los dioses, han conseguido algo muy difícil: no echar
en falta ni siquiera el deseo.
87 Los peucinos, de Bulgaria; los vénetos, antepasados de
los eslavos, al otro lado del Medio Vístula; los fenos se piensa
que eran originarios de la zona de Moscú.
148
TÁCITO
6 Lo demás es ya legendario: que los helusios y
oxiones tienen rostro y rasgos humanos, cuerpos y
miembros de animales M . Lo dejaremos en el aire,
como algo no comprobado.
88 Si se tratase de los lapones, no tendría nada de extraño
el aspecto, por las pieles que llevarían.
LOS GERMANOS DEL SUR
Y LOS PUEBLOS VECINOS
INDICE ONOMASTICO
Abnoba (monte): 1, 3.
Africa: 2, 2.
Alcis: 43, 4.
Alpes Réticos: 1, 2.
Arsaces: 37, 3.
Asciburgio: 3, 3.
Asia: 2, 2.
Aurelio Escauro: 37, 5.
Aurinia: 8, 3.
Casio: 37, 5.
Cástor: 43, 4.
Cecilio Metelo: 37, 2.
César (Augusto): 37, 5. Véase
también Julio César.
Craso: 37, 4.
Danubio: 1, 1 y 2; 41, 1; 42, 1.
Decumates (Campos): 29, 4.
Druso Germánico: 34, 3; 37, 5.
Elba: 41, 2.
Fortuna (diosa): 33, 2.
Galia(s): 5, 1; 27, 3; 28, 2; 29,
4; 37, 3 y 5.
Gayo César: 37, 5.
Germania: 1, 1; 2, 2 y 5; 3, 3;
4, 1; 5, 3; 27, 3; 28, i y 3; 29,
4; 30, 1; 35, 1; 37, 1-2; 38, 1;
41, 1; 42, i.
Germánico: 37, 5.
Hercinia (selva): 28, 2; 30, 1.
Hércules: 3, 1; 9, 1; 34, 2-3.
Hispania: 37, 3.
Isis: 9, 2.
Italia: 2, 2.
Julio César: 28, 1; 37, 5.
Laertes: 3, 3.
Manlio Máximo: 37, 5.
Manno: 2, 3.
Mar del Norte: 1, 2.
Mar Póntico: 1, 2.
Mario, Gayo: 37, 5.
Maroboduo: 42, 2.
Marte: 9, 1.
Meno (río): 28, 2.
Mercurio: 9, 1.
Nerón: 37, 5.
152
GERMANIA
Nertho: 40, 2.
Nórico: 5, 1.
Océano: 1, 1; 2, 1 y 3; 3, 3;
17, 2; 34, 2-3; 40, 2; 44, 2 y 4.
Pácoro: 37, 4.
Panonia: 5, 1; 28, 3.
Papirio Carbón: 37, 2 y 5.
Pólux: 43, 4.
Samnio: 37, 3.
Servilio Cepión: 37, 5.
Suevia: 43, 3; 46, 1.
Trajano: 37, 2.
Tudro: 42, 2.
Tuistón: 2, 3.
Ulises: 3, 3.
Recia: 3, 3; 41, 1.
Rin: 1, 1-2; 2, 5; 3, 3; 28, 2-5;
29, 1, 3-4; 32, 1; 34, 1; 41, 1.
Roma: 42, 2.
Varo: 37, 5.
Veleda: 8, 3.
Ventidio: 37, 4.
Vespasiano: 8, 3.
INDICE ETNOGRAFICO E INSTITUCIONAL
Agripinenses: 28, 5.
Agnado: 19, 5.
Aldeas: 12, 3; 16, 2.
Anglios: 40, 1.
Angrivarios: 33, 1; 34, 1.
Araviscos: 28, 3.
Asambleas: 6, 6; 12, 1 y 3;
13, 1.
Augurios: 39, 1.
Auspicios: 10, 1, 3, 5 y 6.
Aviones: 40, 1.
«Baritum» (canto): 3, 1.
Bastamas: 46, 1.
Batavos: 29, 1 y 3.
Bohemios: 28, 2.
Boy os: 28, 2; 42, 1.
Brúcteros: 33, 1.
Buros: 43, 1.
Cama vos: 33, 1; 34, 1.
Cartagineses: 37, 3.
Casuarios: 34, 1.
Catos: 29, 1; 30, 1 y 3; 31, 1 y
4; 32, 1-2; 35, 1; 36, 1-2; 38, 1
Caucos: 35, 1 y 2; 36, 1.
Cimbros: 37, 1 y 2.
Ciudad(es): 8, 1; 10, 2 y 4; 13,
1; 14, 2; 16, 1.
Colono: 25, 1.
Comunidad: 12, 2.
Consulado: 37, 2.
Cotinos: 43, 1-2.
Cuados: 42, 1; 43, 1-2.
Dacios: 1, 1.
Deidad: 8, 3.
Delitos: 12, 1-2.
Demandante: 12, 2.
Derechos sucesorios: 32, 4.
Dignatarios: 12, 3.
Diosa: 40, 34; 45, 3.
Dioses: 5, 3; 9, 1 y 3; 10, 2; 33,
1; 39, 3; 43, 4; 45, 2; 46, 5.
Distritos: 12, 3.
Divinidad: 7, 2; 39, 3; 40, 5;
43, 4.
Dulgubnios: 34,1.
Emperador: 37, 2.
Esclavitud: 24, 4; 45, 9.
Esclavos: 24, 4; 25, 1-3; 40, 5;
44, 2.
Estado(s): 13, 4; 44, 1.
154
GBRMANIA
ÍNDICE ETNOGRÁF. E INSTITUCIONAL
155
Estíos: 45, 2.
Eudoses: 40, 1.
Familia: 7, 3; 13, 1-2; 15, 1; 20,
4; 21, 1.
Fenos: 46, 1-3.
Fosos: 36, 3.
«Frameas» (lanzas): 6, 1-2; 11,
6; 13, 1; 14, 3; 18, 2; 24, 1.
Frisios: 34, 1; 35, 1.
Galos: 1, 1; 2, 5; 28, 1 y 4.
Gambrivios: 2, 4.
Germano(s); 2, 1 y 5; 16, 1; 27,
3; 28, 4; 30, 2; 31, 1; 35, 2;
37, 3 y 5; 38, 2; 41, 1; 43, 1
y 6; 44, 3; 45, 4; 46, 1-2.
Gotones: 43, 6.
Grados (en la sucesión): 20, 5.
Hartos: 43, 3-5.
Helisios: 43, 3.
Helusios: 46, 6.
Helvecios: 28, 2.
Helvecones: 43, 3.
Herederos: 20, 5.
Hermiones: 2, 3.
Hermunduros: 41, 1-2; 42, 1.
Hospedaje: 21, 2-3.
Imperio: 29, 1 y 3-4; 33, 2.
Ingevones: 2, 3.
Istevones: 2, 3.
Jefes: 7, 1-2; 11. 1; 13, 1-3; 14,
1 y 3; 15, 2; 22, 3; 30, 2.
Juicios: 12, 1.
Lemovios: 43, 6.
libertos: 25, 3; 44, 2.
Ligios: 43, 3 y 6.
Longobardos: 40, 1.
Manimos: 43, 3.
Marcomanos: 42, 1-2; 43, 1.
Marsignos: 43, 1.
Marsos: 2, 4.
Matiacos: 29, 3.
Matrimonio: 18, 1 y 3-4; 19, 4;
46, 1.
Monarcas: 42, 2.
Nación: 2, 5; 25, 3; 27, 3; 28,
1 y 3; 34, 1; 35, 1; 37, 1; 39,
3; 40, 1; 42, 2.
Naharvalos: 43, 3-4.
Naristos: 42, 1.
Nemetes: 28, 4.
Nervios: 28, 4.
Nuitones: 40, 1.
Osos: 28, 3; 43, 1.
Oxiones: 46, 6.
Padre(s) de familia: 10, 2.
Panonios: 1, 1.
Partos: 17, 1; 37, 3.
Penates: 25, 1; 32, 4.
Peucinos: 46, 1-2.
Plebe: 10, 5; 11, 1.
Poblados: 6, 5; 19, 2; 39, 3.
Príncipe: 10, 4; 11, 5.
Pueblos: 1, 1-2; 2, 5; 11, 1 y 4;
12, 3; 13, 4; 15, 3; 16, 1; 25,
3; 27, 3; 28, 2; 29, 4; 30, 1-3;
31, 1; 35, 1-2; 40, 2; 41, 2; 43,
2-3 y 5-6; 45, 2; 46, 1.
Queruscos: 36, 1-3.
Raza: 2, 3; 4, 1; 14, 2.
Reyes: 1, 1; 7, 1; 10, 4; 11, 5;
12, 2; 42, 2; 43, 6; 44, 2.
Redeugnos: 40, 1.
Retos: 1, 1.
Romanos: 41, 1.
Rugios: 43, 6.
Sacerdotes: 7, 2; 10, 2 y 4-5;
11, 4; 40, 3-4; 43, 4.
Sacrificios: 9, 1.
Sármatas: 1, 1; 17, 1; 43, 2;
46, 1-2.
Semnones: 39, 1 y 3.
Sitones: 45, 9.
Suarines: 40, 1.
Sucesores: 30, 5.
Suevos: 2, 4; 9, 2; 38, 1-3; 39, 1
y 3; 41, 1; 43, 1; 45, 2.
Suyones: 44, 1; 45, 1 y 1
Tencteros: 32, 1-2; 33, 1
Testamento: 20, 5.
Toga, 13, 1.
Tréveros: 28, 4.
Tribocos: 28, 4.
Tribu: 19, 3; 29, 1; 39, 1
43, 3.
Tungros: 2, 5.
Ubios: 28, 5.
Usipos: 32, 1.
Vandalios: 2, 4.
Vangiones: 28, 4.
Vénetos: 46, 1-2.
Verinos: 40, 1.
; 38, 1.
; 41, 1;
DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES
INTRODUCCIÓN
Paternidad del « Diálogo »
Es una cuestión muy controvertida desde hace mu¬
chos años. Diversas obras y gran número de artículos
de revistas especializadas propugnan o rechazan la pa¬
ternidad tacítea. En la segunda alternativa, las razo¬
nes que más se aducen son las de estilo. En efecto,
en una primera lectura, unida a la de las otras dos
obras llamadas menores, parece observarse un habla
diferente. A esto se han opuesto estudiosos del tema
arguyendo que se trataría de una obra de juventud;
más bien pensamos en lo contrario, como pretende¬
mos defender en el capítulo siguiente.
En realidad, como dice Marín Peña, «la diversidad
puede ser un efecto artístico e intencional». Esto es
muy cierto. Recuérdese la Gemianía : en el caso de
que los datos aportados por Tácito pudieran ser origi¬
nales, en cuanto a la mise en scéne es muy verosímil
que se hubiera insertado en la tradición etnográfica,
que ya había creado su propio estilo. ¿Qué tiene, pues,
de particular que haga lo mismo con una obra en la
que va a hablar, entre otras cosas, precisamente de
oratoria? Más aún, él era un orador de reconocida
fama y tendría más facilidad en este caso que en el
de la Germania; su ductilidad no hace más que con¬
firmar que Tácito es un extraordinario escritor.
160
DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES
INTRODUCCIÓN
161
Por otra parte, hemos dicho «una primera lectura»,
porque, si se recorre la obra con más atención, vere¬
mos que hay continuas semejanzas de estilo; en lugar
de señalarlas (ya lo han hecho numerosos filólogos),
volvemos a recomendar al lector que trate de hallarlas
por sí mismo.
Por lo que respecta al contenido, nos limitaremos,
de momento, a señalar un punto muy significativo: la
distribución entre paz y mala oratoria, turbulencias y
elocuencias magníficas, se encuentra en el mismo nivel
que la eterna contradicción entre paz y orden, citada
en nuestra Introducción General, cuando nos fijábamos
fundamentalmente en sus obras históricas. Es más, los
pensamientos en torno a este problema aparecen más
sedimentados en el Diálogo.
Definitivo parece el que todos los códices lo dan
como autor, y este dato es tanto más fidedigno cuanto
que Tácito era conocido como historiador; el toparse
con otro tipo de obra podría haber confundido a cual¬
quier copista.
Reseñemos, para terminar, que Paratore 1 atribuye
el Diálogo a Titinio Capitón, basándose en las cartas
de Plinio (V 8, y, sobre todo, I 17) dirigidas a este
personaje.
Fecha de composición y publicación
En 1, 2, dice: «a los que oí tratando esta misma
cuestión siendo yo muy joven». Recordemos que Tácito
nació entre el 54 y el 57, tal vez en el 55. Si confronta¬
mos este pasaje con el 17, 3 («sexta etapa de este feliz
Principado, en la que Vespasiano ejerce su labor bien¬
hechora...»), podemos sacar la conclusión de que la
• E.. Paratore, Tácito, 2.* ed., Roma, 1962, págs. 166-169.
aludida conversación habría tenido lugar hacia el 75,
es decir, tendría Tácito unos veinte años.
Pues bien, creemos que tuvo que pasar un espacio
de tiempo lo suficientemente amplio como para justi¬
ficar el que «necesite memoria y recuerdo», y esa ex¬
presión, ese «matiz de nostalgia», como dice Bardon,
del «siendo yo muy joven». Igualmente, por lo que
respecta a la fecha aproximada de la composición,
Bardon 2 establece, creemos que con sólidos argumen¬
tos, que el Diálogo es posterior a la Institución Ora¬
toria de Quintiliano; si para ésta se ha establecido
entre el 93 y el 96, para el Diálogo podría señalarse
hacia el 97. En efecto, muchos estudiosos la señalan
como contemporánea de las otras dos obras menores,
aunque algo anterior, por razones de estilo; ya hemos
visto cómo este tipo de razones no son válidas, aparte
de que en este caso la rapidez con que habría evolucio¬
nado nuestro autor sería asombrosa.
Lo que sí pueden descartarse son fechas claramen¬
te anteriores, como el 81, sostenida por otros autores
(como Gudeman). Pensamos que el 97 sería un término
post quem. Syme 3 propone una entre el 101 y el 102,
que coincidiría con el consulado de Fabio Justo, al
que se dirige en el exordio de la obra, y otros autores
llegan hasta el 107; se basan fundamentalmente en ra¬
zones históricas: el criticar a ciertos delatores sería
más factible cuanto más lejana quedara la época de
Domiciano y los Flavios; igual argumento, aunque al
revés, utiliza Bornecque para situar la obra en el 81;
observemos que en un caso o en otro habría que refe¬
rirse a la publicación.
2 H. Bardon, «Dialogue des Orateurs et Institution Oratoire »,
Rev. Ét. Lat. 19 (1941), 114 y sigs.
3 R. Syme, Tacitas, I-II, Oxford, 1958 (I: pág. 116; II: pá¬
ginas 670-673),
36.-11
162
DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES
INTRODUCCIÓN
163
Nosotros creemos más acertado aducir razones de
contenido. Ya hemos dicho, e insistiremos en ello, que
los juicios emitidos a lo largo de la obra, tanto litera¬
rios, como sociales y políticos, hacen pensar en una
obra de madurez, quizá no posterior a las Historias
(hacia el 106), pero sí posterior a la Germania y al
Agrícola. La publicación, así las cosas, podría haber
sido inmediata.
Los interlocutores
Materno, gran abogado, intenta dar otro rumbo a
su vida; se ha llegado a decir que es el portavoz de
las ideas de Tácito; si no de todas las ideas, sí refleja
su encrucijada vital.
Mésala, hábil abogado en su tiempo, aunque de¬
fensor de la antigua elocuencia, también reflejaría las
ideas de Tácito.
Marco Apro, de las Galias, tal vez tribuno de Clau¬
dio en Britania. También nos hace entrever algo de
Tácito. En definitiva, en el desgarro que nuestro autor
siente a una cierta edad, los diversos fragmentos toman
vida en esta obra, cada cual por su lado.
Julio Secundo, discípulo del famoso orador Floro
y amigo de Quintiliano. Se piensa que su intervención
corresponde a la laguna existente entre el capítulo 35
y el 36; podría ser que no hubiera participado oral¬
mente.
Estructura y asunto de la obra
La introducción y, sobre todo el final, son muy bre¬
ves. Tras una comparación entre la poesía y la oratoria,
defendidas, respectivamente, por Materno y Apro, acu¬
de Mésala a casa del primero y establece claramente
que la oratoria está en decadencia; Apro lo rebate;
cuando Mésala va a responderle, Materno le invita a
que hable sobre las causas del declive, lo que ocupa
menos de quince capítulos, cosa extraña si éste fuera
el tema de la obra. Pero no lo es. Vamos a hablar de
ello sin ahondar demasiado, dada su enorme comple¬
jidad.
Kennedy nos transmite las ideas siguientes 4 : 1)
Cuando no hay democracia real, hay que encubrir tal
situación con palabras; la oratoria se aplica, incluso,
a otras formas de la literatura; la expresión literaria
se complica, porque no se puede hablar con claridad.
2) En el Imperio no hay aemulatio, sino imitatio; a
los niños hay que entrenarlos para medrar, de acuerdo
con la nueva situación política. 3) Todo se ha buro-
cratizado e institucionalizado; la oratoria ha perdido
fuerza, al no estar en contacto con la realidad.
Bonner insiste en los factores políticos, pero orien¬
tándolos hacia un campo ya puramente literario-social 5 .
Ya nos advierte la norteamericana Fantham 6 que el
cargar toda la responsabilidad en un régimen político
concreto no es muy acertado.
El examen que García Calvo 7 hace sobre las cir¬
cunstancias históricas de la producción poética y lite¬
raria es muy revelador. Recomendamos leerlo con de¬
tenimiento y fijarse especialmente en las páginas 26-28.
Nosotros nos atreveríamos a establecer aquí el prin-
♦ G. Kennedy, The art of rhetoric in the Román "World,
Princeton, 1973, págs. 430 y sigs.
s S. F. Bonner, Román declamation in the late Republic
and the Early Empire, París, 1939, págs. 42 y sigs.
* E. Fantham, «Imitation and decline: rhetorical theory and
practice in the first century after Christ», Classical Philology 73,
2 (1978), 115 y 116.
t A. García Calvo, Virgilio, Madrid, 1976, págs. 26-28.
164
DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES
INTRODUCCIÓN
165
cipio de que la oratoria muere en cuanto se fija por
escrito; ya no se practica la de antes; se la estudia,
con lo cual se va a producir otra distinta, que ya no
sería tal oratoria, sino un género o subgénero nuevo y,
como consecuencia, se introduce en las mentes la ten¬
dencia a incluir todo lo que nos tropecemos en alguna
casilla. Pues bien, esto es lo que quiere decir Materno:
que el hombre es plural e irreductible por naturaleza;
que el Poder se encuentra muy incómodo, si ello es
así; hay que burocratizarlo todo, por tanto, y crear una
oratoria adecuada; suprime la escuela de la vida y crea
una convencional e institucionalizada.
Pero Tácito, ¿qué pensaba? Porque las críticas de
Apro a Cicerón, por ejemplo, no son rebatidas por
ninguno de los presentes. ¿Tampoco estaba de acuerdo
con la literatura anterior, con toda la situación ante¬
rior? Pero ya vimos que eso no es todo. Bardon 8 se
pregunta: «¿Se puede hablar del pensamiento de Tácito
apoyándose en el Diálogo? Los personajes se enfrentan
dialécticamente unos a otros. Las discusiones sobre si
Secundo habría intervenido en la laguna entre el capí¬
tulo 35 y el 36 hacen ver las contradicciones de la
obra.» Nosotros añadiríamos que las contradicciones
están en el mismo Tácito. Llegado a un momento de¬
terminado de su carrera por la vida (no somos parti¬
darios de la dicotomía de Bardon arte/vida), se auto-
cuestiona sobre la eficacia de su propia existencia. Se
ha dicho que sigue a Platón en el presentar una serie
de temas en forma de diálogo; creemos que hay algo
más: esa forma sería una reproducción de su dialéc¬
tica interna; su unidad anímica desgarrada queda frag¬
mentada en los variados personajes de la conversa¬
ción en esa de Materno. Por tanto, podríamos respon¬
der a Bardon diciendo que, aunque el Diálogo tal vez
no sea la obra clave de Tácito desde el punto de vista
literario, sí es la más sugerente para reconstruir su
mentalidad. Y lo que queda más claro es que su com¬
posición requiere una cierta madurez en el autor.
El texto
El arquetipo es el Codex Hersfeldensis, descubierto
en el siglo xv, pero al parecer escrito en el xm. De
transcripciones desaparecidas de este códice provienen
seis manuscritos importantes: 1) El Vaticanas 1.862:
contiene la Germania, un fragmento de Suetonio y el
Diálogo. 2) El Leidensis Perizonianus, que coincide con
el anterior en puntos en que los demás difieren; el
mismo contenido, aunque aquí el Diálogo figura el pri¬
mero. 3) El Vaticanus 1.518: una biografía de Horacio,
un comentario de Porfirio, un fragmento de Suetonio,
el Diálogo y la Germania. 4) El Farnesianus o Neapo-
litanus: contiene los libros XI al XVI de los Anales,
las Historias, el Diálogo, la Germania y un fragmento de
Suetonio. 5) El Ottobonianus 1.455: se creía copia del
anterior y hoy se considera independiente. 6) El Vati¬
canus 4.498: el fragmento de Suetonio, el Agrícola, el
Diálogo y la Germania, tiene el mismo origen que el
Farnesianus. Puede añadirse el Vindobonensis 711, del
que consta un parentesco estrecho con el Ottobonianus .
8 Bardon, art . cit ., 26-28.
DIALOGO SOBRE LOS ORADORES
A menudo me preguntas, Justo Fabio, por qué, 1
mientras los siglos pasados florecieron con el ingenio
y la gloria de tantos oradores eminentes, nuestra épo¬
ca, abandonada y privada del renombre de la elocuen¬
cia, a duras penas conserva siquiera el nombre mismo
de orador; pues no catalogamos así sino a los anti¬
guos; en cambio, a los hombres elocuentes de ahora
se les llama abogados, patronos o cualquier otra cosa
antes que oradores. Responder a tus insistentes pre- 2
guntas y asumir el peso de una cuestión tan importante
que tendría que pensarse mal sobre mi inteligencia, si
no puedo conseguirlo, o sobre mi criterio, si no quiero,
a tal cosa, digo, no me atrevería si tuviera que expo¬
ner mi opinión y no me bastase con repetir la conver¬
sación de hombres muy elocuentes para lo que hay en
nuestra época, a los que oí tratando esta misma cues¬
tión siendo yo muy joven. Y así, no necesito inteli- 3
gencia, sino memoria y recuerdo para, sin alterar el
orden de la discusión, reproducir ahora con las mismas
divisiones y sistemática los pensamientos sutiles, ex¬
puestos con autoridad, que escuché a unos hombres
muy ilustres y que aportaban opiniones diversas, aun¬
que todas ellas plausibles, conforme se lo dictaba la
inteligencia y carácter de cada cual. Desde luego, no 4
faltó quien sostuviera la postura contraria y, tras cri¬
ticar y burlarse claramente de lo pasado, antepusiera
la elocuencia actual al talento de los antiguos.
168
TÁCITO
DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES
169
2 Al día siguiente de haber leído en público Curiado
Materno su Catón ', como anduviérase comentando que
había ofendido a los poderosos, porque —decían— en
el argumento de la tragedia había pensado sólo como
Catón, olvidándose de sí mismo, y como quiera que
este asunto era el tema de muchas conversaciones en
la ciudad, fueron a visitarlo a su casa Marco Apro y
Julio Secundo, talentos los más famosos de nuestro
foro por aquel entonces. Entusiasmado escuchaba yo
a ambos en los juicios y los seguía en su actividad
privada y pública, con enorme afición por instruirme
y con cierto ardor juvenil por empaparme de sus con¬
versaciones familiares, de sus discusiones y de sus más
reservados ejercicios oratorios, aunque muchos opina¬
ban malintencionadamente que Secundo tenía poca
capacidad de improvisación y que Apro había logrado
fama de elocuente más por sus dotes naturales que
2 por formación y estudios. En realidad. Secundo era
de estilo correcto, conciso y, en la medida de lo posible,
fluido. Apro, por su parte, dotado de gran erudición,
no desconocía, sino que despreciaba, la cultura litera¬
ria, entendiendo que conseguiría una mayor gloria para
su quehacer y esfuerzo si su ingenio se manifestaba
sin el apoyo de técnicas ajenas.
3 Así pues, cuando entramos en el dormitorio de Ma¬
terno, lo sorprendimos sentado y con un libro entre
las memos; el mismo que había leído el día anterior.
2 Entonces Secundo le dijo: «Materno, ¿no te dan
miedo, en absoluto, las habladurías de los mezquinos,
1 Oponente de César, se suicidó tras la batalla de Tapso.
Frente a la literatura griega, era muy frecuente en Roma que
las tragedias no se escribieran para representarlas, sino para
ser leídas; en ciertas épocas, estas salas de lectura fueron cen¬
tros de oposición política. Ver, en esta misma colección. Séne¬
ca, Tragedias, I [trad. J. Luqub Moreno], Introducción General,
páginas 44 y sigs.
y no te impiden apreciar incluso las molestias que ha
ocasionado tu Catón? ¿O cogiste ese libro precisamente
para revisarlo con más esmero y una vez eliminado
todo lo que dio pábulo a una torcida interpretación,
dar a conocer un Catón, si no mejor, sí, en todo caso,
menos comprometido? A lo que aquél contestó: «Cuan- 3
do lo leas, comprenderás lo que Materno se debe a sí
mismo y podrás reconocer lo que oíste. Porque si
Catón ha omitido algo, lo dirá Tiestes en una próxima
lectura, pues ya le he dado estructura y forma en mi
cabeza a esta tragedia. Por eso me apresuro a poner
a punto la edición de este libro, para que, eliminada
la preocupación por este primer asunto, pueda dedi¬
carme con todo mi esfuerzo a nuevos proyectos.»
«¿Hasta tal punto no te hastían esas tragedias —in- 4
terrino Apro— que, dejando a un lado los afanes por
los discursos y las causas judiciales, consumes todo
tu tiempo, hace poco en Medea y ahora en Tiestes,
mientras que los procesos de tantos amigos, las clien¬
telas de tantas colonias 2 y municipios te reclaman en
el foro, a los que a duras penas darías abasto, incluso
sin haberte buscado por tu cuenta una nueva ocupa¬
ción, el añadir a las leyendas de los griegos a Domi-
cio 3 , y a Catón, es decir, hechos de nuestra historia y
nombres romanos?».
Materno respondió: «Me desconcertaría esta severi- *
dad tuya, si la frecuente y asidua discusión entre nos¬
otros no la hubiera convertido ya casi en costumbre.
Pues ni tú dejas de atacar y de hostigar a los poetas
2 Solían escoger para defender sus causas judiciales a abo¬
gados eminentes, sobre todo si eran políticos de influencia, por
razones obvias, cosa que a los españoles, al menos, no nos coge
de sorpresa.
3 Domicio Ahenobarbo, otro conocido enemigo de César.
Cónsul en el 54 a. C., murió en Farsalia o en las consecuencias
de ella.
170
TÁCITO
DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES
171
y yo, a quien echas en cara el abandonar la abogacía,
ejerzo este diario patrocinio de defender frente a ti la
2 labor poética. Me alegro más, por tanto, de que se nos
haya ofrecido la oportunidad de un juez que me pro¬
híba hacer versos en el futuro o, lo que deseo ya hace
tiempo, me induzca con su propio prestigio a que, aban¬
donando las limitaciones de las causas judiciales, en
las que he sudado lo suficiente y más, cultive aquel
género literario más noble e ilustre.*
5 «Pues yo —dijo Secundo—, antes de que Apro me
recuse como juez, haré lo que acostumbran los jueces
honestos y escrupulosos: excusarme de entrar a cono¬
cer sobre aquellos asuntos en los que una de las partes
2 goza manifiestamente de sus preferencias. Pues ¿quién
ignora que, por una vieja amistad y por la asiduidad
de nuestras relaciones, nadie está más compenetrado
conmigo que Saleyo Baso 4 , hombre excelente y poeta
extraordinario? Es más, si el acusado es el arte poé¬
tica, no veo otro reo más acaudalado.»
3 «Esté tranquilo Saleyo Baso —respondió Apro—, lo
mismo que cualquier otro que cultive la afición por la
poesía y busque la gloria que proporcionan los versos,
a un que no puedan promover litigios. Por mi parte, dado
que podemos contar con un árbitro para esta causa, no
permitiré que Materno sea defendido en consorcio,
sino que, de entre todos, voy a acusarle sólo a él,
porque, con dotes innatas para la expresión recia de
la oratoria, con las que puede adquirir y conservar
a inigtaHfts , ganarse agradecimientos, atraerse provincias
enteras 5 , desatiende una tarea que no se puede com¬
parar con ninguna otra en nuestra ciudad; ni por su
4 Saleyo Baso, poeta épico mencionado por Juvenal y ala¬
bado por Quintiliano.
5 Por haberlas defendido contra el abuso de sus gober¬
nantes. Recuérdese, por ejemplo, el caso de Cicerón, Yerres y
los sicilianos.
eficacia utilitaria, ni por el gozo, si nos limitamos a su
índole placentera, ni por la dignidad que comporta, ni
por la belleza, si se atiende a la fama en Roma, ni por
su prestigio, si lo que se pretende es la notoriedad en
todo el Imperio y en todas las naciones. Pues si todos 4
nuestros proyectos y actuaciones han de estar dirigidos
a la utilidad de la vida, ¿qué hay más seguro que ejer¬
citar ese arte con cuyas armas, siempre dispuestas,
proporcionas protección a los amigos, ayuda a terce¬
ros, salvación a los que peligran e, incluso, miedo y
terror a los envidiosos y enemigos, y, por tu parte,
estás siempre seguro y como protegido por un poder
y autoridad permanentes?
»Su fuerza y utilidad se descubren en las situacio- s
nes favorables por el refugio y defensa que presta a
los demás. Pero si es nuestro propio peligro el que
resuena sobre nuestras cabezas, no hay coraza ni es¬
pada que sea más firme defensa en la batalla que lo
es la elocuencia para el reo que se halla en peligro;
instrumento de defensa y ataque al tiempo, con el que,
indistintamente, puedes repeler un ataque y contraata¬
car en el tribunal, en el senado, o ante el príncipe.
¿Qué otra cosa opuso hace poco Eprio Marcelo 6 a los 6
senadores que le eran hostiles sino su elocuencia?
Ceñido con ella y desafiante, pudo burlarse de la filo¬
sofía de Helvidio, elocuente, desde luego, pero a la que
le faltaba experiencia y práctica en ese tipo de confron¬
taciones. No necesito insistir sobre su utilidad, aspecto
en el que, creo, mi amigo Materno no va a contrade¬
cirme en absoluto.
»Voy a referirme ahora al placer que produce la ®
elocuencia digna de un buen orador; su deleite no sur-
* Famoso delator de la época de Nerón y Vespasiano, aun¬
que bajo el mandato de éste fue obligado a suicidarse; para
Helvidio, véase Agr. 2, 1 y n. 5.
172
TÁCITO
DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES
173
ge en algún momento aislado 7 , sino casi todos los días
y a casi todas las horas. Desde luego, para un ánimo
libre, sincero y naturalmente dispuesto para los pla¬
ceres honestos, ¿qué otra cosa más dulce que ver su
casa siempre llena y concurrida por la afluencia de
los hombres más eminentes, y saber que esta situación
no se debe a su dinero ni a su falta de descendencia 8
ni a que ocupe un cargo oficial, sino a sí mismo? Es
más, los mismos ancianos sin herederos, los ricos y
los poderosos acuden con frecuencia a un hombre
joven y pobre para confiarle sus propios problemas o
los de sus amigos. ¿Es que de entre los placeres que
proporcionan las riquezas cuantiosas y las grandes in¬
fluencias hay alguno tan importante como el ver a
hombres con experiencia y edad y favorecidos por el
respeto general confesando, en medio de la mayor
abundancia, que no poseen lo mejor de todo?
»Y luego, ¡qué comitiva de togados 9 al salir de casa!
¡Qué impresión al apareer en público! ¡Qué respeto se
le dispensa en los tribunales! ¡Qué alegría el levantarse
y permanecer de pie en medio de un grupo de hom¬
bres callados y que dirigen sus miradas hacia él sólo!
¡Congregar al pueblo y formar en derredor un círculo
de oyentes que recogen cualquier sentimiento que el
orador haya querido inspirar!
»Y sólo enumero de entre los gozos de la palabra
los muy conocidos y evidentes incluso a los ojos de los
profanos. Aquellos otros íntimos, conocidos únicamen¬
te por los propios oradores, son los más inefables. Si
se pronuncia un discurso cuidado y meditado, hay una
cierta gravedad y serenidad en el gozo, como ocurre
7 En el capítulo 9 dirá que la poesía sólo proporciona una
alegría pasajera.
8 Podían ser presa de los cazadores de herencias.
9 Es decir, ciudadanos de elevada condición, pues el pueblo
solía llevar túnica.
con el discurso mismo. Si se expone, no sin alguna
alteración de ánimo, un nuevo y reciente trabajo, la
misma inquietud aumenta el valor del resultado y po¬
tencia el placer del éxito.
»Pero el principal atractivo está en la audacia y 6
hasta en la temeridad de la improvisación, pues en
el terreno del intelecto, como en el campo, aunque es
agradable lo que se siembra y se cultiva largo tiempo,
con todo, es más placentero lo que nace espontánea¬
mente.
»Por lo que a mí se refiere, debo decir que el día ^
en que se me confirió el laticlavo o aquél en que, siendo
hombre nuevo 10 , y nacido en una ciudad en absoluto
favorable, obtuve la cuestura, el tribunado o la pre¬
tura, no fueron tan alegres como aquellos en los que,
en la medida de mis cortas facultades oratorias, me es
dado defender con éxito a un reo, exponer felizmente
mi informe ante los centúmviros “, o proteger y defen¬
der ante el príncipe 12 a los propios libertos y procura¬
dores imperiales u . Me parece entonces que me elevo i
por encima de los tribunados, preturas y consulados;
que poseo lo que, si no tiene su origen en otra parte,
ni se concede por decreto ni llega gracias a las in¬
fluencias.
»Pues bien, ¿qué arte proporciona una fama y un a
elogio que puedan ser comparados con la gloria de los
oradores? ¿No son ilustres en la Ciudad no sólo entre
io «Hombre nuevo» se llamaba al que no tenía anteceden¬
tes políticos en la familia. El laticlavo era la insignia de la
condición senatorial: una franja de púrpura que adornaba la
túnica.
n Los centúmviros llevaban en Roma la jurisdicción civil,
u Tenía facultades para reformar o casar sentencias de ins¬
tancias inferiores.
13 La palabra designa aquí funcionarios con atribuciones
para administrar la intendencia y el tesoro público.
174
TÁCITO
DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES
175
los que andan absorbidos por sus asuntos y ocupacio¬
nes, sino incluso entre la gente desocupada y entre los
jóvenes con tal que posean un carácter noble y una
4 recta esperanza en ellos mismos? ¿Qué nombres son
los que inculcan primero los padres a sus hijos? ¿A
cuáles otros llaman por su nombre cuando pasan por
la calle y los señalan con el dedo, incluso la gente
ignorante y ese pueblo que viste turnea 14 ? Hasta los fo¬
rasteros y peregrinos u , tan pronto como llegan a la
Ciudad, buscan y desean, yo diría, reconocer a aquellos
de los que ya han oído hablar en sus municipios y co¬
lonias respectivas.
8 *Me atrevería a sostener que este Eprio Marcelo,
del que he hablado hace un momento, y Crispo Vibio 16
(uso más gustosamente ejemplos nuevos y recientes
que lejanos y borrados del recuerdo) no son menos
impor tan tes en las regiones más apartadas de la tierra
que en Capua o en Vercelli, donde se dice que nacie-
2 ron. Y no les proporcionan esta fama doscientos mi¬
llones de sestercios al uno y trescientos al otro (si bien
es verosímil que hayan adquirido tales sumas por la
gratificación a su elocuencia), sino la elocuencia misma,
cuyo numen y fuerza divina ha dado a conocer a lo
largo de los tiempos muchos ejemplos acerca de qué
fortuna pueden alcanzar con la fuerza de su talento
los hombres; pero éstos, como he dicho antes, los tene¬
mos muy cerca y pueden conocerse, no de oídas, sino
3 con nuestros propios ojos. En efecto, cuanto más hu¬
milde e ínfim o fue su nacimiento y cuanto más notable
fue la pobreza y lo precario de la situación que los
rodeó al nacer, tanto más ilustres son sus ejemplos
para demostrar la utilidad de la oratoria, porque
m Véase la nota 9.
is Sin ciudadanía romana, se regían por el ius gentium.
i* Delator. Buen orador, según Quintiliano.
sin apoyo en su linaje, sin fortuna que los respalde,
sin sobresalir ninguno de los dos por sus hábitos y
nada favorecido uno de ellos por su aspecto físico,
son durante muchos años ya los más influyentes de la
ciudad y, mientras quisieron, los príncipes del foro, y
ahora son los primeros en la amistad del César, tienen
todo en sus manos y son apreciados por el mismo
príncipe con un especial respeto, porque Vespasiano,
anciano venerable 17 y que no se ofende nunca con la
verdad, se dio perfecta cuenta de que, mientras sus
restantes amigos se apoyaban en lo que habían reci¬
bido de él mismo y en lo que estaba dispuesto a acu¬
mular en ellos mismos o destinar a otros, Marcelo y
Crispo habían aportado con su amistad lo que no ha¬
bían recibido, ni podía serlo, del Príncipe.
»Entre tantas y tan estimables ventajas ocupan un 4
lugar insignificante los medallones 18 , las inscripciones
de elogio y las estatuas w , objetos que, de todas formas,
no se desdeñan, por supuesto, en igual grado que las
riquezas y los bienes, de los que encuentras más fácil¬
mente detractores que gente que los desprecie. En
cualquier caso, podemos ver cargadas de honores, dis¬
tinciones y riquezas las casas de quienes, desde el co¬
mienzo de su juventud, se entregaron a las causas fo¬
renses y a su afición por la oratoria.
»Las poesías y los versos, en los que Materno 9
desea consumir toda su vida (de ahí, en efecto, ha
arrancado toda la conversación), ni proporcionan a
sus autores dignidad alguna ni acrecientan su bienes¬
tar material; consiguen, eso sí, un placer efímero, una
loa inútil e infructuosa. Aunque tus oídos, Materno, 2
n Tendría unos setenta y siete años.
18 Situados en el atrium de las casas.
19 Necesitaban ser votadas en el Senado y ratificadas por
el emperador (véase Agr. 40).
176
TÁCITO
DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES
177
rechacen esto y lo que voy a decir ahora, ¿a quién be¬
neficia el que en tus obras un Agamenón o un Jasón
hablen elocuentemente? ¿Quién, en su consecuencia,
vuelve a su casa defendido y sintiéndose obligado para
contigo? ¿Quién acompaña hasta su casa, saluda o
sigue a todas partes a nuestro común amigo Saleyo,
excelente poeta, o, si es éste un título más honroso,
un ilustrísimo vate? 20 .
3 »A buen seguro que si un amigo o pariente suyo,
si él mismo incluso llega a verse envuelto en algún
compromiso, recurrirá a Secundo, aquí presente, o a
ti, Materno, pero no porque eres poeta ni para que
hagas versos en su honor; y es que éstos nacen en la
propia casa de Baso, hermosos y atractivos, sin duda,
pero cuyo resultado consiste en que, tras estar du¬
rante todo un año día tras día y gran parte de las no¬
ches forjando y puliendo hasta conseguir componer
un solo libro, encima se ve obligado a rogar y andar
con zalamerías para encontrar quien se digne escu¬
charlo y ni siquiera esto le sale gratis, pues debe tomar
prestada una casa, preparar una sala, alquilar las si-
4 lias y repartir las invitaciones. Y aunque la lectura
obtenga un muy feliz resultado, toda la alabanza se
limita a uno o dos días, como cortada en hoja o arran¬
cada en flor, antes de tiempo, sin llegar a dar fruto
seguro ni duradero; ni de ello se obtiene amistad, clien¬
tela o gratitud que permanezca en el ánimo de nadie,
sino un griterío impreciso, elogios estériles y gozo pa-
3 sajero. Recientemente hemos alabado, como admirable
y excelente que era, la generosidad de Vespasiano,
porque había donado a Baso quinientos mil sestercios.
Hermoso es esto, sin duda, merecer la indulgencia del
príncipe gracias al propio talento. Sin embargo, ¡cuán-
20 El término no equivale a «poeta». Véase el estudio sobre
Virgilio, citado en la bibliografía del Diálogo, págs. 17 y 18.
to más bello es, si así lo exige la situación económica,
halagarse a sí mismo, ganarse la protección de su pro¬
pio genio 21 , poner sólo a prueba la propia generosidad!
Añade el que los poetas, si es que pretenden elaborar
y conseguir algo digno, deben dejar el trato con los
amigos y los atractivos de la Ciudad, abandonar las
demás ocupaciones y, como ellos mismos dicen, reti¬
rarse a bosques y sotos a , es decir, a lugares solitarios.
»Ni siquiera la buena reputación y la fama, únicos 1®
logros a los que se someten y que, según propia con¬
fesión, son el único premio a todos sus esfuerzos, acom¬
pañan por igual a los poetas que a los oradores, pues
nadie conoce a los poetas sin relieve y pocos a los
buenos. ¿Cuándo llega a todos los rincones de la Ciudad 2
la noticia de esas extraordinarias lecturas? Y no di¬
gamos de su difusión en un número tan grande de pro¬
vincias. ¿Cuántos de los que llegan de Hispania o de
Asia —por no hablar de nuestros paisanos, los galos—
preguntan por Saleyo Baso? E incluso, si lo hacen,
una vez lo han visto, se marchan tan satisfechos, lo
mismo que si hubieran contemplado alguna pintura o
estatua. Y no quiero que se interpreten mis palabras 3
como si pretendiera apartar de la poesía a los que su
naturaleza les negó aptitudes oratorias, si pueden en¬
tretener sus ratos libres con estas aficiones y, de paso,
introducir su nombre en las conversaciones de todos.
•Considero sagrada y digna de respeto toda la lite- 4
ratura en cada una de sus manifestaciones; no sólo
vuestro coturno 23 o la sonoridad de un canto heroico,
21 El genio familiar, protector del tronco o linaje, cuya ce¬
lebración principal tenía lugar para el cumpleaños del pater
familias.
22 Es una frase hecha, de difícil traducción. Véase, en caso
de interés, L. Herrmann, Latomus (1965), 855-856.
n Sinécdoque casi banalizada entre los antiguos: zapato alto,
que indica la tragedia, oponiéndola a la comedia (planipedalis ).
36.—12
178
TÁCITO
DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES
179
sino, en el otro extremo, la gracia de la lírica, los juegos
de los elegiacos, la acritud de los yambos, las bromas
de los epigramas, cualquier otro género literario, en
fin, creo que debe anteponerse a la práctica de las
5 demás artes. Pero el motivo de mi discusión contigo.
Materno, es que, aunque tus dotes te llevan hasta la
misma cima de la elocuencia, prefieres desviarte y, aun
siendo capaz de alcanzar lo más alto, te detienes en lo
más intrascendente. Si hubieras nacido en Grecia,
donde también es honroso practicar los juegos depor¬
tivos, y si los dioses te hubieran concedido la fuerza
de un Nicóstrato 24 , no permitiría que aquellos múscu¬
los potentes y destinados a luchar perdieran su poten¬
cia con la suavidad del lanzamiento de la jabalina o
el disco; pues bien, del mismo modo te reclamo desde
las salas de lectura y los teatros 25 al foro y los pleitos,
a las auténticas luchas; sobre todo porque ni siquiera
puedes recurrir a aquello a lo que se acogen muchos,
que la actividad poética se presta menos a la ofensa
6 que la de los oradores. La fuerza de tus extraordinarias
aptitudes hierve y se desborda, y ofendes, no por un
amigo sino, lo que es más peligroso, por Catón. Y no
pueden excusar la ofensa las obligaciones de tu oficio
o tu profesionalidad como abogado, o el ímpetu de un
parlamento casual y repentino; da la sensación de que
has elegido premeditadamente un personaje notable y
7 que hablará con todo el peso de su prestigio. Creo adi¬
vinar la posible respuesta: que de ahí provienen las
grandes adhesiones, el que esto es lo que, sobre todo,
se elogia precisamente en las salas de lectura y en se¬
guida está en boca de todos. Elimina, por consiguiente,
la excusa de la tranquilidad y la ausencia de riesgo,
24 Famoso atleta del siglo I.
25 Utilizados como lugares de lectura, no de representación
escénica, en este caso.
puesto que te estás buscando un enemigo superior a
ti. Ya tenemos bastante con intervenir en las contro- 8
versias privadas y actuales, en las que, si alguna vez
es inevitable ofender los oídos de los poderosos por
un amigo en peligro, podemos hallar respaldo para
nuestra lealtad y excusa a nuestra franqueza.»
Tras haber dicho Apro estas cosas, según su eos- U
tumbre, con mucha fogosidad y con el rostro crispado,
habló Materno en tono apacible y sonriendo: «Me dis¬
ponía a acusar a los oradores empleando un tiempo
no menor que el de Apro para alabarlos, pues pensaba
que, al terminar con el elogio de aquéllos, atacaría a
los poetas y echaría por tierra la afición a los versos;
pero me ha suavizado la situación con cierta habilidad,
concediendo que hagan versos los que no pueden de¬
fender pleitos.
»Yo, por mi parte, así como al intervenir en litigios 2
puedo conseguir y lograr, tal vez, algo con esfuerzo, así
también inicié con buen pie el camino de la fama con
la lectura de mis tragedias, puesto que, evidentemente,
con mi Nerón 26 quebranté el poder de Vatinio 27 , desho¬
nesto y profanador de lo más sagrado de la cultura;
en la actualidad, si hay en mi persona algo de repu¬
tación y nombre, pienso que se ha conseguido más por
la fama de mis versos que por la de mis discursos. He 3
decidido ya apartarme de las fatigas del foro y no
añoro esos cortejos al salir de mi casa ni la multitud
que acude a saludarme, ni tampoco esos bronces y
medallones que, sin yo quererlo, irrumpieron en mi
casa. La inocencia protege la situación social y la tran- 4
quilidad personal más que la elocuencia. Y no temo
26 Lo traducimos como título de una tragedia, pero cabe la
posibilidad de que quiera decir «en tiempos de Nerón».
22 Delator de la época de Nerón.
180
TÁCITO
DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES
181
tener que hablar en el senado, si no es con ocasión de
un conflicto ajeno.
12 »En cuanto a los bosques y espesuras e incluso
aquella vida retirada que censuraba Apro, me causan
tan gran deleite que cabría enumerar entre los princi¬
pales frutos de mis versos el que no los compongo
en medio del estrépito, ni con el litigante sentado a
la puerta, ni entre la suciedad y lágrimas de los acu¬
sados, sino que mi ánimo se retira a lugares puros y
2 sin maldad, y disfruta en esas santas moradas. Esta
es la cima de la literatura 28 , éste es su santuario. Con
este aspecto y atavío se introdujo por vez primera
para bien de los mortales en aquellos pechos castos y
sin contaminar por vicio alguno. Así es como habla¬
ban los oráculos. Pues la modalidad de esta elocuencia
lucrativa y sanguinaria 29 es reciente, nacida de la de¬
pravación de las costumbres y, así lo decías tú, Apero,
utilizada como arma ofensiva.
—3 »Aquel afortunado siglo, y para hablar a nuestro
estilo, aquel tiempo áureo, desprovisto de oradores y
acusaciones, era abundante en poetas y vates para
cantar los hechos gloriosos, no para defender las accio-
4 nes nefastas. Nadie tenía una mayor gloria o un puesto
de privilegio más elevado que ellos; primeramente,
ante los dioses, cuyas respuestas, se decía, interpre¬
taban, y también que asistían a sus banquetes; después,
ante aquellos famosos hijos de dioses y ante los reyes
santos, entre los que no hemos oído nombrar a ningún
causídico, sino a Orfeo y a Lino 30 y, si quieres remon-
5 tarte más lejos, al mismo Apolo. Pero si esto te parece
28 Véase la obra citada de García Calvo, págs. 29-30, funda¬
mentalmente. Entre los antiguos parece que esta idea surge de
Aristóteles.
» Alusión a las condenas capitales obtenidas por los dela¬
tores de la época.
* Hijo de Apolo y maestro de Orfeo.
legendario e imaginario en exceso, me concederás.
Apro, que Homero obtiene entre la posteridad un puesto
no menor que Demóstenes, y que la fama de Eurípides
o Sófocles no se encuentra en unos límites más es¬
trechos que la de Lisias o Hipérides 31 . Hoy por hoy, 6
encontrarás más detractores de la gloria de Cicerón
que de la de Virgilio; y ningún libro de Asinio o Mésala
es tan célebre como la Medea de Ovidio o el Tiestas
de Vario.
«Tampoco temería comparar la suerte de los poetas 13
y aquel su afortunado trato con las Musas 32 con la
vida desasosegada y tensa de los oradores. Puede que
las luchas y sus propios peligros los promuevan hasta
el consulado; yo prefiero el retiro tranquilo y seguro
de Virgilio 33 , situación en que no careció, sin embargo,
de ascendiente a los ojos del divino Augusto ni de
fama entre el pueblo de Roma. Testimonio de ello son 2
las cartas de Augusto, testigo también el mismo pueblo,
que, al escuchar unos versos de Virgilio en el teatro,
se levantó como un solo hombre y, hallándose a la
sazón presenciando el espectáculo, le rindió homenaje,
como podría hacerlo con Augusto.
«Ni tampoco, en nuestra época, Secundo Pomponio 34 3
cedería a Afro Domicio 35 en consideración social ni en
la solidez de su fama. Pues ese Crispo y ese Marcelo, a
cuyos ejemplos me propones, ¿qué tienen de apeteci¬
ble en su suerte?: ¿que temen o se les teme; que siendo
objeto de súplicas diariamente, les odian los mismos
a los que favorecen; que, obligados por toda clase de
adulaciones, nunca aparecen suficientemente siervos a
31 A los ojos de los aticistas, representaban el ideal de
estilo.
32 Rebate las palabras de Apro al final del cap. 9.
33 Prefería estar en Nápoles antes que en Roma.
34 Político y poeta trágico.
33 De Nimes. Muy notable orador, según Quintiliano.
182
TÁCITO
DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES
183
los ojos de los que mandan ni suficientemente libres a
los nuestros? ¿Qué clase de supremo poder es el suyo?
El de los libertos imperiales suele estar al mismo nivel.
5 »En cambio a mí, alejado de las angustias, de las
preocupaciones y de la obligación de hacer a diario
algo contra mi voluntad, llévenme las 'dulces Musas,
como dice Virgilio, a aquellas moradas santas, a aque¬
llas fuentes, donde no tenga que afrontar por más tiem¬
po, tembloroso, el foro insensato y resbaladizo y la
6 popularidad agotadora. No me perturbará el griterío
de los que van a saludarme, ni tampoco el liberto ja¬
deante; ni intranquilo por el futuro, tendré que otor¬
gar testamento como garantía 34 ; ni quiero poseer más
de lo que pueda dejar a quien yo quiera; y cuando me
llegue el día señalado por el destino’, me gustará que
mi imagen en el túmulo no sea triste ni siniestra, sino
alegre y coronada de flores; y que nadie presente pro¬
puesta alguna en el senado ni suplique al emperador
para perpetuar mi memoria.»
14 Apenas había terminado Materno, con fogosidad y
como inspirado, cuando entró en su habitación Vips-
tano Mésala y, sospechando por la tensa expresión de
los contertulios que tenían entre manos un tema muy
importante, exclamó: «¿Os he interrumpido en un mal
momento, deliberando sobre algún asunto reservado o
preparando algún caso judicial?»
2 «No, en absoluto —dijo Secundo—; es más, por mi
gusto podías haber llegado mucho antes; te hubiera
deleitado la muy cuidadosa disertación da nuestro
querido Apro, con la que ha exhortado a Materno a
que emplee todo su talento y esfuerzo en la abogacía,
y la refutación de Materno en favor de sus versos,
entusiasta y tal como conviene a la defensa de los
36 Parece referirse a lo que vemos en Agrícola, al final del
capítulo 43 (véase la nota correspondiente).
poetas, bastante atrevida y más cercana al lenguaje
de la poesía que al de la oratoria.»
«Indudablemente —dijo Mésala—, tal conversación 3
me habría producido un enorme placer. Y me seduce
el hecho mismo de que vosotros, personas tan distingui¬
das y los mejores oradores del momento, ejercitéis
vuestro talento no sólo en los asuntos forenses y en
ejercicios declamatorios, sino que acometáis también
cuestiones de esta clase, que, además de alimentar
vuestro intelecto, proporcionan un muy alegre pasa¬
tiempo de erudición literaria no sólo a vosotros, que
mantenéis tales discusiones, sino a aquellos a cuyos
oídos puedan llegar. Con estas premisas, entiendo, a 4
fe, que se elogia en ti, Secundo, el que, al componer la
biografía de Julio Africano 37 , hayas infundido en la
gente la esperanza de que aparecerán muchos libros de
interés similar; y no menos elogiable es en Apro el
que no haya dejado aún las controversias de escuela y
prefiera emplear su ocio a la manera de los nuevos
retóricos y no a la de los antiguos oradores.»
A lo que Apro replicó: «No cesas de admirar. Me- h
sala, sólo lo pasado y antiguo y de reírte, en cambio,
y de despreciar las actividades de nuestra época. Ya
te he oído muchas veces estas mismas palabras, con
las que, olvidándote de tu propia elocuencia y la de
tu hermano, pretendías la inexistencia de oradores
actuales, tanto más audazmente cuanto que no temías
las críticas de los maliciosos, al rechazar para ti mismo
la gloria que otros te conceden.»
«Pues no me arrepiento de tales palabras —dijo 2
Mésala—, ni creo que Secundo, Materno o tú mismo,
Apro, opinéis de forma distinta, aunque a veces dis¬
cutas en términos opuestos. Y quisiera conseguir de
37 Quintiliano lo consideraba el mejor orador de la época
junto con Afro Domicio.
184
TÁCITO
DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES
185
alguno de vosotros que investigara y expusiera las cau¬
sas de esta enorme diferencia, sobre la que yo mismo
3 me interrogo con gran frecuencia. Lo que para algunos
es un motivo de consuelo, en mí aumenta mi perpleji¬
dad, porque veo que también entre los griegos ha ocu¬
rrido que Sacerdote Nicetes 38 y todos los que alborotan
a Éfeso o Mitilene con el coro de aclamaciones de sus
discípulos, está más lejos de Esquines o Demóstenes
que Afro, Africano o vosotros mismos respecto a Cice¬
rón o Asinio.»
16 «Has suscitado —intervino Secundo— una cuestión
importante y digna de tratarse. Pero, ¿quién la expon
drá con más justeza que tú, en quien una cuidadosa
reflexión ha venido a añadirse a una gran erudición y
a un talento muy aventajado?»
2 «Os descubriré —continuó Mésala— lo que pienso
si llego a conseguir antes de vosotros que me ayudéis
en mi exposición.»
3 «Lo prometo en nombre de los dos —dijo Mater¬
no_, pues tanto yo como Secundo trataremos aque¬
llos puntos que, a nuestro entender, hayas dejado, no
por omisión, sino para que los toquemos nosotros.
Que Apro suele disentir, ya lo dijiste hace poco y está
claro que prepara tiempo ha sus armas contra nos¬
otros, y que no soporta con buen talante nuestro acuer¬
do en alabar a los antiguos.»
4 «Desde íuego —confirmó Apro— no estoy dispuesto
a consentir que nuestra época sea condenada por esta
conspiración vuestra, sin que haya sido oída ni defen¬
dida. De momento, debo preguntaros a quiénes llamáis
5 ‘antiguos’, qué época determináis con esa palabra, pues
cuando oigo ‘antiguos’, me hago la idea de gentes na¬
cidas en un pasado muy remoto, y aparecen ante mis
ojos Ulises y Néstor, cuya época precede a la nuestra
38 Retórico de Esmima que enseñó en Roma.
en mil trescientos años, más o menos; vosotros, en
cambio, citáis a Demóstenes e Hipérides, que, como
es bien sabido, sobresalieron en tiempos de Filipo y
Alejandro, a los que incluso sobrevivieron ambos
Esto hace que entre nuestra época y la de Demóstenes 6
no medien mucho más de trescientos años. Este espa¬
cio de tiempo, si lo comparamos con la debilidad de
nuestros cuerpos, quizá parezca largo; pero en rela¬
ción con la naturaleza de los siglos y a la consideración
de este tiempo infinito, es muy breve y lo tenemos
muy próximo; pues si, como Cicerón escribe en su 7
Hortensio 39 , un año grande, auténtico 40 , es aquel en
que la posición del cielo y de los astros volverá a ser
exactamente la misma que la de ahora, y tal año abarca
doce mil novecientos cincuenta y cuatro de los que
nosotros llamamos años 4I , vuestro Demóstenes, al que
suponéis viejo y antiguo, comienza a existir no sólo en
el mismo año que nosotros, sino hasta en el mismo
mes.
»Pero pasemos a los oradores latinos; entre éstos, 17
supongo, no soléis poner a Menenio Agripa 42 (que puede
ser considerado antiguo) por delante de los hombres
elocuentes de nuestra época, sino a Cicerón, César,
Celio, Calvo, Bruto, Asinio y Mésala 43 ; y no veo por
qué motivo situáis a éstos en períodos anteriores, en
lugar de en el actual.
»Pues, por referirme al mismo Cicerón, fue asesi- i
nado bajo el consulado de Hircio y Pansa el siete de
39 Tratado, hoy perdido, de Cicerón, en el que respondía a
los ataques de Hortensio contra la filosofía.
40 El año platónico, espacio de tiempo que dura una revo¬
lución del polo del Ecuador en tomo del polo de la Eclíptica.
41 Número inexacto, la mitad del verdadero.
42 Cónsul en el 250, autor del apólogo «De los miembros y
del estómago».
43 Famosos oradores del siglo I a. C.
186
TÁCITO
DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES
187
diciembre, como escribe su liberto Tirón, año en el
que el divino Augusto sustituyó en el consulado a
3 Pansa e Hircio por Quinto Pedio y él mismo 44 . Pon
cincuenta y seis años, durante los que rigió la Repú¬
blica el divino Augusto; añade veintitrés de Tiberio y
casi cuatro de Gayo; catorce de Claudio y otros tantos
de Nerón y aquel largo, aunque uno sólo, de Galba,
Otón y Vitelio, y, finalmente, la sexta etapa de este
feliz Principado, en la que Vespasiano ejerce su labor
bienhechora sobre la república: desde la muerte de
Cicerón hasta hoy hacen un total de ciento veinte
4 años 45 ; la vida de un hombre; nada más. Pues yo vi
con mis propios ojos en Britania a un anciano que,
según confesaba, había intervenido en la guerra con
la que intentaron rechazar y expulsar de sus costas a
5 César 46 , que se disponía a invadir el país. Así que si
a aquél, que hizo frente a César con las armas, el cau¬
tiverio, sus propios deseos o el destino le hubieran
arrastrado a la Ciudad, habría podido oír a César y
Cicerón en persona, y asistir igualmente a nuestros
pleitos.
6 »Por cierto que vosotros mismos visteis, en la úl¬
tima distribución de dinero, a muchos ancianos que
decían haber recibido tales repartos del divino Agus-
7 to 47 con cierta frecuencia. De lo cual puede deducirse
que pudieron prestar su atención tanto a Corvino como
a Asinio, dado que la actividad de Corvino continuó
hasta la mitad del Principado de Augusto y la de Asinio
casi hasta su final.
44 Sucedió el 19 de agosto del 43.
45 ii 7 . Costumbre antigua de redondear las cifras.
« Esto es, con la que intentaron los britanos. Se trata de
la primera expedición de César a Britania.
47 La distribución de dinero de Tito tuvo lugar el 72. Re¬
cuérdese que Augusto murió el 14 d. C.
»De modo que no dividáis un siglo ni insistáis en
llamar antiguos y gentes del pasado a oradores a los
que los oídos de las mismas personas pudieron escu¬
char y, por decirlo así, juntar y unir.
»He expuesto esto previamente para que, si por al- 1*
guna fama y gloria de estos oradores 48 , se obtiene buena
reputación para su época, pueda yo demostrar que tal
reputación se halla a caballo entre dos períodos y
más próxima a nosotros 49 que a Servio Galba o a Gayo
Carbón y a otros que hemos llamado con fundamento
'antiguos'; son, en efecto, desagradables, sin pulir,
rudos y toscos; ¡ojalá no los hubieran imitado en nin¬
gún aspecto vuestro Calvo, o Celio, o el mismo Cicerón!
»Y ahora quiero expresarme con más valentía y atre- 2
vimiento, tras dejar sentado que se cambian con los
tiempos las formas y los géneros de la oratoria. Así,
Gayo Graco, comparado al viejo Catón, es de estilo
más rico y exuberante; así, Craso 50 es más cuidadoso
y elegante que Graco; Cicerón matiza más y es más
distinguido y más elevado que cualquiera de los dos;
Corvino es más suave, más dulce y trabaja más el vo¬
cabulario que Cicerón. No pregunto por el más elo- 3
cuente: de momento me conformo con haber probado
que el rostro de la oratoria no es único, sino que se
pueden captar múltiples aspectos, incluso entre los
que llamáis antiguos; que lo que es distinto no es ne¬
cesariamente peor, y que es un defecto propio de la
malicia humana el alabar siempre lo antiguo y sentir
repugnancia por lo actual.
48 Cicerón y sus contemporáneos.
49 Porque sólo está separada de Cicerón por una generación
y, en cambio, dos de Galba y Carbón. Galba es famoso por sus
incidentes con los lusitanos. Carbón fue aliado político de los
Gracos.
50 Considerado, junto con Antonio, el mejor orador de los
anteriores a Cicerón.
188
TÁCITO
DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES
189
4 «¿Podemos dudar que hay quienes admiran a Apio
el Ciego por delante de Catón? Bien sabido es que ni
siquiera a Cicerón le faltaron detractores, a los que les
parecía vacío, ampuloso, poco preciso, demasiado en-
5 fático, reiterativo y poco ático 51 . Habéis leído las cartas
de Calvo y Bruto a Cicerón, de las que puede despren¬
derse fácilmente que Calvo le pareció a Cicerón débil
y seco, y Bruto superficial y desordenado; y que, a la
inversa, Cicerón oyó hablar mal de él a Calvo, por ser,
en su opinión, flojo y sin vigor, y en la opinión de
Bruto (y por utilizar sus mismas palabras), débil y
6 deslomado’. Si me preguntas, me parece que todos
han dicho verdad; pero examinaremos en seguida uno
por uno. Ahora me voy a ocupar de todos en conjunto.
19 »En efecto, mientras que los arcaizantes suelen
fijar como confín de la antigüedad *** a Casio 5J , al que
declaran culpable y afirman que fue el primero en
apartarse de aquel viejo y recto sendero de la elo¬
cuencia, yo sostengo que adoptó otro tipo de estilo
oratorio no por falta de facultades ni por falta de cul¬
tura literaria, sino tras meditarlo concienzudamente.
2 «Vio, como decía hace un momento, que la forma
y la presentación del discurso ha de cambiarse de
acuerdo con las circunstancias históricas, que provocan
la aparición de un auditorio diferente. Fácilmente so¬
portaba aquel público de antes, por ser ignorante y
rudo, la duración interminable de aquellos discursos
farragosos y hacía objeto de sus alabanzas justamente
3 al que consumiera todo un día pronunciándolo. En
5 1 Poco sobrio. Apio el Ciego, cónsul en 337 y 298, se opuso
a Pirro. x , . .
52 Hay una laguna, difícil de completar en cuanto al texto
original, pero no en cuanto a la interpretación, si nos queda¬
mos con la lectura de Foumeaux. Tampoco si adoptamos la de
Koestermann, aunque la traducción serla algo distinta, pero
creemos que en ambos casos el sentido del pasaje es el mismo.
efecto, tenían un puesto de honor la larga preparación
de los exordios, el hilo de la narración buscado desde
muy atrás, el alarde de las muchas divisiones, los mil
grados de las pruebas, y todos los preceptos de los ari¬
dísimos libros de Hermágoras y Apolodoro 53 . Y si
alguno parecía haber olfateado la filosofía, insertaba
algún principio de ésta en su discurso y era ensalzado
hasta el cielo. No es extraño: eran materias nuevas y 4
desconocidas y muy pocos de los propios oradores sa¬
bían los preceptos de los retóricos o las sentencias de
los filósofos.
«Pero a fe que, al estar ya todo esto divulgado y no 5
quedar fácilmente en el tribunal alguien que no esté,
si no muy instruido en los fundamentos de estas dis¬
ciplinas, sí, por lo menos, bastante iniciado, son nece¬
sarios nuevos y escogidos caminos para la elocuencia,
con los que el orador evite el hastío del auditorio;
sobre todo ante esos jueces que actúan con la fuerza
que les proporciona su cargo, no con arreglo a una
preceptiva jurídica, y no aceptan cualquier duración
del discurso, sino que la establecen ellos mismos, y no
son partidarios de esperar al orador hasta que le plazca
entrar en el meollo del asunto, sino que muchas veces
lo amonestan y lo llaman al orden si se desvía a otro
tema, y le dan claras muestras de que tienen prisa.
»¿ Quién está hoy en día dispuesto a soportar a un 20
orador que comienza su parlamento hablando de su
poca salud? Esos son casi siempre los exordios de Cor¬
vino. ¿Quién tendrá la suficiente calma para escuchar
cinco libros contra Verres? ¿Quién soportará pacien¬
temente aquellos inmensos volúmenes sobre excepcio-
55 Famosos tratadistas de retórica; artificiosos.
190
TÁCITO
DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES
191
nes y fórmulas 54 que leernos en las defensas de Marco
Tulio o de Aulo Cécina 55 ?
2 »En nuestros tiempos, el juez se adelanta al que está
hablando y, si no queda convencido y seducido por el
desarrollo de los argumentos, o por el colorido de las
sentencias, o por el brillo y cuidado de las descripcio-
3 nes, le vuelve la espalda. También el público que asiste
y el oyente que de manera casual allí se asoma, se ha
acostumbrado ya a exigir alegría y belleza en el dis¬
curso y no soporta el tristón y descuidado arcaísmo,
como tampoco el que alguno quisiera reproducir en
escena los gestos de Roscio o de Turpión Ambivio 56 .
4 »Por otra parte, los jóvenes que se están forjando
en el yunque de las mismas disciplinas, que siguen a
los oradores para propio provecho, no se conforman
con escucharlos, sino que además pretenden llevarse
a casa algo ilustre y digno de recuerdo; hacen inter¬
cambios entre ellos y muchas veces escriben a sus co¬
lonias y provincias cualquier pensamiento que brille
en una hábil y breve sentencia, o cualquier pasaje que
5 resplandezca por su forma exquisitamente poética. Pues
actualmente se exige del orador un adorno poético, no
manchado por el moho de Accio o Pacuvio 57 , sino obte¬
nido del santuario de Horacio, Virgilio y Lucano.
6 »En consecuencia, la actual generación de oradores
se ha procurado más belleza y adorno por complacer
a los oídos de tales gentes. Y no resultan menos efica¬
ces nuestros discursos por llegar a los oídos de los
54 Términos de derecho procesal, campo muy farragoso y
aburrido siempre.
55 Discursos de Cicerón.
54 Famosos actores de la época republicana. El primero fue
defendido por Cicerón, en uno de los discursos más conocidos.
57 Del siglo ii, son los dos autores trágicos más importan¬
tes de la literatura latina. Sus obras se representaron hasta
bastante después de su muerte.
jueces causándoles placer. ¿Pues qué? ¿Se puede creer 7
que los templos actuales son menos sólidos porque no
se levantan a base de ruda manipostería y tejas toscas,
sino que brillan por el mármol y resplandecen con el
oro?
»Os confesaré, a decir verdad, que frente a algunos 21
aspectos de los antiguos a duras penas contengo la
risa, y el sueño frente a otros. Y no hablo de la caterva
de Canucio o de Attio...*** Me refiero a Furnio y Tora-
nio y otros que, en el mismo sanatorio, alaban estos
huesos demacrados 58 . El mismo Calvo, a pesar de haber
dejado, según tengo entendido, ciento veinte libros,
apenas me convence en uno o dos discursillos. ¿Cuán- 2
tos leen los discursos de Calvo contra Asicio o contra
Druso? En cambio todos los estudiantes manejan habi¬
tualmente las acusaciones que llevan por título «Contra
Vatinio» y, sobre todo, el segundo discurso; está dotado,
sin duda, de gran belleza formal y conceptual, adap¬
tada a los oídos de los jueces, para que podamos saber
que también Calvo comprendía qué era lo mejor y que
para hablar con tono más elevado y elegante no le
había faltado voluntad, sino el ingenio y las fuerzas.
»En cuanto a los discursos de Celio, son agradables 3
—enteros o en algunos pasajes— aquellos en los que
reconocemos la brillantez y la elevación de nuestra
época. En cambio, aquella sordidez de las palabras, 4
aquella composición a saltos y las expresiones descui¬
dadas, desprenden un tufillo a viejo, y no me imagino
a nadie tan aficionado a las antigüedades que alabe a
Celio por lo que tiene de arcaico.
•Perdonemos a Gayo César el que, por la magnitud s
de sus proyectos y sus empresas, obtuviera menores
58 Metáfora pitra aludir al estilo seco, probablemente ter¬
minología de escuela; la encontramos, p. ej., en Cicerón y Quin-
tiliano.
192
TÁCITO
DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES
193
logros en la elocuencia que lo que su divino ingenio
le exigía. Asimismo, dejemos a Bruto con su filosofía,
pues incluso sus admiradores reconocen que en sus
6 discursos ocupa un lugar inferior a su fama. A no ser
que alguien tal vez lea los libros de César en defensa
de Decio el Samnita o de Bruto en defensa del rey
Deyotaro, u otros de la misma frialdad y languidez;
a no ser que haya quienes admiren también sus poesías.
Hicieron, sí, poesías, y las hicieron llegar a las biblio¬
tecas con acierto no mayor que Cicerón, pero con más
fortuna, porque son menos los que saben que las com¬
pusieron.
7 «También Asinio, aunque sea de una época más re¬
ciente 59 , me parece que estudió con los Menenios y los
Apios; en todo caso, imitó a Pacuvio y Accio no sólo
sus tragedias, sino también sus discursos; hasta tal
8 punto es duro y seco. Y es que el discurso, como el
cuerpo humano, es hermoso únicamente cuando no re¬
saltan sus venas ni se pueden contar sus huesos, sino
que una sangre pura y sana llena los miembros, brota
de los músculos y un tono sonrosado cubre los ner¬
vios y hay una belleza que los realza.
9 «No quiero enjuiciar a Corvino, pues no se le puede
culpar de que no reprodujera la belleza y brillantez
de nuestra época; podemos ver, desde luego, en qué
grado su capacidad imaginativa e intelectual corres¬
pondió a sus criterios.
22 «Paso a Cicerón, que tuvo con sus coetáneos la
misma pugna que yo ahora con vosotros: aquéllos ad¬
miraban a los antiguos y él situaba en el primer lugar
la elocuencia de su época; y en ninguna otra cosa dejó
más atrás a los oradores de su tiempo que en su ati-
2 nado criterio, pues fue el primero que pulió el discurso,
el primero que lo dotó de un vocabulario seleccionado
» Nació el 75 a. C.
y de una técnica en su composición, amén de ensayar
pasajes de un mayor colorido y hallar ciertas senten¬
cias sagaces, sobre todo en los discursos que escribió
ya anciano y al final de su vida, esto es, después que
su progreso había sido mayor y mejor había aprendido
por la práctica cuál era el estilo ideal para la oratoria.
«En efecto, sus discursos anteriores no están exen- 3
tos de los vicios de la antigüedad:, es lento en los
exordios, premioso en las narraciones, prolijo en las
digresiones; tardo para conmoverse, raras veces se en¬
tusiasma; pocas frases acaban de manera armoniosa
y con un cierto lustre; no puedes resumir ni retener
nada y, como en un edificio tosco, las paredes son só¬
lidas y duraderas, pero no lo suficientemente pulidas
ni brillantes. Como en el caso de un padre de familia 4
rico y elegante, al orador no lo quiero yo cubierto
únicamente por un techo que le evite la lluvia y el
viento, sino que éste, además, sea vistoso y deleite la
vista; que no esté dotado exclusivamente de aquel
ajuar imprescindible, sino que su mobiliario contenga
oro y piedras preciosas para que constituya un placer
cogerlo, tenerlo en las manos y contemplarlo continua¬
mente.
«Apártense lejos ciertas corruptelas, por obsoletas s
y malolientes; que no haya ninguna palabra podrida
por el moho; que no se componga ningún período con
estructura lenta y sin arte, a manera de los Anales w ;
evítense las chocarrerías ordinarias e insulsas, varíese
la composición y que no se rematen todas las cláusu¬
las de un modo único e idéntico.
«No quiero burlarme de la ‘rueda de la Fortuna’ y 23
el 'derecho verrino’, ni de aquel famoso esse uideatur
colocado en todos sus discursos como cláusula cada tres
Se refiere a las obras de los analistas, precursores del
género historiográfico.
36.-13
194
TÁCITO
DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES
195
frases 61 . Porque de no muy buen grado he recordado
esto y he omitido mucho que, sin embargo, es lo único
que a dmiran y reproducen los que suelen llamarse a
2 sí mismos oradores de la antigua ola. No citaré a nadie
en concreto; bastará con haber indicado el tipo de
personas. Pero vosotros, en cualquier caso, tenéis ante
los ojos a ésos que leen a Lucilio en lugar de Horacio
y a Lucrecio en lugar de Virgilio, para los que la elo¬
cuencia de Aufidio Baso o de Servilio Noniano es de
ínfima calidad en comparación con la de Sisenna o
Varrón 62 ; gente que rechaza y odia los coméntanos de
3 nuestros retóricos y admira los de Calvo. No hay oyen¬
tes que les presten atención cuando peroran ante el
juez al modo arcaico; no los escucha el público, ape¬
nas los aguanta el propio litigante; así de tristes y
desaliñados, consiguen aquella salud de la que se jac-
4 tan, no por su vitalidad, sino por el ayuno. Así y todo,
los médicos tampoco dan su aprobación a una salud
corporal lograda a base de tensión anímica; poca cosa
es no estar enfermo: lo ideal es estar animoso, alegre
y con moral. No está lejos de la enfermedad el que es
elogiado sólo por su buena salud.
5 »Pero vosotros, hombres muy elocuentes, dado que
podéis —y de hecho lo hacéis—, dad lustre a nuestro
6 siglo con el estilo oratorio más bello posible. Pues tam¬
bién a ti, Mésala, te veo imitando los mejores hallaz¬
gos de los antiguos, y vosotros. Materno y Secundo,
unís de tal manera el brillo y la elegancia de vocabu-
61 La primera expresión, tomada del In Pisonem, procede
de los círculos que se describen al bailar. Ius Verrinum puede
querer decir «justicia de Verres», pero también «jugo de cerdo».
El esse uideatur es, por razones rítmicas, una cláusula favorita
de Cicerón, aunque no tan utilizada como pretende hacemos ver
Apro. Tal vez exagerasen su uso los ciceronianos del siglo I d. C.
62 Baso y Noniano fueron historiadores del siglo I de C.;
Sisenna, del siglo ii a. C., y Varrón fue el más grande emdito
que tuvo Roma, contemporáneo de Cicerón.
lario a la profundidad de los conceptos, es tal la se¬
lección de temas, tal el orden en la exposición, tal la
riqueza expresiva cuando el asunto lo requiere, tal la
concisión cuando lo permite, tal la belleza en la com¬
posición, tal la nitidez de las sentencias, de tal modo
expresáis los estados de ánimo y moderáis vuestras
ocasionales licencias que, aunque la envidia y la odio¬
sidad intentaran entorpecer nuestros juicios, la poste¬
ridad ha de decir la verdad sobre vosotros» 63 .
Tras estas palabras de Apro habló Materno: «¿Os 24
dais cuenta de la fuerza y la fogosidad de nuestro
amigo Apro? ¡Con qué ímpetu torrencial ha defendido
a nuestro siglo, con qué abundancia y variedad ha za¬
randeado a los antiguos, con qué genio inspirado, con
qué erudición y arte ha tomado en préstamo armas de
aquéllos, para atacarlos con ellas a renglón seguido!
Sin embargo, Mésala, no debe modificarse tu promesa,
pues ni pedimos defensor para los antiguos, ni compa- i
ramos a alguno de nosotros con los que ha atacado
Apro, aunque acabamos de ser elogiados. Tampoco él
opina de esa manera, sino que, siguiendo una costum¬
bre antigua y muy utilizada por nuestros filósofos, ha
asumido el papel de contradictor. Conque procura ex- 3
ponernos, no la alabanza de los antiguos —bastante
alabanza es su propia fama—, sino las causas por las
que hemos retrocedido tanto respecto de su elocuen¬
cia, sobre todo si tenemos en cuenta que el cómputo
del tiempo nos dice que han transcurrido hasta hoy
ciento veinte años desde la muerte de Cicerón.
Entonces dijo Mésala: «Seguiré el plan trazado por 25
ti. Materno; pues no necesito mucho tiempo para re¬
futar a Apro, quien, según creo, suscitó en primer lugar
63 Tácito parece querer dejar en ridículo a su personaje,
quien tras atacar a Cicerón, desarrolla un parlamento final muy
en la línea de su criticado.
196
TÁCITO
DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES
197
la controversia sobre un nombre, porque, decía él, eran
llamados con poca propiedad ‘antiguos’ los que se sabe
2 perfectamente que vivieron hace cien años. No voy a
discutir sobre tal palabra; llámelos antiguos, antepa¬
sados o cualquier otro nombre que prefiera, con tal de
que reconozca que la oratoria de aquella época fue
más destacada. Ni siquiera me opongo a esa parte de
su intervención, si está de acuerdo en que se han dado
diversas formas de hablar, incluso en una misma
época; con mayor motivo se dará tal situación en épo¬
cas distintas.
3 «Pero, así como entre los oradores áticos Demóste-
nes ocupa el primer lugar y le siguen de cerca Esqui¬
nes, Hipérides, Lisias y Licurgo 64 , y el sentimiento ge¬
neral ratifica que ésta fue la época de mayor esplendor
para la oratoria, así también entre nosotros Cicerón
aventajó sin duda al resto de los oradores de su tiempo
y Calvo, Asinio, César, Celio y Bruto son antepuestos
con justicia a los que les preceden y a los que les
4 siguen 65 . Lo de menos es que se diferencien por sus
rasgos específicos, si coinciden en sus líneas generales,
más ajustado, Calvo; más cadencioso, Asinio; más bri¬
llante, César; más mordaz, Celio; más trascendente,
Bruto; más vehemente, pleno y vigoroso. Cicerón. En
definitiva, todos muestran idéntica lozanía en su estilo,
de modo que, si llegas a manejar conjuntamente los
libros 66 de todos ellos, te darás cuenta que existe una
cierta semejanza y parentesco de criterio e intenciones,
aunque se desenvuelvan en talentos diferentes.
5 «Respecto al hecho de que se criticaran recíproca¬
mente —y sus cartas incluyen alguna de estas críticas,
6 * Adversario de Pisístrato en Atenas, en el siglo vi a. C.
65 No están citados en orden cronológico; si es por su
fama, extraña que César ocupe para Mésala el tercer lugar.
m Libros quiere decir aquí los conjuntos de discursos edi¬
tados.
por lo que parece descubrirse una recíproca malque¬
rencia—, tal defecto no es privativo de los oradores,
sino común a los hombres, pues es indudable que 6
tanto Calvo como Asinio y el mismo Cicerón cayeron
con frecuencia en los celos y en la envidia y estaban
afectados por los restantes vicios de la humana fla¬
queza. Pienso que de entre ellos Bruto fue el único
que no exteriorizó sus opiniones con envidia ni male¬
volencia, sino con sencillez y sinceridad. ¿Sentía hosti- 7
lidad hacia Cicerón alguien que ni siquiera, en mi opi¬
nión, la sintió hacia César?
«En lo que se refiere a Servio Galba, Gayo Lelio y
todos los oradores antiguos a los que no has cesado de
atacar, no procede su defensa, porque confieso que les
faltaron ciertas cualidades en su oratoria, incipiente
aún y no lo suficientemente madura.
«Por lo demás, si tras dejar a un lado aquel óptimo 26
género de oratoria, tuviera que elegir una forma de
hablar, a fe que preferiría el ímpetu de Gayo Graco o
la madurez de Lucio Craso a las fiorituras de Mecenas
o los perifollos de Galión 67 ; es mejor vestir el discurso
con una toga, por áspera que sea, que adornarlo con
prendas de colores llamativos y propios de una corte¬
sana. No es de oradores, ni siquiera varonil, a fe, ese 2
estilo que utilizan la mayor parte de los abogados
actuales, con el que imitan los ritmos de las pantomi¬
mas 68 en el amaneramiento de sus palabras, en sus
conceptos intrascendentes y la excesiva libertad en la
87 En latín tinnitus podría ser una onomatopeya de es¬
cuela. Quintiliano (lnst. Orat. 2, 3) usa tinnulos. La correspon¬
dencia castellana de «perifollos» tal vez no sea muy exacta,
aunque la hemos visto empleada para estos casos. La onoma¬
topeya podría corresponder a una palabra como «tintineo»;
también consideramos acertada «floreo».
88 Esta música de acompañamiento tenía un carácter vo¬
luptuoso.
198
TÁCITO
DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES
199
3 composición. Y lo que ni debería oírse: la mayoría se
jacta, como motivo de fama y gloria e indicio de su
talento, de que sus discursos se canten y se bailen.
De aquí proviene aquella expresión desagradable y
ofensiva, pero muy extendida, de que 'nuestros orado¬
res hablan melosamente, nuestros comediantes v bailan
con elocuencia’.
4 »De acuerdo, no voy a negar que Casio Severo, el
único al que el amigo Apro ha osado citar, pueda ser
llamado orador, si se compara con los que vinieron
después, aunque gran parte de su obra contenga más
s dosis de bilis que de sangre, pues, desdeñando el orden
en la exposición, sin atender a la modestia y al decoro
en las palabras, utilizando sin arte las armas de las
que cabalmente se servía y derribado con frecuencia
por su obsesión de herir, es el primero en mostrarse
6 como un alborotador, y no como un luchador. Pero,
como digo, comparado con los que le siguen, y a la
vista de su rica erudición, de la gracia de su casti¬
cismo y de su propio vigor, supera con mucho a los
demás, a ninguno de los cuales se ha atrevido Apro a
nombrar o, por decirlo así, a sacarlo a la línea de
7 combate. Yo esperaba que, tras acusar a Asinio, Celio
y Calvo, nos presentaría otro escuadrón y nombraría
a más, o, al menos, a otros tantos, de los que opon¬
dríamos uno a Cicerón, otro a César, y así todos en
combates singulares.
8 »Ahora, contento con haber criticado a ciertos ora¬
dores antiguos, no se ha arriesgado a elogiar a ninguno
de los posteriores, a no ser en general y en bloque, por
temor, supongo, a ofender a muchos si destacaba a
9 unos pocos. Pues, ¿cuantos oradores de escuela no dis¬
frutan con el convencimiento de que se deben situar
antes de Cicerón, si bien a todas luces después de
Gabiniano 69 ? Yo, por mi parte, no sentiré temor en
citar uno por uno para que, a la luz de los ejemplos
propuestos, aparezca más diáfanamente a través de
qué etapas ha quedado rota y disminuida la oratoria.»
«No, déjalo —dijo Materno—; vale más que cum- 27
pías tu promesa, puesto que no pretendemos concluir
que los antiguos eran más elocuentes —de lo que estoy
completamente seguro—, sino que inquirimos las cau¬
sas, cuestión que tú mismo tenías por costumbre tratar,
según dijiste hace un momento, cuando hablabas en
tono más suave y menos irritado contra la oratoria
actual, antes de que Apro te ofendiera atacando a tus
antepasados» 70 .
«No me siento ofendido —replicó Mésala— por la 2
controversia de mi amigo Apro, ni sería conveniente
que vosotros lo estuvierais si algo llega a herir vues¬
tros oídos, sabiendo que hay una norma para este tipo
de conversaciones: exponer cada opinión sin perjuicio
de las relaciones de amistad.»
«Continúa —dijo Materno—, y, puesto que hablas 3
de los antiguos, utiliza su misma libertad, de la que
hemos degenerado aún más que de su elocuencia.»
«No buscas unas causas recónditas, Materno —con- 28
tinuó Mésala—, ni desconocidas para ti o para Secun¬
do o para Apro, aquí presentes, aunque me asignéis el
cometido de sacar a la luz lo que todos sabemos. En 2
efecto, ¿quién ignora que la oratoria y las demás artes
se han alejado de su pasada gloria no por falta de
hombres capacitados, sino por la desidia de los jóve¬
nes, la negligencia de los padres, la ignorancia de los
maestros y el olvido de las costumbres tradicionales? n .
« Retórico elogiado por Suetonio, que lo prefiere a Quin-
tiliano.
70 Es decir, a los antiguos oradores romanos, puesto que
Mésala era el único de los interlocutores nacido en Roma.
71 Ideas que ya están en Séneca el Viejo.
200
TÁCITO
DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES
201
Estos males surgieron primero en la Ciudad, se exten¬
dieron en seguida por Italia y se están propagando ya
i a las provincias. Lo que os concierne es más familiar
para vosotros 72 . Yo hablaré de la Ciudad y de estos
vicios propios y típicos que nos reciben nada más nacer
y van acumulándose a lo largo de cada una de las
etapas de nuestra vida; si bien voy a exponer antes
algunas ideas sobre la vigorosa disciplina de nuestros
antepasados en el terreno de la educación y de la for¬
mación de sus hijos.
4 »Pues antaño los hijos nacidos de madre honrada
no se criaban en el cuartucho de una nodriza alqui¬
lada, sino en el regazo y en el seno de su propia madre,
y ésta tenía como principal motivo de orgullo velar
s por la casa y ser una esclava para sus hijos. Se elegía
alguna pariente de edad, y a sus probadas y compro¬
badas costumbres se confiaba toda la prole de la
misma familia. En su presencia no se permitía nada
que pudiera parecer expresión grosera o acción ver-
6 gonzosa. Con una virtud que infundía respeto, mode¬
raba incluso los esparcimientos y juegos de los niños,
no ya sólo sus aficiones e inquietudes. Así se ocupó
Cornelia 73 , la madre de los Gracos, de la educación de
sus hijos —según se nos ha dicho—y consiguió que
llegaran a ser personajes de primera fila; y lo mismo
7 hizo Aurelia con César y Acia con Augusto. Este rigor
en la disciplina tenía como mira el que las cualidades
individuales, puras e intactas y sin desviarse por nin¬
guna corrupción, se lanzasen abiertamente al cultivo
de las artes nobles y, ya se inclinase su vocación a la
milicia, ya a la ciencia jurídica o a la oratoria, se dedi-
72 Lo referente a las provincias.
73 En Roma llegó a ser apelativo de estimación «madre de
los Gracos».
cara sólo a un campo y penetrara en él hasta sus últi¬
mas consecuencias.
«Pero ahora el niño recién nacido se entrega a 29
cualquier criadilla griega, a la que se agregan uno o dos
siervos del montón, en general los peores e incapaces
para ningún quehacer serio. Aquellas almas tiernas y
sin cultivar se impregnan al instante de los chismes y
aberraciones de esta gente y nadie en toda la casa se
preocupa de lo que diga o haga en presencia del joven
dueño. Es más, ni siquiera sus mismos padres acos- 2
tumbran a los pequeños a la honradez ni a la modes¬
tia, sino a la broma y a la chacota, medios a través de
los que, poco a poco, penetra furtivamente la falta de
pudor y el desprecio de lo propio y de lo ajeno.
«Me da la impresión de que se contraen casi en el 3
vientre de la madre los vicios exclusivos y peculiares
de esta ciudad: me refiero a la afición por el teatro y
el entusiasmo por los espectáculos de gladiadores y de
caballos; ocupado y obsesionado por ellos, ¿qué res¬
quicio deja el ánimo para ocupaciones más dignas?,
¿cuántos hallarás que en casa hablen de alguna otra
cosa?, ¿qué otras conversaciones sorprendemos en los
jóvenes al entrar en las salas de lectura? Ni siquiera 4
los maestros mantienen con sus oyentes otro tema de
conversación más frecuente; no atraen a sus discípulos
con el rigor de sus enseñanzas ni dando muestras de
su talento. Se valen de los saludos y del cebo de las
lisonjas 74 .
«Excluyo los rudimentos de la educación, en los que 30
tampoco se trabaja casi nada. Ni en el estudio de los
autores, ni en el progreso hacia el conocimiento del
pasado, ni en las nociones de hechos, hombres o épo¬
cas se aplica el esfuerzo suficiente; se busca, en cam- 2
bio, a los que llaman retóricos. Como a continuación
74 Parece que Roma fue precursora hasta en esto.
202
TÁCITO
DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES
203
voy a referir cuándo se introdujo esta profesión en la
Ciudad y cómo no tuvo ningún prestigio entre nuestros
antepasados, es necesario que fije la atención en aquella
disciplina que, así se nos ha dicho, utilizaron aquellos
oradores cuyos libros encierran su inmensa labor, su
cotidiana reflexión y su práctica asidua en todo tipo
de estudios.
3 »No ignoráis que el libro de Cicerón titulado Bruto
relata en su parte final —pues la primera incluye la
enumeración de los oradores antiguos los comienzos,
las etapas y lo que podría ser la evolución de su elocuen¬
cia. Nos dice que aprendió Derecho civil con Quinto Mu-
cio 75 ; que estudió concienzudamente todos los aspectos
de la filosofía con Filón el académico y con Diódoto el
estoico. Que no contento con estos maestros, con gran
número de los cuales había coincidido en la Ciudad,
recorrió también Grecia y Asia para abarcar toda la
4 gama de conocimientos. Así es como se puede ver en
los libros de Cicerón que no le faltaron nociones de
geometría, música, gramática ni, en definitiva, de nin¬
guna arte liberal. Conocía la sutileza de la dialéctica,
el terreno práctico de la ética, los procesos de la natu¬
raleza y sus causas.
5 »Así es, mis buenos amigos, así es. Aquella oratoria
admirable rebosa y se desborda con su gran erudición
y su saber enciclopédico. La fuerza y las facultades del
orador no están reducidas a límites cortos y estrechos
como las demás cosas: es orador el que puede hablar
bella y elegantemente sobre cualquier cuestión, de
forma apropiada para convencer, acorde con la digni¬
dad del tema y con las circunstancias, y sabiendo
agradar a sus oyentes.
31 »De esto estaban convencidos aquellos antepasados
y comprendían que para conseguirlo no era necesario
declamar en las escuelas de los retóricos ni forzar la
lengua y la voz en controversias fingidas y de ningún
modo cercanas a la realidad, sino llenar la mente con
aquellas ciencias en las que se discute sobre lo bueno
y lo malo, lo honesto y lo deshonesto, lo justo y lo in¬
justo. Esta materia es la que está a disposición del
orador para sus elocuciones. En efecto, normalmente 2
disertamos sobre la equidad en los juicios; en las asam¬
bleas, sobre la utilidad; sobre la honestidad en los pa¬
negíricos. Y no obstante, estos mismos temas se entre¬
mezclan con frecuencia. Nadie puede hablar sobre ellos
con amplitud, variedad y elegancia, salvo quien conoce
la naturaleza humana, la fuerza de las virtudes, la de¬
pravación de los vicios y el significado de lo que no
se incluye ni entre las virtudes ni entre los vicios 76 .
De estas fuentes emana, además, la ventaja de que se 3
excita más fácilmente la ira del juez o la suaviza, si
se sabe qué es la ira; y asimismo se le induce mejor a
la misericordia si se sabe qué es la misericordia y con
qué sentimientos se suscita. El orador familiarizado 4
con estos estudios y prácticas, según tenga que hablar
ante jueces hostiles o parciales, o ante envidiosos, mal¬
humorados y tímidos, tomará el pulso a los ánimos y,
según pida el carácter de cada cual, cargará la mano
y templará el discurso, teniendo a mano todo tipo de
instrumentos auxiliares dispuestos para cualquier even¬
tualidad.
»Hay a quienes les merece más confianza el estilo 5
oratorio conciso, apretado y que redondee cada argu¬
mento con prontitud: ante éstos será provechoso haber
ejercitado la dialéctica. A otros gusta más un discurso
amplio, uniforme y sacado de la experiencia común:
para influir sobre estos otros tomaremos prestados de
los peripatéticos los argumentos apropiados y perfecta-
75 Escévola, llamado el Augur; cónsul en el 117.
76 Pasaje imitado de Cicerón, De Oratore I 12, 53.
204
TÁCITO
. mentó dispuestos para todo tipo de «iiscMtón. Los *=a-
démicos nos surtirán de combatividad; Platón, de dis-
tinción; Jenofonte, de encanto. Tampoco le e! J orba *
al orador tomar ciertas máximas honestas de Epicuro
o de Metrodoro 77 y utilizarlas cuando el caso lo re-
7 quiera, pues no estamos describiendo a un sabio ni a
un seguidor del estoicismo, sino a una persona que
debe apurar hasta el final algunas disciplinas, pero
probar de todas. Por este motivo los antiguos oradores
incluían entre su saber la ciencia del Derecho civd y
salían del paso con unas ligeras nociones de gramática,
8 música y geometría, dado que se presentan procesos
-la mayoría, por no decir prácticamente todos- en
los que es conveniente un conocimiento del derecho y
también muchos en los que se necesita ese según o
campo de materias.
32 »Y no responda nadie que basta con una instrucción
sencilla y específica para cada circunstancia. En primer
lugar, utilizamos el caudal propio de una manera y el
prestado de otra distinta, y está claro que hay gran
diferencia entre que alguien aporte conocimientos que
le son propios o que los tome de otro. Además, el
minio de múltiples campos nos distingue al hablar
incluso sobre otros temas, nos hace sobresalir y nos
proporciona brillantez en los momentos más inespe-
2 ^^Esto lo comprende no sólo el oyente entendido y
preparado, sino el vulgo, y lo elogia al instante, recono¬
ciendo que se ha instruido debidamente, que ha reco¬
rrido todas las etapas de la elocuencia, que es, en defi¬
nitiva, un orador. Y afirmo que no puede existir ni
haber existido alguien así si no acude al foro armado
77 El "más célebre discípulo de Epicuro EJ
curo»)- Murió en el 227. Sus obras se han perdido. Los e*>u^
^os tenían la costumbre de dar a sus máximas una forma
exclamativa, de ahí el latín exclamationes.
DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES
205
de todo tipo de conocimientos, a semejanza del que
entra en combate con todas sus armas.
«Esta circunstancia está tan descuidada por los de- a
clamadores de nuestra época que, en sus alegatos, pue¬
den descubrirse los vicios feos y desagradables de
nuestro lenguaje coloquial, ignoran las leyes, no re¬
cuerdan los senadoconsultos 7S , hasta se burlan del De¬
recho civil y sienten un profundo terror por el estudio
de la filosofía y por los preceptos de los sabios. Redu- 4
ciándola a unos pocos conceptos y a unas sentencias
estrechas, han degradado la elocuencia como expulsán¬
dola de su reino, y la que antes, señora de todas las
ciencias, henchía los espíritus con su bellísimo cortejo,
ahora, recortada y amputada, sin su gala y distinción,
casi diría sin su libertad, se aprende como uno de los
oficios más pedestres.
«En resumidas cuentas, creo que ésta es la primera s
y principal causa de habernos alejado tanto de la elo¬
cuencia de los antiguos oradores. Si se quieren testigos,
¿qué otro mejor citaré que Demóstenes entre los grie¬
gos, quien, según la tradición, fue uno de los seguidores
más entusiastas de Platón? Y Cicerón nos dice con 6
estas mismas palabras, creo, que lo que logró en la
oratoria no lo consiguió en los talleres de los retóricos,
sino en los paseos de la Academia 79 .
«Existen otras causas, importantes y graves, pero lo 7
justo es que seáis vosotros los que las pongáis de ma¬
nifiesto, porque yo ya he cumplido mi misión y, si¬
guiendo mi costumbre, he ofendido a muchos que, si
oyeran lo que acabo de decir, tengo por cierto me obje¬
tarían que, mientras elogio el conocimiento del derecho
78 A partir del principado, una de las fuentes más impor¬
tantes de derecho privado.
79 En Orator 12.
206
TÁCITO
DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES
207
y la filosofía como algo necesario para el orador, he
aplaudido las tonterías en las que me ocupo»®°.
33 «Me parece —dijo Materno— que aún no has cum¬
plido el cometido que asumiste: da la sensación de que
han quedado marcados sólo los comienzos y de que
has mostrado unos ciertos trazos y contornos de la
2 cuestión. Has dicho, es cierto, en qué materias estaban
instruidos, por lo común, los antiguos oradores, y has
puesto de manifiesto la diferencia de nuestra desidia e
ignorancia frente a la actividad entusiasta y prolífica
de aquéllos. Pero estoy esperando el resto, es decir, al
igual que he aprendido de ti qué sabían aquéllos o qué
no sabemos nosotros, asimismo quisiera enterarme de
con qué prácticas solían robustecer y alimentar sus
3 mentes los jóvenes que debutaban en el foro; pues no
creo que tú niegues —y éstos parecen confirmarlo con
la expresión de sus rostros— que el dominio de la elo¬
cuencia comprende la técnica y los conocimientos,
pero en mayor grado las facultades individuales y la
práctica.»
4 Apro y Secundo manifestaron estar de acuerdo en
este punto y Mésala habló, como si empezara de nuevo:
«Puesto que me parece haber dejado muy claros los
principios y orígenes de la antigua elocuencia, mostran¬
do en qué disciplinas solían instruirse y perfeccionarse
los antiguos oradores, expondré ahora sus prácticas,
5 si bien es cierto que en la instrucción misma va in¬
cluida la práctica y nadie puede penetrar en materias
tan complejas y distintas, a no ser que la reflexión
acompañe a la ciencia, a la reflexión las dotes innatas
y a éstas la práctica oratoria: con lo cual se llega a la
conclusión de que el sistema de aprender lo que se va
a exponer y de exponer lo que se ha aprendido es idén-
80 El derecho y la filosofía son tonterías para los retó¬
ricos, que se apoyan sólo en reglas de escuela.
tico. Pero, aun en el caso de que a alguien le parezca 6
esto muy poco claro y pretenda separar la teoría de
la práctica, estará de acuerdo, al menos, en que el
espíritu formado y enriquecido con estos conocimien¬
tos logrará estar perfectamente preparado para las
prácticas que parecen ser específicas de un orador.
»Así pues, entre nuestros antepasados, el joven que 34
se preparaba para el foro y la oratoria, bien instruido
ya por el aprendizaje doméstico y alimentado con no¬
bles estudios, era llevado por su padre o pariente más
allegado til orador que ocupaba un lugar preeminente
en la ciudad. Acostumbraba a seguir siempre a éste, a 2
acompañarlo a todas partes y a asistir a todos sus
parlamentos, en juicios o en asambleas, hasta tal punto
que tomaba parte en sus disputas e intervenía en las
discusiones violentas y, por decirlo así, aprendía a lu¬
char en combate. Gracias a esto, los jóvenes adquirían 3
con prontitud gran experiencia, mucha seguridad y alta
capacidad de juicio, al actuar a la luz del día y en los
momentos álgidos de los procesos, donde nadie habla
de manera necia o inapropiada impunemente sin que
el juez se lo repruebe, el contrario lo rebata y lo des¬
precien sus mismos valedores. Es decir, quedaban im- 4
pregnados al instante de la verdadera y pura elocuen¬
cia y, aunque siguieran a uno solo, conocían a todos
los abogados de su época en muchas causas civiles y
penales, y tenían la posibilidad de confrontar las dis¬
tintas preferencias del público mismo, con lo que po¬
dían averiguar fácilmente qué gustaba o disgustaba de
cada orador.
»De este modo, ni le faltaba preceptor, el mejor y 5
el más selecto que le mostrase el rostro auténtico de
la elocuencia, no una imagen falsa, ni adversarios y
contrincantes que luchaban con armas, no con palos® 1 ,
si Bastones con bolas que usaban soldados y gladiadores
para entrenarse.
208
TÁCITO
ni un auditorio, siempre numeroso, siempre renovado,
con detractores y seguidores, para que no pudieran
camuflarse ni los aciertos ni los errores. Sabéis que
aquella grande y duradera fama que proporciona la elo¬
cuencia se adquiere no menos en los bancos de la
parte contraria que en los propios; más aún, de aqué¬
llos surge con más firmeza, allí se ratifica con mayor
seguridad.
6 »A fe que aquel joven de que estamos hablando,
bajo preceptores de tal talla, discípulo de oradores,
oyente del foro, asiduo asistente a los procesos, ins¬
truido y avezado con las experiencias ajenas, al que
las leyes le eran familiares por oírlas cada día, que no
le eran desconocidos los rostros de los jueces, habi¬
tuado a presenciar las asambleas y que conocía el sen¬
tir del pueblo, pronto quedaba capacitado para actuar
en cualquier causa solo y sin ayuda, ya asumiera la acu-
■7 sación, ya la defensa. Con diecinueve años Lucio Craso
persiguió judicialmente a Gayo Carbón; a los vein¬
tiuno, César a Dolabela; a los veintidós, Asinio Polión
a Gayo Catón 82 ; poca más edad contaba Calvo cuando
acusó a Vatinio; sus discursos aún hoy los leemos con
admiración.
35 «Pero ahora llevan a nuestros muchachos a las es¬
cuelas de esos que llaman retóricos, que aparecieron
poco antes de la época de Cicerón y que repugnaban a
nuestros antepasados, punto éste claramente apreciable
por el hecho de que los censores Craso y Domicio
les ordenaran cerrar «la escuela de desvergüenza»,
3 como dice Cicerón. Pero, tal como había empezado a
señalar, se los lleva a escuelas en las que no me sería
fácil decir si provocan mayor perjuicio a sus dotes
naturales el propio lugar, los condiscípulos o el tipo
82 Tribuno de la plebe en el 56 a. C. Craso tenía veintiún
años; César, veintitrés; Calvo, veinticuatro.
DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES
209
de estudios. Pues en el lugar no hay nada digno de 3
respeto: todos entran allí con igual grado de ignorancia;
nada aprovechable hay en los condiscípulos, puesto
que los niños hablan ante un auditorio de niños y los
jóvenes ante los jóvenes, sin ningún riesgo de crítica.
Las mismas prácticas son, en gran parte, contraprodu¬
centes. En efecto, dos clases de temas se tratan con 4
los retóricos, las suasorias y las controversias u . De
ellas, aunque las suasorias son claramente más ligeras
y exigen menos juicio —se ponen en manos de los ni¬
ños— y las controversias se asignan a los mayores,
¡por los dioses, qué pobre calidad y cuán inverosímil¬
mente están compuestas! Y, por si fuera poco, a estas
materias, que chocan con la realidad, se les une un
estilo declamatorio. Y así sucede que 'los premios de 5
los tiranicidas’, ‘la situación crítica de las mujeres vio¬
ladas’, ‘los remedios para una peste, ‘los incestos de
los hijos con sus madres', o cualquier otro tema que se
trata a diario en la escuela, raras veces o nunca se
discuten en el foro con estas palabras altisonantes.
Cuando se acude ante un tribunal auténtico...***».
«***... piensan el asunto. Nada bajo, nada pedes- 3*
tre podía decirse. La gran oratoria, al igual que la
llama, se alimenta con combustible, se aviva con el
movimiento y brilla mientras se quema. La elocuencia
de los antiguos en nuestra ciudad se ha desarrollado
de idéntico modo. En efecto, aunque los oradores ac- 2
tuales han conseguido lo que era posible en una si¬
tuación política estable, tranquila y feliz, parece, en
todo caso, que podían obtener mayores logros con aque¬
llas turbulencias y anarquía, porque en medio del
desorden general y careciendo de un jefe único, cada
*3 Las suasorias son pequeños ensayos orales justificando
la decisión de un personaje imaginario. Las controversias son
ya discursos judiciales, con pros y contras.
36. —14
210
TÁCITO
DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES
211
orador tenía tanta habilidad cuanta podía emplear en
3 ganarse a un pueblo desorientado. De ahí las continuas
propuestas de ley y la etiqueta de hombre popular;
de ahí los alegatos de magistrados que casi pernocta¬
ban en las tribunas; de ahí las acusaciones a reos in¬
fluyentes y las enemistades que caían hasta sobre fa¬
milias enteras; de ahí las facciones de los poderosos
y el frecuente antagonismo entre el senado y la plebe.
4 »Todo esto, si bien desgarraba al estado, proporcio¬
naba ejercicio a la elocuencia y parecía que la colmaba
de grandes recompensas, porque, cuanto más podía
conseguir cada cual con su palabra, tanto más fácil¬
mente obtenía cargos públicos; cuanto más superaba
a sus colegas en el ejercicio de esos mismos cargos,
tanta más influencia conseguía ante los príncipes, mayor
prestigio entre los senadores, tanto mayor fama y re-
s nombre entre el pueblo. Abundante era su clientela,
incluso extranjera. Los magistrados los cumplimenta¬
ban al marchar al frente de sus provincias y, al volver,
les presentaban sus respetos; parecía que las preturas
y los consulados los reclamaban sin solicitarlos ellos.
Tampoco carecían de poder como simples particulares,
porque con su consejo y autoridad regían al pueblo y
6 al senado. Es más, estaban convencidos de que sin
elocuencia nadie podía conseguir y conservar en la
Ciudad un lugar notable e influyente.
7 »No es extraño, ya que debían presentarse ante el
pueblo aun en contra de su voluntad; porque en el se¬
nado no bastaba con una opinión expresada en breves
palabras, sino que se defendían las posturas con ta¬
lento y elocuencia, al tener que responder por sí mismos
si eran objeto de alguna calumnia o acusación: in¬
cluso en los juicios por motivos políticos no podían
testificar estando ausentes o mediante escrito, sino com¬
pareciendo personalmente M . De este modo a las gran- 8
des recompensas a la elocuencia se unía una dura
necesidad, y así como el tener fama de elocuente se
consideraba honor y gloria, por el contrario, el parecer
mudo e incapaz de articular palabra se veía como un
gran defecto.
»Y así con el incentivo del pundonor se estimu- 37
laba no menos que con el de las recompensas, no fuera
uno a contarse en el grupo de los infortunados clien¬
tes en lugar de en el de los patronos, o bien las amis¬
tades heredadas de los antepasados pasasen a otros,
o, por ser ineptos e incapaces para los cargos públi¬
cos, no los consiguieran o los desempeñaran mal una
vez conseguidos.
»No sé si han llegado a vuestras manos aquellos 2
libros que se conservan todavía en las bibliotecas de
los coleccionistas de antigüedades, recogidos por Mu-
ciano 85 precisamente ahora. De ellos han sido escritos
y editados, según creo, once tomos de actas y trece
de cartas 84 . Con este material puede deducirse que 3
Gneo Pompeyo y Marco Craso no sobresalieron exclu¬
sivamente por su poderío militar; también utilizaron
su talento oratorio; que los Léntulos, Mételos, Lucu-
los, Curiones y aquel extenso grupo de próceres pusie¬
ron gran empeño y cuidado en estos estudios; y que
ningún personaje de la época consiguió una influencia
decisiva sin un mínimo de facultades para la oratoria.
»A estos factores se unía el alto rango de los acu- 4
sados y la importancia del objeto material de los pro-
84 En el ordenamiento español, ciertas personas (p. ej., el
rey) no están obligadas a comparecer para deponer testimonio.
88 Hombre fundamental en los primeros pasos del gobierno
de Vespasiano (véase el Agrícola), se dedicó después a que¬
haceres literarios.
84 Las actas serían extractos de discursos y las cartas se¬
rían las cruzadas entre Cicerón y los defensores del aticismo.
36. —14*
212
TÁCITO
DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES
213
cesos, circunstancias que por sí solas proporcionan un
mayor realce a la oratoria. Pues hay gran diferencia
entre tener que hablar sobre hurto o sobre una fór¬
mula o un interdicto 87 o sobre la corrupción de los co¬
micios **, sobre el pillaje a los aliados o la muerte de
5 ciudadanos. Males éstos que, si bien es mejor que no
sucedan y hay que reputar de óptima la situación de
la ciudad en la que no suframos tales desmanes, tam¬
bién es verdad que, si sucedían, suministraban ingente
material para la oratoria. Pues la fuerza del ingenio
crece en proporción a la importancia del asunto y nadie
puede lograr un discurso brillante y memorable sino
el que encuentra una causa adecuada para inspirarlo.
6 En mi opinión no dan lustre a Demóstenes los discur¬
sos que pronunció contra sus tutores ni convierten a
Cicerón en un gran orador las defensas de Publio Quin-
cio o Licinio Arquias: su fama la construyeron Cati-
lina, Milón, Verres y Antonio* 9 ; con esto no pretendo
decir que interese a la república el engendrar ciuda¬
danos malvados a fin de que los oradores tengan abun¬
dante materia para sus alegatos, sino que, como no me
ranm de recalcar, debemos acordamos del alcance del
asunto y enteramos bien de que hablamos de algo que
se dio más fácilmente en épocas de turbulencias y
convulsiones.
7 »¿Quién ignora que es más útil y mejor disfrutar
de paz que estar sufriendo los males de la guerra?
87 Medio legal que se da a los particulares para defender
un derecho subjetivo de carácter civil; el más frecuente es el
posesorio en nuestro ordenamiento.
88 Asambleas del pueblo con funciones electorales y legis¬
lativas.
8 » Catilina se sublevó contra el Estado en el 63 a. C., año
en el que Cicerón fue cónsul. Verres ya ha sido citado en notas
anteriores. Contra Marco Antonio lanzó las Filípicas. A Milón
lo defendió en una causa criminal (homicidio), pero con claras
implicaciones políticas.
sin embargo las guerras producen más guerreros ex¬
celentes que la paz. Semejante es la condición de la 8
elocuencia: cuanto más frecuentemente se mantiene,
por decirlo así, en línea de combate y cuantas más he¬
ridas ocasiona y recibe, cuanto mayores son los enemi¬
gos y más duras las batallas que afronta, tanto más
elevada, sublime y ennoblecida por esos trances se
mantiene a los ojos de los hombres, cuya condición
natural impulsa a < preferir contemplar los peligros
ajenos, mientras ellos mismos están a salvo > 90 .
•Paso a examinar la forma y el funcionamiento de 3 &
los antiguos tribunales. Aunque el sistema actual re¬
sulta más adecuado, sin embargo adiestraba más para
la elocuencia aquel foro en el que nadie estaba obli¬
gado a hablar con un límite de muy pocas horas, los
aplazamientos de las causas eran libres, cada cual se
tomaba el tiempo que quería para hablar y no estaba
tasado el número de días ni el de abogados.
»Gneo Pompeyo, en su tercer consulado, fue el pri- 2
mero que eliminó esta libertad y, valga la expresión,
puso frenos a la elocuencia, aunque todo se trataba
en el foro, según las leyes, y ante los pretores. La
mejor prueba de cuánto más importantes eran los asun¬
tos que se trataban ante estos últimos es el hecho de
que las causas reservadas a los centúmviros, que hoy
son las más importantes, quedaban ensombrecidas por
la brillantez de otros tribunales, hasta el punto de que
no leemos ningún discurso de Cicerón, César, Bruto,
Celio, Calvo ni, en fin, de ningún gran orador, que se
haya pronunciado ante los centúmviros, excepto los dis¬
cursos de Asinio titulados En defensa de los herederos
de Urbinia, pronunciados, no obstante, por Polión a
mediados del mandato del divino Augusto 91 , después
90 He adoptado aquí la conjetura de Koestermann.
91 Hacia el 15 a. C.
214
TÁCITO
DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES
215
que el prolongado sosiego de los tiempos, la ininte¬
rrumpida falta de participación del pueblo y la habi¬
tual inercia del senado y, sobre todo, la disciplina po¬
lítica impuesta por el Príncipe, habían conseguido
domesticar la elocuencia, lo mismo que todo lo demas.
9 »Lo que voy a decir quizá parezca poco serio y ri¬
dículo, pero lo diré, aunque nada más sea que para
provocar la risa. ¡Cuánta degradación, a mi parecer,
imprimen a la oratoria esas casacas 92 con las que muy
ceñidos y como aprisionados hablamos ante los jueces.
¡Cuánto vigor, creemos, han robado al discurso las salas
de lectura y los archivos en los que se despachan ahora
2 casi todas las causas! Pues lo mismo que la distancia
en las carreras distingue a los buenos caballos, los ora¬
dores necesitan un espacio, y su elocuencia se debilita
y desgasta si no se mueven en él libremente y sin
3 trabas. Más aún, sabemos por experiencia que el mismo
cuidado y escrúpulo por lograr un estilo pulcro es
contraproducente, porque el juez te pregunta con fre¬
cuencia cuándo vas a empezar realmente y has de ha¬
cerlo cuando te haga esa pregunta. También es fre¬
cuente que el patrono interrumpa nuestras pruebas
documentales y testificales. Mientras tanto, sólo hay
uno o dos que escuchan al que habla y el asunto se
desarrolla como en un paraje desolado.
4 »E1 orador, por el contrario, necesita que le acla¬
men, que le aplaudan, encontrarse, yo diría, en un
escenario teatral. Esto es lo que les ocurría diaria¬
mente a los oradores antiguos cuando la coincidencia
de tantos personajes principales atestaba el foro,
cuando las clientelas, tribus, embajadas de munici¬
pios, media Italia, en fin, alentaba con su presencia
92 Idea tomada también de Quintiliano <u opinión común),
quien no admitía las casacas con capuchón sino por motivos
de salud.
a los acusados y en la mayor parte de los juicios el
pueblo romano creía que sus propios intereses depen¬
dían del resultado del juicio. Sabemos muy bien que 5
Gayo Comelio, Marco Escauro, Tito Milón, Lucio Bes¬
tia 93 y Publio Vatio fueron acusados o defendidos por
toda la ciudad de común acuerdo, hasta el punto que
el mismo entusiasmo del pueblo apasionado pudo ex¬
citar e inflamar a los oradores más insensibles. Por
cierto que se conservan libros de este tenor, y los que
pronunciaron tales discursos no son celebrados más
por ningún otro.
•Los continuos mítines y el derecho libremente *0
otorgado de atacar a cualquier personaje influyente,
y la gloria que proporcionaban tales enemistades, dado
que la mayoría de los oradores no se abstenían de
atacar ni a Publio Escipión 94 , Lucio Sila o Gneo Pom-
peyo y, para emprender sus ataques contra los hombres
de primera fila —así es la envidia—, hasta los come¬
diantes se servían de los gustos del pueblo, ¡cuánto
ardor aportaban a los ingenios y qué llama a los ora¬
dores!...***»
«***... No hablamos de algo tranquilo y sin proble- 2
mas, que se complace con la honradez y la modera¬
ción, sino que se trata de aquella grande y notable
elocuencia hija del libertinaje al que los imbéciles se
empeñan en llamar libertad, compañera de sediciones,
aguijón del pueblo sin freno, desleal, sin disciplina,
rebelde, temeraria, arrogante, que no surge en las Ciu¬
dades 95 con buenos cimientos institucionales. ¿Qué 3
orador lacedemonio o cretense conocemos? La historia
« Comelio, acusado de lesa majestad, Escauro de concusión
y Bestia de intriga, fueron defendidos por Cicerón.
w Alusión al proceso intentado contra el primer Africano
tras la guerra contra Antíoco.
95 La palabra, con mayúscula, por tener Tácito en la mente
el régimen de Estado-Ciudad, que fue el germen de Roma.
216
TÁCITO
DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES
217
nos habla de la disciplina y las leyes severísimas de
ambas naciones. Ni siquiera tenemos noticia de ora¬
toria en los macedonios, persas o algún pueblo refre¬
nado por un sistema de gobierno estable. Existieron
algunos oradores rodios y muchos atenienses entre
los que todo lo podía el pueblo, todo los ignorantes,
4 todo, por así decirlo, todos. También nuestra Ciudad,
mientras caminó sin rumbo, mientras se agotaba con
los partidismos, rivalidades y discordias, mientras no
existió paz en el foro, ninguna concordia en el senado,
nin gún control en los juicios, ningún respeto al supe¬
rior, ninguna traba a los magistrados, produjo, sin
duda, una oratoria más vigorosa, lo mismo que un
campo sin cultivar presenta algunas hierbas más vis¬
tosas. Pero la elocuencia de los Gracos no fue tan bene-
ñciosa a la república como para que ésta soportase
también sus leyes ni a Cicerón le compensó su fama de
orador su triste final.
41 »De igual modo, el tipo de oratoria que sobrevive
es prueba suficiente de que la Ciudad no ha corregido
2 sus defectos ni ha alcanzado su estructura ideal. En
realidad, ¿quién acude a nosotros sino el culpable y el
infortunado? ¿Qué municipio engrosa nuestra clientela
sino al que perturba un pueblo vecino o sus diferen¬
cias internas? ¿Qué provincia nos encargamos de de¬
fender a no ser la que ha sido saqueada y maltratada?
Pues bien, hubiera sido mejor no tener motivos de
3 queja que reclamar justicia. Porque si pudiera lograrse
una ciudad en la que nadie cometiera faltas, super-
fluo resultaría el orador entre inocentes, lo mismo que
un médico entre gente sana; igual que el arte del mé¬
dico no encuentra ninguna posibilidad de práctica y
perfeccionamiento entre personas que disfrutan de
una salud robusta y de unos cuerpos muy sanos, en
el mismo grado es menor el prestigio de los oradores
y más oscura su gloria entre gente de buena conducta
y bien dispuesta para obedecer a sus gobernantes. ¿Qué 4
necesidad tiene el senado de largos debates cuando los
optimates llegan a un rápido acuerdo? ¿Qué necesidad
de continuas peroratas en la asamblea del pueblo cuan¬
do en las deliberaciones no participa la masa igno¬
rante, sino un caudillo de enorme categoría? ¿Qué ne¬
cesidad de acusaciones particulares*®, cuando se delin¬
que tan escasa y levemente? ¿Qué necesidad de defen¬
sas odiosas y abusivas, cuando la clemencia del juez
acude en ayuda de los acusados?
•Creedme, hombres excelentes, vosotros que sois s
todo lo elocuentes que la ocasión requiere, si hubierais
nacido en épocas anteriores o aquéllos a los que admi¬
ramos lo hubieran hecho en nuestros días y algún dios
hubiera cambiado de repente vuestras vidas y épocas,
ni a vosotros os hubiera faltado aquella gran alabanza
y gloria en la oratoria, ni a ellos una actitud mesu¬
rada; ahora, puesto que nadie puede conseguir al
tiempo gran fama y una tranquilidad absoluta, apro¬
veche cada cual las ventajas de su tiempo, sin criticar
a los otros.»
Cuando acabó Materno, intervino Mésala: «Cabría 42
objetar algunas cosas y ampliar otras, pero se nos ha
psisado el día.»
Materno respondió: «En otra ocasión se hará a tu
manera y, si algunas de mis palabras te han resultado
oscuras, volveremos sobre ellas.»
Y al tiempo que se levantó y abrazó a Apro, le dijo: 2
«Te acusaré ante los poetas y Mésala ante los partida¬
rios de la antigüedad.»
«Y yo a vosotros ante los retóricos y los maestros
de declamación» —dijo Apro.
Se echaron a reír y nos separamos.
96 Sólo en caso de injuria (perseguíble e instancia de parte).
En otro caso, se incoaba de oficio por el emperador.
INDICE ONOMASTICO
Academias y Académicos: 30,
3; 31, 6; 32, 6.
Accio: 20, 5; 21, 7.
Acia: 28, 6.
Agamenón: 9, 2.
Alejandro: 16, 5.
Ambivio Turpión: 20, 3.
Antonio: 37, 6.
Apio el Ciego: 18, 4; 21, 7.
Apolo: 12, 4.
Apolodoro: 19, 3.
Apro, Marco: 2, 1-2; 3, 4; 5, 1
y 3; 11, 1; 12, 1-2 y 5; 14, 2
y 4; 15, 1-2; 16, 34; 24, 1-2;
25, 1; 26, 4 y 6; 27, 1-2; 28,
1; 33, 4; 42, 2.
Asia: 10, 2; 30, 3.
Asido: 21, 2.
Asinio: 12, 6; 15, 3; 17, 1 y 7;
21, 7; 25, 34 y 6; 26, 7; 34, 7;
38, 2.
Attio: 21, 1.
Aufidio Baso: 23, 2.
Augusto: 13, 2; 17, 2-3 y 6-7;
28, 6; 38, 2.
Aurelia: 28, 6.
Baso (v. Aufidio y Saleyo).
Bestia, Lucio: 39, 5.
Britania: 17, 4.
Bruto: 17, 1; 18, 5; 21, 5í; 25,
34 y 6; 30, 3; 38, 2.
Calvo: 17, 1; 18, 1 y 5; 21, 1-2;
23, 2; 25, 34 y 6; 26, 7; 34,
7; 38, 2.
Canudo: 21, 1.
Capua: 8, 1.
Carbón, Gayo: 18, 1; 34, 7.
Casio Severo: 19, 1; 26, 4.
Catilina: 37, 6.
Catón, Gayo: 34, 7.
Catón (el censor): 18, 2 y 4.
Catán (tragedia de Materno):
2, 1; 3, 24; 10, 6.
Cecina, Aulo: 20, 1.
Celio: 17, 1; 18, 1; 21, 34; 25,
34; 26, 7; 38, 2.
Cicerón: 12, 6; 15, 3; 16, 7; 17,
1-3 y 5; 18, 1-2 y 45; 21, 6;
22, 1; 24, 3; 25, 34 y 6-7; 26,
7 y 9; 30, 34; 32, 6; 35, 1;
37, 6; 38, 2; 40, 4.
Claudio: 17, 3.
220
DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES
ÍNDICE ONOMÁSTICO
221
Cornelia: 28, 6.
Comelio, Gayo: 39, 5.
Corvino (v. Mésala Corvino).
Craso, Lucio (el censor): 18,
2; 26, 1; 34, 7; 35, 1.
Craso, Marco: 37, 3.
Curiado Materno: 2, 1; 3, 1-2;
4, 1; 5, 3 y 6; 9, 1-3; 11, 1;
14, 1-2; 15, 2; 16, 3; 23, 6;
24, 1; 25, 1; 27, 1 y 3; 28, 1;
33, 1; 42, 1.
Curiones: 37, 3.
Dedo (el samnita): 21, 6.
Demóstenes: 12, 5; 15, 3; 16,
5-7; 25, 3; 32, 5; 37, 6.
Deyotaro (el rey): 21, 6.
Diódoto (el estoico): 30, 3.
Dolabela, 34, 7.
Domido Afro: 13, 3; 15, 3.
Domido (censor), 35, 1.
Domido (tragedia de Mater¬
no): 3, 4.
Druso: 21, 2.
fifeso: 15, 3.
Epicuro: 31, 6.
Eprio Marcelo: 5, 6; 8, 1 y 3;
13, 4.
Escauro, Marco: 39, 5.
Esdpión, Publio: 40, 1.
Esquines: 15, 3; 25, 3.
Eurípides: 12, 5.
Fabio Justo: 1, 1.
FUipo: 16, 5.
Filón: 30, 3.
Fortuna (diosa): 23, 1.
Furnio: 21, 1.
Gabiniano: 26, 9.
Galba: 17, 3.
Galión: 26, 1.
Galos: 10, 2.
Gayo César: 17, 3.
Graco, Gayo: 18, 2; 26, 1.
Gracos: 28, 6; 40, 4.
Grecia: 10, 5; 30, 3.
Helvidio Prisco: 5, 6.
Hermágoras: 19, 3.
Hipérides: 12, 5; 16, 5; 25, 3.
Hircio: 17, 2.
Hispania: 10, 2.
Homero: 12, 5.
Horacio: 20, 5; 23, 2.
Hortensio: 16, 7.
Italia: 28, 2; 39, 4.
Jasón: 9, 2.
Jenofonte: 31, 6.
Julio Africano: 14, 4; 15, 3.
(Julio) César: 17, 1 y 4-5; 21,
5-6; 25, 34 y 7; 26, 7; 28, 6;
34, 7; 38, 2.
Julio Secundo: 2, 1-2; 3, 2; 5,
1; 9, 3; 14, 2 y 4; 15, 2; 16,
1 y 13; 23, 6; 28, 1; 33, 4 .
Lelio, Gayo: 25, 7.
Léntulos: 37, 3.
Licinio Arquias: 37, 6.
Licurgo: 25, 3.
Lino: 12, 4.
Lisias: 12, 5; 25, 3.
Lucano: 20, 5.
Lucillo: 23, 2.
Lucrecio: 23, 2.
Lucillos: 37, 3.
Materno (v. Curiado Materno).
Mecenas: 26, 1.
Medea: 3, 4; 12, 6.
Menenio Agripa: 17, 1.
Mésala (v. Vipstano Mésala).
Mésala Corvino: 12, 6; 17, 1-7;
18, 2; 20, 1; 21, 9.
Mételos: 37, 3.
Metrodoio: 31, 6.
Milón, Tito: 37, 6; 39, 5.
MitUene: 15, 3.
Muciano: 37, 2.
Mucio, Quinto: 30, 3.
Musas: 13, 5.
Nerón: 11, 2; 17, 3.
Néstor: 16, 5.
Nicóstrato: 10, 5.
Orfeo: 12, 4.
Otón: 17, 3.
Ovidio: 12, 6.
Pacuvio: 20, 5; 21, 7.
Pansa: 17, 2.
Pedio, Quinto: 17, 2.
Platón: 31, 6; 32, 5.
Polión (v. Asinio [Polión]).
Pompeyo, Gneo: 37, 3; 38, 2;
40, 1.
Pomponio Secundo: 13, 3.
Quincio, Publio: 37, 6.
Roma: 5, 3; 13, 2.
Roscio: 20, 3.
Sacerdote Nicetes: 15, 3.
Saleyo Baso: 5, 2-3; 9, 2-3 y 5;
10 , 2 .
Secundo (v. Julio y Pompo¬
nio).
Servilio Noniano: 23, 2.
Servio Galba: 18, 1; 25, 7.
Sila, Lucio: 40, 1.
Sisenna: 23, 2.
Sófocles: 12, 5.
Tiberio: 17, 3.
Tiestes: 3, 34; 12, 6.
Tirón: 17, 2.
Toranio: 21, 1.
Tulio, Marco: 20, 1.
Ulises: 16, 5.
Urbinia: 38, 2.
Vario: 12, 6.
Varrón: 23, 2.
Vatlnio: 11, 2.
Vatinio, Publio: 21, 2; 34, 7;
39, 5.
Vercelli: 8, 1.
Verres: 20, 1; 37, 6.
Vespasiano: 8, 3; 9, 5; 17, 3.
Vibio Crispo: 8, 1 y 3; 13, 4.
Vipstano Mésala: 14, 1 y 3; 15,
1-2; 16, 2; 23, 6; 24, 1; 25, 1;
27, 2; 28, 1; 33, 4; 42, 1-2.
Virgilio: 12, 6; 13, 1-2 y 5; 20,
5; 23, 2.
Vitelio: 17, 3.
ÍNDICE DE MATERIAS
Abogacía: 4, 1; 14, 2.
Abogados: 1, 1; 10, 6; 26, 2; 34,
4; 38, 1.
Acusaciones: 12, 3; 21, 2; 34, 6;
36, 3 y 7; 41, 4.
Acusado: 12, 1; 37, 4; 39, 4;
41. 4.
Alegatos: 36, 3; 37, 6.
Árbitro: 5, 3.
Argumentos: 20, 2; 31, 5.
Auditorio: 19, 5; 34, 5; 35, 3.
Calumnia: 36, 7.
Caso judicial: 14, 1.
Causas civiles y penales: 34,
4 y 6.
Causas judiciales: 3, 4; 4, 2;
38, 1-2; 39, 1.
Causídico: 12, 4.
Centúmviros: 7, 1; 38, 2.
Cláusulas: 22, 5; 23, 1.
Clientelas: 3, 4; 9, 4; 36, 5.
Clientes: 37, 1; 39, 4; 41, 2.
Composición: 22, 5; 23, 6; 26, 2.
Conflicto: 11, 4.
Consorcio: 5, 3.
Contradictor: 24, 2.
Contrario: 34, 3.
Controversias de escuelas: 14,
4; 25, 1; 27, 2; 31, 1; 35, 4.
Declamadores: 32, 3.
Defensa: 20, 1; 25, 7; 34, 6;
37, 6.
Dialéctica: 30, 4; 31, 5.
Digresiones: 22, 3.
Discursillos: 21, 1.
Discursos: 3, 4; 6, 5; 19, 2 y
20, 2 y 6; 21, 2-3, 5 y 7-8;
2-3; 23, 1; 26, 1 y 3; 31, 5;
7; 37, 5; 38, 2; 39, 1 y 5.
Elocuciones: 31, 1.
Elocuencia: 1, 1 y 4; 5, 5; 6, 1;
8 , 2; 10, 5; 11, 4; 12, 2; 15, 1;
19, 1 y 5; 21, 5; 22, 1; 23, 2:
24, 3; 26, 3; 27, 3; 30, 3; 32, 2
y 4-5; 33, 3-4; 34, 4-5; 36, 1, 4
y 68; 37, 8; 38, 1-2; 39, 2;
40, 4.
Emperador: 13, 6.
Estilo: 14, 2; 19, 1; 23, 5; 31, 5;
35, 4; 39, 3.
Excepciones: 20, 1.
■>' fí a
224
DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORBS
Exordios: 19, 3; 20, 1; 22, 3.
Exposición: 23, 5; 26, 5.
Forenses (causas): 8, 4; (asun¬
tos): 14, 3.
Fórmulas: 20, 1; 37, 4.
Foro: 2, 1; 8, 3; 10, 5; 13, 5; 32,
2; 33, 2; 34, 1 y 6; 35, 5; 38,
1-2; 39, 4 ; 40, 4.
Frases: 22, 3; 23, 1.
Interdicto: 37, 4.
Juez: 4, 2; 5, 1; 19, 5; 20, 2 y
6 ; 21, 2; 23, 3; 31, 34; 34, 3
y 6; 39, 1 y 3; 41, 4.
Juicios: 2, 1; 31, 2; 34, 2; 36, 7;
39, 4; 40, 4.
Litigante: 12, 1; 23, 3.
Litigios: 5, 3; 11, 2.
Magistrados: 40, 4.
Narraciones: 22, 3.
Orador (es): 1, 1; 6, 4-5; 7, 3;
10, 1 y 5; 11, 1; 12, 3; 13, 1;
14, 34; 15, 1; 17, 1 y 7; 18, 1;
19, 4-5; 20, 1 y 44; 22, 1 y 4;
23, 1; 25, 3, 5 y 7; 26, 24, 6,
8-9; 30, 2 y 5; 31, 1. 4, 6 y 7;
32, 2, 5 y 7; 33, 2, 4 y 6; 34,
1 , 4 y 6; 36, 2; 37, 6; 38, 2;
39, 2 y 4-5; 40, 34; 41, 3.
Oratoria: 5, 3; 8, 3 y 4; 14, 2;
18, 2-3; 22, 2; 25, 2-3 y 7; 26,
1 y 9; 27, 1; 28, 2 y 7; 30, 5;
32, 6; 34, 1; 36, 1; 37, 35; 39,
1 ; 40, 34; 41, 1 y 5.
Parlamento: 20, 1; 34, 2.
Partes: 5, 1.
Patrocinio: 4, 1.
Patronos: 1, 1; 37, 1.
Pleitos: 10, 5; 11, 1; 18, 5.
Períodos: 22, 2-5.
Pretores: 38, 2.
Príncipe: 5, 5; 7, 1.
Procesos: 3, 4; 31, 8; 34, 6;
37, 4.
Pruebas: 39, 3.
Refutar: 25, 1.
Reo: 5, 2-5; 7, 1; 36, 3.
Retóricos: 14, 4; 19, 4' 23, 2;
30, 2; 31, 1; 32, 6; 35, 1 y 4;
42, 2.
Senado: 5, 5; 11, 4; 13, 6.
Sentencias: 19, 4; 20, 2 y 4;
22 , 2 .
Suasorias: 35, 4.
Testificar: 36, 7.
Tribunal: 5, 5; 6, 4; 19, 5; 35,
5; 38, 1-2.
INDICE GENERAL
Págs.
Introducción general . 7
Vida y época . 8
Ideología. 13
Ideario como historiador. 18
Aspectos literarios. 21
Presencia de Tácito en España. 22
Traducciones anteriores . 27
Otras ediciones y traducciones de las Obras
Menores . 28
Bibliografía. 31
AGRICOLA
Introducción
43
Fecha de composición, 43.—Fuentes, 44.—
Tema y contenido, 44.—Carácter e intención
de la obra, 45.—Vida de Agrícola, 48.—Brita-
nia hasta la llegada de Agrícola. Campañas
de éste, 49.—Aspectos científicos de la obra,
51.—Historia del texto, 52.
Agrícola .
Indice onomástico
53
101
226
TÁCITO. «OBRAS MENORES»
Págs.
GERMANIA
Introducción.
Fecha de composición, 107.—Fuentes,
108.—Carácter e intención de la obra, 109.—
El texto, 111.
Germania .
Indice onomástico.
Indice etnográfico e institucional
113
151
153
DIALOGO SOBRE LOS ORADORES
Introducción
159
Paternidad del Diálogo, 159.—Fecha de
composición y publicación, 160. Los inter¬
locutores, 162—Estructura y asunto de la
obra, 162.—El texto, 165.
Diálogo sobre los oradores
Indice onomástico .
Indice de materias.
167
219
223